Entre frases, ideas, recuerdos, confesiones… brota en aluvión un caudaloso chorro de titulares. Quien la entrevista apenas tiene más que escuchar e ir anotando palabras: “Creo en la ficción como en una religión”; “Para presenciar la muerte con ironía está el tiempo”; “Como todas las personas inteligentes, se enamoró como un idiota”; “La ficción tiene el deber de mentir, el escritor el de ser una mezcla entre falso e ingenuo, porque para que la vida parezca cierta tiene que estar escrita con rasgos de ficción”; “También somos lo que dejamos en los otros…”.
Ha publicado La emoción de las cosas (Seix Barral), un libro con mucha carga autobiográfica, “que me ha salido de las entrañas”. A propósito de éste, y del conjunto de su obra, y cuando se le pregunta por lo elaborado de su escritura deja caer que “sólo la precisión conmueve, sólo conmover importa”.
“Quisiera ser una persona con la elocuencia necesaria para decir solo lo esencial pero no lo consigo nunca, doy muchas vueltas para llegar a lo esencial. En las entrevistas me permito ser desordenada porque confío en que quien habla conmigo sepa estructurar mi discurso. Cuando escribo busco que cada palabra quede en su sitio. Corrijo mucho, quito mucho y una nunca se arrepiente de lo que quita”.
Al recuperar su memoria en La emoción de las cosas, ¿ha dejado mucho fuera?
Siempre hay que recortar. Para mí hay una verdad implacable y es que nunca me arrepiento de lo que quito, y en cambio a veces me arrepiento de lo que dejé. Le dedico tiempo a quitar. En literatura, como en la vida, muchas veces menos es más. Sólo en los afectos más siempre es más.
Que parezca que uno escribe como habla exige mucha concentración. Este es un libro tocado por la melancolía, pero la melancolía no es necesariamente un sentimiento triste. Al revés, muchas veces convoca la alegría. No digo que el pasado fue mejor. Disfruto mucho con el presente aunque me alegro de haber vivido aquella infancia. De entonces he contado muchos secretos que dejan de serlo cuando los pongo por escrito. Son secretos a medidas, secretos para el lector, porque son cuestiones de las que se ha hablado siempre en el mundo en el que yo vivo. Cuando una hace ficción va robando cosas de su familia aunque a menudo no quiera reconocerlo.
Los personajes de obras como Mal de amores o Arráncame la vida tienen, sin duda, mucho de gente cercana, gente de la que yo he oído hablar a lo largo de mi vida, aunque claro que también en parte los he inventado, porque la ficción tiene el deber de mentir para bien. Para que las cosas parezcan reales necesitan de un artificio. Para que la vida parezca cierta tiene que estar escrita con rasgos de ficción. La emoción de las cosas está contado como una verdad, pero…
«En literatura, como en la vida, muchas veces menos es más».
Ha señalado que comenzó a escribirlo como una novela y acabó escribiendo una especie de confesión. ¿Lo siente así?
Así es. Este libro quería ser una novela. De hecho hay muchos capítulos que arrancan como si fueran a caminar hacia una novela. Pero me di cuenta de que no podía hacer una novela con una realidad tan cercana a mí. No podía inventar a mi familia, a mis papás, porque sabía lo que sabía. No me merecía buscar cosas que no conocía e inventarlas ni se lo merecían los míos.
¿Para quién escribe Ángeles Mastretta?
Cómo me gusta que me haga esa pregunta porque me permite contestar con rotundidad que escribo para los demás. Hay quien dice, ‘escribo para mí’. Yo siento que, aunque también escribo para mí, lo hago fundamentalmente pensando en los otros. Me importa que los demás me lean, les guste lo que hago y se quieran quedar con mi historia. Quiero convocar a los demás para que lo que cuento les importe. Quiero apelar a la emoción. Que lo que me emociona les emocione.
Se dice que en la infancia de cada cual hay un río, me gustaría que a través del mío cada quien camine hacia el rumbo del suyo. Del mismo modo que me gustaría que a través de lo que leen de los míos, cada quien camine hacia su propia madre, hacia sus hermanos, hacia la casa en que creció. Eso es lo que, muy especialmente y con toda humildad, en este libro entrego y pretendo.
Los libros son regalos redondos que uno se hace y hace. La literatura es un trabajo solitario. A veces, precisamente por eso, lastima, porque ya no sabes a donde vas, porque te quedas trabado en un capítulo, en una frase. Los libros se vuelven tan reales que te avasallan. Muchas veces estás más dentro de ellos que en el mundo real. Puedes estar muy contento o profundamente acongojado en función de lo que estás escribiendo. Te atormentas o te alegras con cosas que están en el aire, que están en tu cabeza; que no son reales.
¿A quién lee?
Estoy muy centrada en releer, lo que es bastante injusto pues el mundo está lleno de escritores nuevos y de gente que tienen propuestas distintas y, de hecho, los escritores se están volviendo muy importantes en los medios audiovisuales. Sin embargo, ahora leo muchas poesía del Siglo de Oro y lo hago con una enorme fascinación.
«Cuando haces ficción te atormentas o te alegras con cosas que están en el aire, que están en tu cabeza; que no son reales».
Ha manifestado que uno de los objetivos al iniciar cada nuevo libro es cambiar…
Con el tiempo me he vuelto más y más humilde. Por más que uno cambie una siempre está en sus libros. Se va plasmando lo que te obsesiona, tus pasiones, tus recuerdos e, inevitablemente, las vas transformado en ficción. Insisto en que sin duda la memoria hace ficción. No recordamos las cosas de forma idéntica a como fueron. Tanto es así que cuando converso con mis hermanos de algunas de las cosas que cuento en mis libros, me dicen que así no fue. Recordar de distinto modo me va cambiando. Hacer ficción es muy divertido porque te puedes permitir cualquier licencia: haces viajes que no has hecho; te inventas a otros…
En Mal de amores hay un personaje que se va a Estados Unidos huyendo de la guerra y regresa como clandestino a través del desierto de Sonora en el que yo no he estado jamás. Me pregunto, ¿pero cómo puedo contar eso si yo nunca he estado en Sonora? O inventar a una familia, o… Cuando acabo una historia extraño a sus personajes y sé que los voy a extrañar siempre. Los escritores estamos emparentados con los lectores que son capaces de creernos, sobre todo cuando escribimos ficción. Envejecer junto a la ficción nunca va a ser envejecer.
¿Se ha planteado el porqué prácticamente todos los personajes centrales de sus libros son mujeres?
Claro que sí y la respuesta, muy obvia, no es otra que yo vivo dentro de una mujer. No quiero hacer novelas femeninas, tocadas solo por la voz de las mujeres, pero la realidad es que vivo, siento y miro desde los ojos de una mujer. Sería una mentirosa si quisiera contar el mundo desde los ojos de un hombre. Me costó trabajo aceptarlo porque creo y confío en que la literatura, de donde se deriva la ficción, es algo que no tiene género. Ahora bien, la mirada si tiene género.
Es usted escritora de personajes extremos, ¿no es así?
(Salta, pasionalmente, ante esta afirmación para puntualizar)
Siempre me hago preguntas. Me despierto preguntándome y anochezco preguntándome. Me pregunto si debería moderar la pasión. Hay un peligro cuando se escribe de las emociones y es la posibilidad de caer en el melodrama. Si uno cuenta historias que tienen que ver con el amor, con el abandono, con la promesa, con el desvarío uno puede propiciar el melodrama. Es bueno para evitar esto tener un narrador que mira y da preferencia tener un narrador que mira con ironía. Si estás en medio de un dramón lo puedes contar siempre y cuando tengas a alguien que se detenga a verlo en la dimensión de quien mira desde fuera, incluso para reírse. Hablo de cosas tan dramáticas como la muerte. Para presenciar la muerte con ironía está el tiempo. El tiempo es el gran amigo de quienes quieren hacer un exorcismo del melodrama. Cuestionar si eso que te está pasando tan espantoso hoy te va a parecer igual de horrible mañana, o estás habilitado para sobrevivirlo. Es como si desde alguna parte el tiempo te echara una mano, una sonrisa, y te dijera: mañana lo vas a ver de otra forma mucho menos trágica.
¿Y la inocencia?
El candor, eso que a veces puede parecer despreciable, es un lujo. Un lujo que cada vez se va perdiendo más, entre otras cosas porque en cierto modo la información nos hace perder la inocencia. Ahora bien, uno puede hacer el elogio de la candidez, pero la literatura no es cándida, ni puede ser cándida. El escritor tiene el deber de no ser ingenuo. De lo que se trata es de que mire con una mirada que vaya más allá de la candidez. O si se me permite y no se interpreta como pedante, debe mirar con sabiduría.
«Me despierto preguntándome y anochezco preguntándome».
Apunta usted que las personas también somos lo que dejamos en los demás.
Claro. Somos lo que dejamos en los otros y en los otros no necesariamente dejamos todo. Los otros no necesariamente van a poder saber todo de nosotros, muchas veces porque no alcanzaron a preguntárnoslo. Siempre digo que todo lo que creas que debes preguntar a alguien próximo, pregúntalo ya. En ese sentido no sólo somos lo que dejamos en los otros, sino también lo que los otros van a pensar de nosotros. Todo lo que no les digamos también somos nosotros.
Hablando de memoria, ¿qué le gustaría que quedara en el lector tras pasearse por La emoción de las cosas?
En relación con la gente joven quisiera que supiera que esta mujer, yo, tuvo un río limpio en su infancia. Ese río ya no está limpio y deberíamos preguntarnos qué hemos hecho para dejar esto así; para degradar aquella belleza en apenas unas décadas. Al hilo de eso habría que plantearse que podemos realmente hacer para que aquello se recupere de la situación tan lamentable en la que ha quedado.
Por otra parte, al contar mi memoria, me anima la posibilidad de que los otros encuentren la suya. Que al leer mis cosas, recuperen las suyas. Que vayan juntando recuerdos e historias de su vida para que cobre fuerza el conjunto. Un dedo sólo tiene poca fuerza, pero varios dedos juntos hacen un puño.
Vida y obra
Ángeles Mastretta, periodista y escritora, estudió Ciencias Políticas y Sociales en la Universidad Autónoma de México. Desde muy joven colaboró en medios de comunicación como Excelsior, La Jornada, Proceso y Ovaciones, una revista en la que firmaba la columna Del absurdo cotidiano, a través de la que su nombre comenzó a sonar.
En 1974, y gracias a una beca del Centro Mexicano de Escritores, tuvo la oportunidad de trabajar con autores de la talla de Juan Rulfo y Salvador Elizondo. Un año más tarde sería nombrada directora de Difusión Cultural de la ENEP-Acatlán, cargo que ocupó hasta 1977. Al siguiente, pasó a encabezar el Museo del Chopo. En 1982 dejó ese puesto y entró a formar parte del consejo editorial de la revista feminista FEM, en el que aún sigue figurando.
Mastretta, casada con el escritor y analista político Héctor Aguilar Camín, participó, junto a Germán Dehesa, en el programa de televisión La almohada, cultural centrado en coloquios y entrevistas. Sostiene un blog titulado Puerto Libre y escribe con asiduidad en la revista Nexos. También colabora con periódicos europeos como El País y Die Welt.
La autora mexicana se ha caracterizado por ser una defensora “racional, no fanática”, del feminismo, y ha participado en la fundación de diversas organizaciones como la activa Unión de Mujeres Antimachistas, en México D.F.
Trayectoria
Su trayectoria literaria comenzó al ganar un concurso con La pájara pinta, un libro de poesía publicado en 1978. Pero lo que deseaba Mastretta —que consideraba ese poemario una “casualidad”– era escribir una novela, algo que había estado sopesando durante años, hasta que se le presentó la oportunidad cuando un editor ofreció patrocinarle seis meses para que la escribiera. Así nació Arráncame la vida que, publicada en 1985, tuvo un éxito inmediato y obtuvo el Premio Mazatlán al año siguiente. Esta obra, para la que la escritora eligió el título de una canción de Agustín Lara, le otorgó fama y prestigio internacional y, más de 20 años después, en 2008, fue llevada al cine con el mismo título.
A esta primera novela le siguió, en 1990, Mujeres de ojos grandes, y en 1993, el libro de relatos cortos Puerto libre. Tres años más tarde volvió a triunfar con Mal de amores, que obtuvo el Premio Rómulo Gallegos 1997. Desde entonces ha seguido publicando con regularidad novelas, relatos y libros de carácter autobiográfico. Su obra ha sido traducida a 20 idiomas.
Poesía
- La pájara pinta, México, 1978
- Desvaríos, México, 1996
Novelas
- Arráncame la vida. Alfaguara. 1985
- Mal de amores. Seix Barral.1996
- Ninguna eternidad como la mía, Cal y Arena.1999
- El cielo de los leones, Seix Barral. 2003
- Ángel maligno. 2008
Relatos
- Mujeres de ojos grandes. Seix Barral. 1990
- Puerto libre, 29 textos breves. Cal y Arena. 1993
- El mundo iluminado. Seix Barral. 1998
- Maridos, Seix Barral. 2007
- Hombres de amores. 2008
Memorias
- La emoción de las cosas. Seix Barral. 2012