Brian Boyd, en su excelsa biografía de Vladimir Nabokov (concretamente en Los años americanos) recoge que la narrativa de Lolita fue comparada en 1951 con la de West (es cierto, se pueden observar grandes similitudes entre la particularísima prosa de ambos). Harold Bloom, en su Canon Occidental, dice de West que muestra una visión violenta, escéptica y dolorosa de un mundo que es pura farsa y desolación. Señala que sus obras, a pesar de que representan la decadencia y que en ellas reina el infierno, nos sumergen también en una búsqueda en la que encontramos al prójimo.
Con todos estos mimbres resulta paradójico que en la actualidad sea harto complejo hacerse con la obra de West en España. Una obra que se reduce, además, a cuatro novelitas (no encuentren atisbo de crítica, la realidad es que ninguno de sus libros es demasiado extenso). Por suerte, Hermida Editores acaba de publicar una nueva edición de El día de la langosta, cuya traducción ha corrido de la mano de José Luis Piquero. Las otras tres novelas, publicadas en su día por diversas editoriales, actualmente están descatalogadas. Se trata de The Dream Life of Balso Snell, Miss Loneyhearts (su obra cumbre) y A Cool Million. Una pena.
El día de la langosta es un ácido retrato del Hollywood de finales de los 30; una fotografía grotescamente deformada por la sagaz óptica del autor, y quizá por ello acertadísima, de una sociedad decadente y descorazonadoramente individualista, repleta de personas que van a California a morir, como bien señala West de uno de sus protagonistas: Homer Simpson (que Matt Groening se basara en este personaje para su legendario Homer es solo un rumor que nunca ha confirmado).
Ir a California a morir es una de las alegorías más lúcidas y reveladoras de nuestro tiempo. Es el patético viaje en patera de los no menesterosos, de aquellos que no huyen del hambre o de la guerra, pero que sí se embarcan en un viaje igual de desesperado por alcanzar unos arquetípicos anhelos de éxito y fama, de un reconocimiento social como única forma de realización personal. West, que se trasladó a Los Ángeles desde Filadelfia para trabajar como guionista (profesión en la que sí gozó en vida de cierta notoriedad), lo entendió desde el primer momento.
Lejos de hacérsenos remoto, el retrato social que dibuja West está hoy más vigente que nunca. El individualismo epicúreo que refleja en El día de la Langosta se ha exacerbado hasta cotas que ni él sería capaz de sospechar. Especialmente clarividente (y aterrador) es el incidente de la marabunta en los aledaños del cine, en el que una caterva formada por individuos, movido cada uno de ellos por su propio interés, actúa de manera acompasadamente unánime y terroríficamente despiadada. La suma de individuos determinados por la necesidad de satisfacción continuada del propio ego conforma una masa homogénea que fagocita, precisamente, al individuo. La quema de Los Ángeles que sueña Todd Hackett en la obra representa la decadencia de la sociedad actual.
Uno trata de sosegar la desazón repitiéndose en voz alta que quizá la admonición de West (hace casi un siglo) fuera demasiado pesimista. Pero en un tiempo en el que las redes sociales han generado una realidad paralela cainita, con individuos ávidos de aprobación constante de sus congéneres a través de me gustas y retuits a cualquier precio, es inevitable no rendirse a la desesperanza: la perspectiva de West no solo no era pesimista, sino que era demasiado acertada como para no doler. Tratemos de afrontar a la triste realidad con el mismo humor e ironía que él.