Docente de escritura creativa en la prestigiosa Scuola Holden, creada en Turín por Alessandro Baricco, y fundador en su casa del Valle Vairata del proyecto de residencia artística Alfabaita, con su primera novela, Un mattino a Irgalem, Longo recibió los premios Grinzane Cavour y Via Po. El comedor de piedras, galardonada con el Ciudad de Bérgamo y el Viadana, fue llevada al cine en 2017 con guion de su propia mano y L’uomo verticale fue reconocida con el Premio Lucca. También ha realizado documentales y escrito guiones para teatro y libros infantiles, además de colaborar asiduamente en radio y en periódicos como La Repubblica.
Su incursión en la novela negra llegó con El caso Bramard, primera entrega de la serie Los crímenes del Piamonte. A Las bestias jóvenes, que ahora se traduce al español, seguirán, ya publicadas en Italia, Una rabbia semplice y La vita paga il sabato.
– Tras escribir otro tipo de relatos, ¿qué le llevó a adentrarse en el género policiaco?
Como escritor me considero un artesano. Una persona que con los años ha llegado a adquirir el dominio de cierta técnica. En ese sentido puedo escribir cualquier género literario, desde novela histórica a ciencia ficción y, ¿por qué no?, novela negra. No creo que se necesite una técnica específica para escribir novela negra si partimos de que el mecanismo esencial es el mismo que subyace al afrontar cualquier otro género. El objetivo no es otro que lograr que los lectores se enganchen a la historia y no puedan dejar el libro. Esta premisa es aplicable a la resolución de un crimen o a desentrañar cómo termina una gran historia de amor. Partiendo de eso me planteé escribir novela negra como un reto muy apetecible.
– ¿Qué papel cree que juega como género la novela negra en la literatura actual?
Desde hace mucho tiempo, la novela negra aborda toda la temática social y política y facilita al lector la posibilidad de acercarse a ciertos temas complejos que solo se trataban en ensayos o reportajes periodísticos. En este sentido suelo poner como ejemplo muy clarificador la novela Gomorra, de Roberto Saviano, porque los periódicos y los periodistas llevaban años publicando temas sobre esta organización criminal, pero el gran público llegó a tomar contacto con la realidad de la camorra gracias a este libro. En mi opinión, la novela negra tiene por lo general dos propósitos distintos que dividen este género en dos escuelas muy diferentes. Por un lado, tenemos la de puro entretenimiento, un propósito claramente legítimo que aspira a tener al lector enganchado y pasando página tras página para descubrir quien ha cometido el delito. Simplemente consume la obra sin otro fin. Pero hay otro tipo de novela negra mucho más ambiciosa, que es la que vemos habitualmente en Estados Unidos, Francia o España, en la que los escritores recubren el producto literario con ingredientes que también captan al lector pero que buscan y pretenden dejar una estela de mayor permanencia a lo largo del tiempo. Eso se puede lograr con el vínculo humano que se crea con los personajes o a través de la visión de esas áreas oscuras de la sociedad, de la política o de la vida en común.
– ¿En cual de esos ámbitos se encuadraría usted?
Obviamente en este segundo grupo. Esta segunda escuela es en la que me encuentro más a gusto y, por supuesto, me gustaría que en ella se me encuadrase como escritor.
– ¿Le halaga que se le compare con Camilleri?
La comparación es muy halagadora. Me gustaría vender tantos libros y tener tantos lectores como él. Creo que lo que tenemos en común es el vínculo con los personajes en su tierra de origen. Ahora bien, viniendo de territorios tan distintos concebimos personajes también muy diferentes. Los de Camilleri son personajes solares porque están vinculados a Sicilia. Él concibe la novela negra como una historia solar y los míos son mucho más crepusculares, más cercanos a la novela policiaca francesa o, incluso, a la nórdica. Es evidente que Camilleri era un enorme maestro que dominaba admirablemente la técnica de la escritura por lo que, como he dicho, es un honor que de alguna forma los lectores asocien nuestros nombres.
– ¿Cómo definiría literariamente Las bestias jóvenes?
Es muy difícil que un libro se ciña sólo a un género, ya sea policiaco, amoroso, histórico, social, etc. Si ponemos el ejemplo de los evangelios, constatamos que tiene elementos de muchos géneros. Creo que el escritor cuando comienza a escribir un relato no tiene la idea de un recinto preciso y estricto en el que se quiere circunscribir. Si pensamos en las fábulas, en los cuentos que posiblemente son la forma más antigua de narración… Si pensamos en la Odisea o en la Iliada, en la que tenemos una historia de amor, una historia de guerra, otra de tradición, de jerarquía, de lucha política… Todos esos elementos se encuentran en la misma obra. Hoy en día contamos con un público lo suficientemente maduro y acostumbrado a navegar en estas historias que requieren de un paladar capaz de percibir sabores complejos y combinados. Cuando surge un género pasa algo parecido a cuando los niños comienzan a comer. Le damos carne con judías verdes y el pequeño quiere sólo la carne pues piensa que si mezcla se va a perder su sabor. Pero con el tiempo va aprendiendo a saborear esa complejidad y a formar el paladar para valorar y combinar sabores. Los lectores de hoy en general están formados para combinar sabores literarios distintos en una misma obra. En ese sentido, Las bestias jóvenes es una novela negra que juega con otros géneros.
[El relato comienza en una obra cerca de Turín, cuando los trabajadores de la línea de ferrocarril encuentran los restos de una docena de cadáveres asesinados de un golpe en la nuca y arrojados a una fosa común. El primero en llegar al lugar de los hechos es el comisario Arcadipane, pero un equipo de la policía de Milán especializado en análisis históricos y crímenes de la Segunda Guerra Mundial le arrebata el caso.
Arcadipane sospecha algo raro por la velocidad y la forma con la que le han quitado el caso y, con la ayuda de dos antiguos colaboradores, emprenderá una investigación paralela a la oficial que reabrirá un caso de los años setenta y sacará a la luz un oscuro asunto de posguerra que enlaza con la actualidad. Un intento de cambiar la historia política del país que alguien quiere encubrir por segunda vez.]
– Resulta curioso que la acción de la serie Los crímenes del Piamonte se desarrolle en esa región del norte de Italia, cuando la mafia se asocia a lugares del sur, ¿por qué?
Me gusta poder explicar que los escenarios son todos reales, incluso en aquellos casos en los que he cambiado el nombre los pueblos corresponden a lugares que existen. Respondiendo a la pregunta ¿por qué Turín? Tengo que concluir que por dos motivos: primero, porque es mi ciudad y es una zona y una gente que conozco muy bien. Y segundo, porque otras grandes ciudades italianas como Roma, Palermo, Nápoles o Florencia ya tienen un imaginario muy bien construido para los lectores a través de un montón de novelas, películas y producciones artísticas. Por el contrario, el Piamonte, al ser en este sentido una región más apartada y reservada, más cerrada, es un territorio más virgen que me permite construir un imaginario literario que dota a la historia de más fuerza.
– La lectura de sus libros deja la idea de que usted intenta transmitir mensajes que trascienden lo que relata, ¿con qué mensaje le gustaría que se quedase el lector de Las bestias jóvenes?
Mi objetivo no es transmitir mensajes, al menos de manera consciente. Lo que pretendo es transmitir a los lectores la complejidad de la realidad y de los seres humanos. Los libros que solemos amar son aquellos que nos permiten acceder a ciertos estratos de la realidad de los seres humanos que desconocíamos o de los que no teníamos una idea clara. Eso podemos lograrlo a través de historias de amor, de historias de formación o, incluso, de los relatos en los que se engloba el género policiaco. Creo que esa es la ambición de quienes escribimos y no pretendemos simplemente entretener. Por otra parte, cuando se escribe un libro pensando en transmitir un mensaje se trabaja en la dirección opuesta y al final se construye un producto forzado, más superficial y que considero menos convincente.
– Cuándo comienza a escribir cada libro, ¿tiene perfectamente estructurada la historia o se deja llevar por la improvisación al ir avanzando en lo que relata?
Suelo escribir con una escaleta bastante rígida en la que contemplo todos los puntos de la historia. Eso me parece indispensable porque cuando se escriben libros con una trama tan compleja es necesario ser muy riguroso para controlar el mapa de la construcción y de las proporciones de la novela. Conozco a muchos escritores que trabajan sin escaleta y los suelo encuadrar en dos grupos diferentes: aquellos que escriben libros sin demasiada trama, libros más de intuición o reflexión, y los que escriben obras de trama más compleja pero que son genios, al menos yo los considero como tales, y todos sabemos que se dan tres o cuatro genios por siglo. La mayoría de los escritores «normales» necesitamos una escaleta que puede ser sucinta, como una lista de la compra, o algo más amplio. Pero mucha gente rechaza la escaleta porque esta fórmula ilumina de manera absolutamente clara sobre si hay una historia o no la hay.
– Imparte un taller de escritura creativa, ¿considera que además de la técnica también se puede enseñar la creatividad?
Podemos enseñar a construir una casa que se mantenga en pie. Si, más allá de construir un edificio cuyo techo no se nos cae encima, podemos lograr una casa en la que las personas se sientan a gusto y quieran vivir dependerá de un talento que no se puede enseñar. Creo que en la profesión del escritor, un sesenta o setenta por ciento es un oficio que se aprende. Como premisa propongo que logremos edificios literarios con buenos cimientos que se mantengan en pie, ya sea en los libros, en los periódicos, en las webs, etc. y después ya surgirán los que contengan ese talento añadido; el de la literatura destinada a permanecer.
– A la hora de escribir defiende usted la libertad absoluta…
Por supuesto. Me considero muy libre a la hora de enfrentarme al proceso de escribir. Nunca pienso en la corrección política en eso tan manido de lo correctamente político. La literatura y el arte no han de estar vinculados o sometidos a la corrección. La cultura de la cancelación es una derrota. En lugar de considerar al lector como agente pensante, personas inteligentes, críticas, que saben tomar distancia de las historias y saben contextualizarlas, a menudo se les considera sin capacidad. Es un gran error.
– ¿A qué se refiere cuando habla de los años de plomo?
En Italia contamos con muchos períodos históricos bastante oscuros. Ahí están los años 60, los 70, los 80 y períodos más recientes. Yo nací en 1971. Mi niñez transcurrió durante los años 70. Si nos ceñimos al número de muertos por motivos políticos en esa década, hubo más de uno al día. Muertos causados o bien por las Brigadas Rojas, o por grupos armados de estudiantes de derechas, o por grupos armados de estudiantes de izquierdas. Esos datos espantosos revelan la realidad de Italia en aquel entonces, un país que estaba experimentando una guerra civil de baja intensidad. Si bien personalmente en mi niñez nunca tuve esa percepción. Yo, como niño, el primer recuerdo que tengo es en torno a los siete años, con el secuestro de Aldo Moro en 1978. Lo recuerdo porque era un suceso que estaba presente constantemente en la televisión. Fue la primera vez en mi vida que tuve la percepción y la certeza de vivir en un lugar en donde ese tipo de cosas sucedían. El secuestro de Moro fue sólo la punta del iceberg en un país que, como he dicho, vivió durante una serie de años una guerra. Los años de plomo, que remiten especialmente a los 70, constituyen un periodo tormentoso de la historia marcado por el terrorismo y por el enfrentamiento entre fuerzas reaccionarias y revolucionarias. Un periodo de gran convulsión que, más allá de Italia, también afectó a buena parte de Europa.
– Y el papel de la mafia, un tema sobre el que usted vuelve de continuo.
Así es. La mafia es una organización criminal que existe gracias a la mentalidad que comparten tanto sus miembros como la población. En este sentido, la mafia también es la punta del iceberg, porque sólo puede existir en aquellos territorios donde hay personas que comparten una determinada percepción del mundo. Tengo la convicción de que a la mafia se le puede derrotar a través de un estado que funcione y esté cimentado en la meritocracia, porque la fórmula que aplica la mafia es la opuesta. Una estructura que se rige a través de la concesión de privilegios que no tienen nada que ver con los méritos o capacidades del individuo. En este sentido tiene una estructura personalista típica de la época medieval. En la actualidad la mafia no asesina, pero, sin embargo, está más presente e infiltrada que nunca en las instituciones. En los años 70 la mafia se concentraba en el sur de Italia, hoy en día está presente en todo el país, incluso en el norte.
– Ha dicho usted que esa realidad alimenta al escritor, ¿en qué sentido?
Obviamente, en un país en el que la mafia desempeña un papel tan importante, con vínculos tan cercanos con el poder político, con el económico, también con el poder de la iglesia, que representa el poder espiritual en la conciencia de las personas, hay mucho mundo subterráneo. Ese territorio es tremendamente rico para un narrador. Si pensamos en los escritores suecos o noruegos vemos que les cuesta muchísimo construir historias de crímenes o de novela negra que tengan una faceta política, porque el grado máximo de corrupción al que pueden llegar es ridículo si lo comparamos con el de los países latinos. En ese sentido creo que en los países latinos en general y en Italia en particular contamos con un terreno muy fértil para elaborar esas historias.
– Al hilo de sus palabras, ¿cómo ve la Italia de hoy?
Me gustaría poder decir que Italia está pasando por un momento muy difícil y preocupante, pero realmente no he sido testigo de un cambio radical en el tejido social de mi país en los últimos cuarenta años. En los momentos en los que hemos tenido gobiernos que pudieran considerarse más responsables, en mi opinión no fueron el fruto de unas elecciones democráticas, sino gobiernos constituidos en momentos de emergencia. No creo que el problema italiano se remita a los políticos que se presentan a las elecciones, sino que tiene que ver con la disociación entre las necesidades individuales y las públicas. Y hasta que no haya una combinación de las dos la situación no va a cambiar, porque al final somos un país en el que hay personas tremendamente individualistas que votan sólo por su interés personal y eso como proyecto global no lleva a buen puerto.
– Finalmente, ¿a quién lee Davide Longo?
Me siento influenciado por una generación de escritores italianos de los años 50 que me marcaron profundamente. Creadores que tenían una relación con el público que no tenía que ver necesariamente con el número de ejemplares vendidos, sino con el afecto del lector, que se articulaba a través del reconocimiento de sus capacidades como escritores. Hablo de autores de la talla de Primo Levi, Pavese o Dino Bursatti, por citar solo tres. También he leído y me han dejado huella escritores estadounidenses de los años 30 y 40 como Hemingway, Faulkner o Steinbeck y clásicos franceses y rusos. Más recientemente he leído con enorme placer novelas españolas, como Soldados de Salamina, Patria o Anatomía de un instante. Debo confesar que no leo mucha novela negra, aunque admiro a Fred Vargas, pero me gustan especialmente obras que sin ser negras contienen elementos del género, como por ejemplo Almas grises, de Philippe Claudel. En definitiva, procuro nutrirme de historias que tienen un respiro épico, ese que nos deja huella para siempre.