Con más de 20 millones de lectores en todo el mundo, rompe el escritor con sus escenarios literarios habituales para dejarnos ante una historia de supervivencia protagonizada por Negro, un perro baqueteado por la vida que le dio pie, en el curso de la presentación de su obra en Madrid, para hablar de otros muchos temas. Por ejemplo, de la libertad.
Si los hombres y mujeres que cobran vida en los libros de Pérez-Reverte están rotos, ¡cómo no iban a estarlo sus perros! Los héroes revertianos tienen fisuras: Lucas Corso, Diego Alatriste o la Teresa Mendoza de La Reina del Sur. Todos se han hecho en el combate, discurra éste en el siglo XVI, en el XX o en un descampado donde los humanos apuestan dinero mientras dos sabuesos se despedazan a dentelladas.
Ese es el punto de partida de Los perros duros no bailan, una novela dotada de la fuerza que caracteriza la obra de Pérez-Reverte pero que conserva un rasgo singular: está protagonizada y narrada en primera persona por un perro. Las 160 páginas de esta novela negra se sostienen en la voz de Negro, un mastín español mezclado con fila brasileña que, después de haber sobrevivido a las salvajes peleas organizadas y de haberse reinventado como perro guardián, se ve obligado a regresar a aquel infierno para rescatar a dos amigos: Teo y Boris el Guapo, un rodesiano pelirrojo y un lebrel, ambos secuestrados y obligados a pelear en naves industriales.
«Desde que tuve fuerzas para roer un hueso, tuve deseo de hablar para decir cosas que depositaba en la memoria». Esta frase de El coloquio de los perros, de Miguel de Cervantes, sirve de epígrafe para instalarnos en una historia llena de recovecos.
Los personajes de Pérez-Reverte despliegan siempre un tapiz moral. En esta ocasión, sus protagonistas humanos ceden espacio a podencos, setter, bodegueros, dogos, mastines… Adquieren fisonomía animal. Pero todos los habitantes de las novelas del autor –ya sean cánidos o humanos– son trasposiciones de «mi vida vivida. Criaturas que vi morir y matar, huir y suplicar en mis años como corresponsal de guerra».
No hay libertad sin lucha
«No hay libertad sin lucha», comentó el escritor para significar el espíritu del protagonista de una novela que «no pretende denunciar nada». Lo dice con la boca pequeña porque casi sin solución de continuidad denuncia: «Al escribir inevitablemente me fui asomando al lado más siniestro del mundo de los perros y constaté que en España la legislación y la actitud de los legisladores respecto al maltrato animal es una vergüenza y deja indefensa a la autoridad».
Pérez-Reverte se declara entregado a los animales en general y a los perros en particular, «siempre he tenido muchos perros por lo que no he podido evitar asomarme a su realidad y llegado a la conclusión de que en España el maltrato animal sale gratis. Uno puede torturar a un animal, matarlo o hacer con él cualquier barbaridad y, como mucho, te va a caer un año de cárcel, que por supuesto no cumples si no tienes antecedentes, y una multa que, por supuesto, no pagas. Hay una serie de mafias que operan como quieren: secuestran perros para usarlos como esparrin en las peleas, amenazan a los dueños, etc. Esa gentuza hace lo que le da la gana pues nuestra ley es, en ese sentido, una de las más infames de Europa».
¿En quien se ha inspirado?
He tenido muy presentes El coloquio de los perros de Cervantes; El libro de la selva de Kipling y algunos de los libros de Jack London que leí cuando tenía trece o catorce años. Esta novela salió en un mes pues estaba muy pensada, muy reflexionada.
Otro personaje más herido por la vida….
Uno es rehén de su propia edad y hay una serie de cosas que me interesan especialmente en la vida y en la literatura. Me interesan los personajes que tienen ya una historia detrás. Cuando la vida te ha dejado marcas en el cuerpo y en la memoria, como es el caso de Negro, el protagonista de Los perros duros no bailan, me interesa captar cómo se ve la vida cuando tienes ese lastre, esa mirada enturbiada por el conocimiento de lo que es el mundo y la condición humana. Con la edad uno va perdiendo palabras con mayúscula y las palabras lealtad y dignidad son de las pocas que me quedad intactas y, justamente, los perros las tienen. Quería simbolizar la lealtad, el valor, el coraje, el compañerismo, la dignidad y por eso estoy muy orgulloso del personaje de Negro. Me gusta ese perro. Me hubiera gustado que fuera mío. Es un héroe que también ha matado. Tiene sangre en la memoria, en las uñas, en el hocico, en los dientes. Tiene cicatrices en el cuerpo, tiene fantasmas que lo acompañan en sus pesadillas. Tiene toda esa mochila que tienen los seres que viven. Tiene esa mirada que ya nunca podrá ser inocente porque ha visto cosas que no hubiera querido ver.
¿La lealtad nos humaniza o nos animaliza?
Es evidente que el ser humano está por encima del perro, pero el perro tiene virtudes que yo desearía para los seres humanos. Por supuesto hay perros malos; hay amos que hacen malos a los perros. Las virtudes que más amo en los hombres las tienen los perros y eso los hace para mí especialmente queridos. Para mi gusto los gatos son demasiado humanos y por eso no me gustan tanto. Los caballos son nobles pero estúpidos… pero el perro es para mí el animal perfecto. Nadie está sólo si tiene un perro. Por la edad que tengo y por la vida que he llevado hay pocas cosas que me mojan el lagrimal y, sin embargo, la mirada de alguno de mis perros me emociona. La vida te va quitando las inocencias, pero entre las cosas que te va dejando está la lealtad de los amigos y, entre ellos, siempre los perros que no te fallan jamás. Si tuviera que vivir en una isla desierta tengo claro que con la compañía de una biblioteca y un par de buenos perros tendría la vida colmada. He perdido el respeto a muchos seres humanos, pero nunca a un perro.
¿Tiene este libro algo de metáfora? ¿Habla de perros pero, en realidad, está hablando de seres humanos?
Efectivamente. Ha sido un poco como tener bula para contar la realidad de forma como no hubiera podido contarla si hablase de seres humanos. Haciéndolo con perros he tenido la oportunidad de hablar de cosas que si pusiera en boca de humanos se me hubieran echado encima todos los colectivos habidos y por haber. Ha sido una buena coartada para escribir con una libertad que cada vez es más difícil. Cuando se escribe hay que tener un cuidado tremendo pues según las palabras que utilices siempre hay alguien que se puede ofender. Llega un momento en que todo lo que uno escribe es susceptible de crear conflicto. Estamos cortando la lengua a gente necesaria.
En mi caso, y en el de algunos otros, hemos pasado la línea y siento que una campaña o unos tuits no me van a perjudicar ni a quitar lectores. Pero hay gente joven muy interesante y con un talento extraordinario que no se atreve a escribir ciertas cosas por el peligro de que se vaya a interpretar mal lo que quieren decir. Eso es terrible porque se les está tapando la boca. Deberíamos recapacitar sobre eso y los medios deberían tenerlo muy presente a la hora de defender a su gente. Hoy está en peligro la única garantía de libertad que es una prensa libre. El día que se callen las voces de los periodistas, sea cual sea su ideología, pues hace falta todo para que el destinatario pueda elegir, contrastar, deducir y sacar sus propias conclusiones, ese día estaremos todos perdidos. Nunca habíamos vivido un momento como éste, no sólo en España, sino en todo Occidente. Lo de la autocensura es una moda estadounidense que se ha ido extendiendo por todo el mundo y eso es muy grave. Peor todavía que la crisis económica es la autocensura por el miedo a la reacción en las redes sociales. Es terrible.
(«Yo escribo con mi vida», insiste Pérez-Reverte a lo largo de la conversación. «Ni aunque escriba un artículo de folio y medio puedo renunciar a mi vida. Eso interfiere continuamente en mi escritura. En esta novela está también toda la literatura leída, todas las películas vistas, toda la vida vivida y, por supuesto, toda la mirada sobre el ser humano que la vida me dejó. Estoy condenado a escribir un tipo de novelas llenas de personajes duros, castigados. Cuando hablo de violencia, de sangre, de remordimiento, de morir o de matar lo hago porque lo he visto. Eso hace que mis novelas sean mías».)
Y vuelve usted a hablar de libertad, de lo que cuesta la libertad. ¿En qué sentido?
No hay libertad que se gane sin lucha. Eso está claro. Lo está en toda mi obra y también en esta novela. Vivimos en un mundo en el que hemos convencido a los jóvenes de que tienen derecho a todo, de que todo les es concedido por defecto, de que basta decir quiero tener ésto para tenerlo. Estamos criando generaciones de niños, de chicos y de jóvenes que piensan que todo está ahí porque es gratis y no es verdad. Lo que está ahí ha costado mucho sudor, mucha sangre, mucho sacrificio, mucha muerte, mucha lucha… Ahora se está disfrutando el resultado pero la lucha, aunque ya no se vea, estuvo ahí. Olvidamos que continuamente lo conseguido está sometido a reválida. A una especie de examen para ver si el ser humano tiene derecho a tener lo que tiene. La historia de pronto enfrenta al ser humano a circunstancias en las que lo pone a prueba y ahí es donde hace falta luchar. De ahí la ética de la lucha.
¿Estar siempre alerta?
El ser humano debe estar en guerra permanente. En guerra psicológica porque nada está definitivamente conseguido, nada está consolidado. Todo puede retroceder. Todo puede desaparecer. Yo he visto desaparecer países que vivían en una paz que parecía muy establecida. Hombres y mujeres muy asentados a los que un golpe de la historia barrió de un plumazo. Es fundamental ese recordatorio de que estamos o podemos estar en un lugar peligroso y hostil donde hay que estar continuamente ganándose la libertad. La lucha no es mala. Hay que estar preparado para luchar. Sin ella estamos indefensos. E insisto en que ahora a los chicos les estamos diciendo que la lucha es mala y, cuando es necesaria, es muy buena pues sin ella no hubiéramos alcanzado la libertad que tenemos. Nuestros hijos y nuestros nietos serán sometidos a esa prueba muchas veces. Es buenísimo vivir en paz, pero tienes que saber que puede que un día tengas que luchar, por una causa justa, no por una tontería, pero luchar con decisión. Es bueno saber que todo lo conseguido puede volver atrás por lo que hay que estar atento, muy atento.
(Y concluye Arturo Pérez-Reverte insistiendo en un mensaje categórico: “En España el maltrato de animales, las peleas de perro y las torturas de animales en general no están castigadas. Es una salvajada contra la que tenemos que luchar. A esos individuos que están en las Cortes haciendo lo que están haciendo no se les ocurre jamás decir o hacer algo para detener esa sangría. El maltrato animal sale gratis y como sale gratis cantidad de hijos de la gran puta se benefician. De ese escándalo no son responsables ni jueces ni policías, sino los políticos que no dan las herramientas necesarias para combatir con eficacia esa vergonzosa situación”.)