Naturalmente nunca ha estado narrativamente muerto sino, bien al contrario, muy vivo y a menudo brillante. Pero es cierto que, gustos e incondicionales aparte, este enorme escritor estadounidense con porte de actor, tras deslumbrarnos con cuatro o cinco obras de envergadura, en los últimos tiempos parecía haber entrado en una especie de pantano imaginativo que provocaba en muchos lectores algo parecido al cansancio.
Del tirón
Y de pronto nos lanza a la cara un buen puñado de la mejor literatura. Estamos ante un libro que atrapa. Una vez iniciado se lee de tirón. Diario de invierno parte de los primeros mensajes que el paso del tiempo va dejando, de las primeras señales de la vejez en este autor que en 2006 obtendría en España el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, para evocar episodios de su vida.
Con un tono narrativo de altura asistimos a una sucesión de algunas de las historias que han configurado su vida: un accidente infantil mientras jugaba al béisbol, la primera experiencia sexual con una prostituta, el recuerdo de sus padres, el terrible accidente de coche que estuvo cerca de costarle la vida… Y, claro, los ataques de pánico, los matrimonios fallidos, la conciencia del cuerpo que envejece.
Libro tierno y clarividente. Autorretrato magistral en el que la pasión juega un papel de primera. Creatividad literaria de quien atesora el lenguaje personal e inconfundible de los que han sido dotados con la capacidad de llamarse, con todas las letras, escritores. Paul Auster, para bien de todos los que en la literatura tenemos un refugio, ha resucitado. Démosle el abrazo.
Diario de invierno
Paul Auster
Traductor: Benito Gómez Ibáñez
Anagrama. Panorama de narrativas [2]
243 páginas