Todo cuanto nos describe lo vemos a través de la mirada de Harriet, demasiado mayor para jugar con sus hermanos pequeños y demasiado pequeña para merecer el interés de su hermana mayor. Harriet es la cría que de un día para otro deja de querer ser exploradora y navegante para ansiar sentirse deseada y admirada por los mayores.
El detonante de todo es la llegada a la casa del capitán John, un joven apuesto que llega a ese rincón de la India para recuperarse tras haber sido torturado y haber perdido una pierna en la Primera Guerra Mundial. Su irrupción coincide con la entrada de Harriet en la etapa de los descubrimientos que siempre trae cualquier adolescencia: los cambios corporales y el nacimiento de una vocación, el amor y los celos, la muerte y la pérdida. Los recuerdos de Harriet tienen mucho de los recuerdos de la propia autora porque Godden también se crió con sus hermanas en la India.
No encontrará el lector un ápice de pretenciosidad en la escritura de Godden pese a su alto contenido simbólico, con ese río que, como la vida, sigue su curso imperturbable suceda lo que suceda en sus orillas y por grave que eso sea. Su prosa es elegante y transparente, sin subrayados, como en voz baja, con las descripciones justas y los diálogos imprescindibles.
Un río de cine
Cuando poco tiempo después de su publicación la novela llegó a manos de Jean Renoir, el gran cineasta francés la calificó de hermoso tributo a la India y a la infancia. Juntos, Godden y Renoir, escribieron el guión de la película del mismo título estrenada en 1950, una de las mejores de la última fase del director de La regla del juego o La gran ilusión. Tan sensual o más que la novela, tan encantadora o más que el libro, tan conmovedora o más que la narración escrita.
“Esta es la historia de mi primer amor. En ella se cuenta lo que es crecer a orillas de un río salvaje”, escuchamos en los créditos iniciales en una voz en off que es la de Harriet adulta recordando aquel tiempo en que todo cambió para ella. La película recoge casi literales algunas frases de la novela como ésa de “yo no sabía que crecer duele” o aquella otra de que “con cada persona que conoces naces un poco o mueres un poco”.
La cámara de Renoir –no lo olvidemos: hijo de su padre–, tan sensible siempre a la exuberancia del paisaje, ilustra la voz de la narradora con afán casi documental dando cuenta de las tradiciones y costumbres, danzas y rituales religiosos de esa tierra. No es la única gran película inspirada en una novela de Godden, que también escribió Narciso negro (1947) llevada a la gran pantalla por Michael Powell y Emeric Pressburger y protagonizada por Deborah Kerr.
Renoir cuenta en sus memorias que el libro le entusiasmó y decidió comprar los derechos cinematográficos pese a la oposición de su agente, que quiso quitarle tan peregrina idea de la cabeza. “Yo solo veo a la India con elefantes y una cacería de tigres. ¿Tiene una cacería de tigres en su guión?”. Los productores le formularon la misma pregunta y así estuvo hasta que dio con un empresario que le gustaba el cine tanto como la India y que aceptó, también un poco resignado, producir la película aunque el único animal salvaje con cierto protagonismo fuera una serpiente.
Siempre había sido muy partidario Renoir del blanco y negro porque, escribió, “contribuye poderosamente a hacer del cine un espectáculo. Tiene la ventaja de no ser realista: se quiera o no, la vida exterior está en color”. Sin embargo, la localización de esta historia le convenció de que los colores de la India constituían motivos maravillosos para experimentar, por fin, sus teorías sobre la película en color. Martin Scorsese ha dicho alguna vez que El río es una de las películas de su vida, que su padre le llevó a verla al cine cuando tenía nueve años y que aquellos colores y el acceso a una cultura tan distinta a la suya le fascinaron de un modo que no ha olvidado tantos años después.
El río, en papel o DVD, bien merece más de una visita.
El río [1]
Rumer Godden
Traducción: Javier Fernández de Castro
Editorial Acantilado
144 páginas
14 euros