Con Fidelidad, el autor italiano ha conseguido que una historia mil veces contada, la crisis de pareja, se haya convertido en tema de conversación. Es la crisis de pareja de los recién casados que buscan un piso más grande y se plantean ser padres, que aún despiertan el deseo de los otros y están dispuestos a fantasear y seguir jugando para sentirse vivos, libres.
Parece también que el punto de partida real de esta historia de ficción, cuyos derechos ya ha comprado Netflix para convertirla en una serie, fue la sospecha por parte de Missiroli de que su esposa pudiera tener un flirteo con su fisioterapeuta. Y hay alguna coincidencia más: el protagonista es asimismo profesor de literatura y vive en Milán. Dicho esto, bastan pocas páginas para darse cuenta que no es el morbo lo que interesa a su autor.
Missiroli habla de algo universal, la complejidad de las relaciones afectivas, pero en un momento biográfico concreto, el que, por otra parte, le pilla más cerca: los años de la crisis económica de hace una década y el modo en que sacudió a los veinteañeros que ahora van camino de cumplir cuarenta años.
Infidelidad está protagonizada por una pareja joven, Carlo y Margherita, profesor en situación precaria y empleada de una agencia inmobiliaria respectivamente, cuya complicidad se resiente al sospechar ella que él podría haber tenido un lío con una de sus alumnas. La duda de esa posible traición no provoca la ruptura sino la coartada para que la parte traicionada responda con la misma moneda.
Aparte del fisioterapeuta de ella y de la alumna de él, juegan también un rol esencial las madres y padres, presentes y ausentes, de todos ellos. Mucho más que los encuentros eróticos de los adúlteros que salpican la trama, al autor le gusta, y lo hace con indudable maestría, detenerse en cómo van mutando los vínculos familiares en esos años en que los hijos se hacen adultos de verdad y los padres se exponen a los riesgos de la vejez.
Milán, el Milán de la expo universal de 2015, es la otra gran protagonista del libro, paseada con la precisión de una guía de viajes, con el mismo nivel de detalle con que tenemos noticia de los libros que leen, las películas que ven y las canciones que escuchan los personajes. Y como no podía ser de otra manera en una ficción con vocación realista, las redes sociales están ahí para mandar mensajes, para mostrar deseo y despertarlo cuando aún eso es posible.