Y, además, hay dos cosas que parece inevitable hacer: una, preguntarse cómo es posible que, tras su publicación en Italia en los setenta, esta espléndida novela haya estado casi medio siglo perdida; y otra, volver al principio del libro y empezar de nuevo, a ese principio que el final ilumina y en el que aparecen las mismas palabras, la misma voz que escuchamos al inicio, la que empezó a contarnos su historia, una historia que tal vez hubiera sido distinta, dice el narrador, si aquella mañana él hubiese tenido algún dinero y no hubiera llegado la lluvia, una lluvia que saturó de aromas “la ciudad desmemoriada y sorprendida”.

El último verano de Roma (Tusquets, 2020) fue la primera novela de Gianfranco Calligarich (Asmara, 1947), periodista, narrador, guionista, autor y director teatral y fundador del Teatro Siglo XX romano.

La nota del editor italiano explica por qué este es un libro de culto y un caso tan singular en el mundo literario. La novela, aunque ganadora del Premio Inedito 1973 y alabada con entusiasmo por Natalia Ginzburg y Cesare Garboli, desapareció del mercado editorial hasta que muchos años después fue reeditada por Aragno para, tras agotarse esta nueva edición, desaparecer otra vez hasta la reciente recuperación por Bompiani.

Leo y la ciudad

Es la historia de un tiempo en la vida de Leo Gazzarra, un joven que dejó Milán (“mi sombría ciudad”) y a su familia –conmovedoras las páginas narrando la despedida de su padre en la estación, un largo y silencioso adiós– para irse a Roma. Leo Gazzarra, un nombre triste le dirá Arianna al conocerlo, “que recuerda batallas perdidas”.

En Roma le espera un trabajo en la revista médico literaria en la que, de vez en cuando, escribe algo “para halagar la inexplicable sensibilidad de los médicos hacia la literatura”. No dura mucho en ese trabajo, su relación con el mundo laboral, como la que tiene con el alcohol, es desquiciada, imposible; es una de las tragedias que lo definen, que le impide crecer, centrar su vida, que lo obliga a mantenerse con las sobras que van quedando.

La bella piazza Navona será su centro de reunión y de allí surgen los amigos y los conocidos. Aunque lo acogen con generosidad, irá viendo que muchos son solo seres perdidos en la frivolidad y especializados en “destrozar a la gente”. Algunos se destrozan a sí mismos, como Graziano, tal vez el amigo más querido, el del fracaso más trágico. En la fajilla promocional se menciona La dolce vita de Fellini, es fácil acordarse también de La gran belleza, la película de Paolo Sorrentino.

Arianna

Al final de ese día en el que llueve y en el que empieza todo será cuando aparezca Arianna, la frágil, voluble e impredecible Arianna. Está en casa de amigos comunes, en un sofá de terciopelo blanco “como un ave migratoria que había encontrado un bote en el que posarse a la espera de que pasara una tormenta. Ausente, extraña, vagamente nerviosa”. En ese primer encuentro recorren la noche romana, que ella conoce “como la palma de su mano”.

Estaba empezando una relación poco apacible, donde se quedan sin decir muchas palabras, y donde el deseo no encuentra la respuesta esperada. Tal vez solo se salvan algunos días de mayo junto al mar, tumbados en un chalecito desocupado, leyendo en voz alta a Proust.

La angustia que le causa la separación de Arianna, una mujer “de una belleza que hace daño”, y el mundo vacío en el que vive, ya no le permiten a Leo salir de la pereza existencial y del hastío en el que se ha instalado. Es una derrota anunciada, ahogada en alcohol y en propósitos que no se cumplen, en medio de una ciudad que ya no le ampara, “que abrasa los recuerdos”, una ciudad en la que quiso creer que nunca pasaban cosas irremediables, solo “cosas tristes, pero no irremediables”.

A veces parece que aún queda una esperanza: ese encuentro apasionado con alguien que lo quiso, Claudia, o el amargo intento de una visita a sus padres en Navidades. Pero ya es tarde: Leo no es valiente, no sabe, no quiere o ya no puede serlo. Aún hay un último encuentro con Arianna, es un día de compras disparatadas que acaba en un hotel cerca de Campo de Fiori, llegan las emociones olvidadas, pero ya es tarde para todo.

El mar

La proximidad del mar fue una de las razones que lo llevaron a Roma; el mar al que acudía todos los días cuando cerró la oficina de la empresa donde trabajaba y también en los mejores tiempos con Arianna. Y al mar volverá cuando la soledad y el desencanto duelan más y crea que ese dolor es irremediable y será eterno

De repente, piensa, había pasado un año, “no tardará en llegar el verano, y luego el otoño y luego el invierno, y luego otra vez la primavera”. Pronto se iniciará el ciclo de nuevo, y así será para siempre. Es, dice, “el momento de alzar velas”. “No echo la culpa a nadie”. Hace el equipaje, una maleta de ropa y dos de libros (hay muchos libros y muchas referencias literarias en la novela). Y va, en su viejo Alfa Romeo, otra vez hacia el mar.

A veces pienso en cómo habría sido mi vida si aquella mañana en la que empezó todo no me hubiera topado con la lluvia o hubiera tenido dinero en el bolsillo y todo lo demás, pero no soy capaz de imaginarme nada en particular. Pienso, eso sí, en mi ciudad, en la nuestra, y pienso en los árboles del río y en las crestas de las iglesias contra el cielo (…) Pienso que todo tiende al mar.

Da igual que esta novela magnífica haya tardado tanto, ha merecido la pena la espera.

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