Desconcierta la apariencia de adolescente de Eleanor Catton [1] (Ontario, Canadá, 1985), que declara haber invertido cinco años de vida en rematar esta densa –más de 800 páginas– y excelente novela que pese a su volumen se lee de tirón. Un texto que más parece fruto de una experimentada mano que de alguien que se siente «casi» al comienzo de su carrera como escritora y manifiesta un cierto vértigo ante el amplio eco internacional de su obra.
¿Cómo surge Las luminarias?
Fue como una especie de puerta abierta que tenía en mente. En realidad tengo muchas puertas abiertas, aunque no todas se convertirán en novelas el día de mañana. En este caso, cuando ya estaba trabajando en la novela, la puerta se abrió más. Cuando empecé a plantear el libro, uno de los puntos claves que tuve en cuenta fue que he disfrutado mucho como lectora con las novelas de misterio y con la novela negra. Además considero que los libros de misterio dirigidos a los niños y a los jóvenes tienen algo que se pierde cuando se pasa a escribir para adultos y en muchos casos un buen libro para jóvenes o para niños es un texto que puede leer cualquiera, mientras que un libro para adultos no es para todo tipo de públicos. Para mí eso, además de ser una pena, es casi una vergüenza y ese es uno de los elementos que he intentado resolver con este libro.
«Me preocupaba la relación entre la estructura de la novela y la trama en sí misma»
A ratos Las luminarias parece un libro de misterio, a ratos un libro de viaje y a ratos un texto con profunda carga psicológica, ¿cómo lo definiría su autora?
Si tengo que definir la novela me decantaría por un libro de misterio. Sobre todo porque, especialmente a partir del siglo XX, se ha generado una división entre las que son las novelas de detectives y los thrillers. En su origen, tanto unas como otras eran ramas de un mismo árbol, pero hoy ya no. Cuando estaba preparando mi obra, leí muchas novelas de detectives, esas en las que, como en el caso de Agatha Christie, nos enfrentamos a una especie de puzle a través del que, cuando todo queda ensamblado, entiendes el misterio. También he leído thrillers que, como género, están mucho más centrados en por qué el ser humano hace a veces cosas terribles, incluso aberrantes, y en el análisis de la psicología del criminal. La verdad es que eso no me interesaba tanto. Lo que más me preocupaba era la relación entre la estructura de la novela y la trama en sí misma, la historia que cuenta. La armonía y las distintas relaciones que se van generando entre todos sus elementos a lo largo del proceso creativo. Me interesaba esto porque creo que en muchos casos, la trama, la historia, ha caído en horas bajas. Nos encontramos en un momento en que el personaje ha sido elevado al máximo y la trama ha quedado relegada. Tengo la sensación de que cuando se da importancia a la trama es como si no se considerase literatura con ele mayúscula.
Cuando estaba preparando todo el trabajo del libro leí a Aristóteles y me resultó curioso que para él lo más importante a la hora de escribir ficción o drama es la trama, la historia y los personajes son secundarios. De hecho son las elecciones y las circunstancias que provocan esas elecciones las que definen y revelan lo que ese personaje es. Esa certeza me ayudó mucho.
Desde el primer momento de la elaboración del libro he tendido a una novela que podría encajar en la definición de misterio y, si hubiera que acotar una subdivisión, hablaría de una novela de detectives.
Ha invertido cinco años de su vida en escribir Las luminarias, ¿tuvo en algún momento la tentación de tirar la toalla?
Es una tentación que tuve todo el tiempo, sobre todo según iba avanzando el proceso y el libro era cada vez más y más largo. Tenía la enorme duda de si al final iba a ser publicado porque cuando firmé el contrato con la editorial ellos me indicaron un número máximo de páginas y aquel máximo era un tercio de lo que hoy es el libro. Tenía muy claro que me había pasado esos límites y, en cierto modo, esa imposición desató mi creatividad, pues cuantos más límites tenía, más me esforzaba por encontrar fórmulas para saltármelos. Por una parte era frustrante no saber si sería publicada, pero al tiempo estaba llena de imaginación y eso me incentivó hasta el final.
A través de esta obra ha quedado claro para mí que la forma no es solamente un adorno. Cómo se cuenta una historia y la historia en sí están íntimamente relacionados y no se pueden contemplar de forma separada. El hecho de cuantas páginas ocupa una historia es un aspecto relacionado con la forma, pero también, lógicamente, afecta al contenido. Me di cuenta con este libro que a la hora de desarrollarlo implico al lector. Porque si cada vez es más largo, estoy pidiendo al lector que invierta cada vez más tiempo a la hora de leer mi libro. Si le pido más, tengo la obligación de darle más a cambio. En definitiva tengo que ponerle en la mano un buen libro. Si el libro no es bueno no puedo pedirle al lector esa inversión de tiempo. Por eso me esforcé al máximo por ir gestando una historia cada vez mejor.
«El zodíaco es un compendio esencial de lo que ha sido la psicología»
La astrología como eje conductor de la novela, ¿por qué?
El motivo de que eligiese la astrología como tema de fondo de esta novela tiene que ver con que es un experimento en forma y en estructura. Quería generar una especie de esqueleto, de plantilla, donde después iba a ir encajando las historias. Eso me permite ampliar la forma y la estructura de la novela. También hay un motivo que tiene que ver con la historia; con la propia trama: la fiebre del oro en Nueva Zelanda en el siglo XIX. Estos hombres venían desde distintas partes del mundo buscando hacer fortuna y la palabra fortuna se puede entender como oro, dinero, pero también como suerte ante el destino. Si nos centramos en el momento histórico, en Nueva Zelanda en esa zona de la costa oeste de la isla Sur no había nada, absolutamente nada. Era una zona prácticamente deshabitada. Y de la nada surge todo ese montón de gente, sobre todo hombres, que empiezan a construir ciudades, en el medio de la selva, en la costa… y eso tiene un aspecto cósmico en el hecho de que se crea algo de la nada. Al mismo tiempo elegí las estrellas y la astrología porque me permiten mostrar una tensión entre los personajes y los arquetipos. Todos los signos del zodíaco representan arquetipos que, a su vez, los vemos representados en los distintos personajes del libro. El libro juega con esos arquetipos.
Es una novela con diferentes niveles de lectura, ¿es algo premeditado?
Estoy de acuerdo porque podemos entender la novela desde dos puntos de vista diferentes a la hora de leerla. Podemos hacerlo como una historia en la que vemos las distintas interacciones de los personajes y la influencia que cada uno tiene en los demás con los que va interactuando. O podemos verla contemplando las fuerzas que entran en juego acorde con los arquetipos clásicos del zodíaco y como se van relacionando con la trama que tiene lugar.
Cuando hice la investigación previa a la novela tuve que leer mucho sobre el zodíaco, pues no sabía casi nada sobre ese tema, y me di cuenta de que el zodíaco y todo lo que representa es un compendio esencial de lo que ha sido la psicología dentro de la cultura a lo largo de la existencia del ser humano. Desde el primer momento los hombres han mirado al cielo e intentado crear esas historias con las estrellas y luego las han relacionado con lo que pasa aquí abajo a nivel de tierra. Toda la astrología tiene una vertiente cultural y mitológica, pero también psicológica y ese valor tan amplio de las estrellas me parecía un elemento fundamental.
El libro tiene algo de teatral…
Me alegra que me haga esa observación porque el teatro es clave para mí. El teatro es una influencia fundamental en las dos novelas que he publicado. Tanto a la hora de crear los personajes como a la hora de perfilar las relaciones entre ellos. Efectivamente, el teatro tiene mucho que ver con Las luminarias.
«Un premio no hace que sea más fácil escribir el siguiente libro»
¿Qué ha supuesto el Man Booker Prize para usted y para su obra?
En primer lugar, el premio te da un nivel de visibilidad repentino que es realmente impresionante. En Nueva Zelanda cuando voy al supermercado la gente me reconoce, algo que hasta hace poco no me sucedía y a lo que no estoy acostumbrada. Además, esta visibilidad es a nivel internacional y eso me sigue sorprendiendo mucho. Me refiero al hecho de que haya gente en otros lugares del mundo muy distantes al mío que estén leyendo el libro. Es una responsabilidad añadida para la que todavía no tengo una respuesta en relación a cómo la voy a gestionar. Desde el punto de vista financiero te cambia la dirección en la que iba tu vida porque te aporta una estabilidad económica importante. Pero al tiempo debo decir que si pienso desde una perspectiva puramente literaria o de creación, el premio no tiene ningún sentido, porque uno como autor tiene que recordar que independientemente de los premios, el recibirlos o no, no hace que sea más fácil escribir el siguiente libro, ni tampoco te va a garantizar que la siguiente obra vaya a ser un éxito.
Creo que es muy importante tener claro que los premios no son parte del proceso de escritura en sí y no debes pensar en ellos cuando estás escribiendo, porque no están conectados con el proceso de escritura que, desde mi punto de vista, es una cuestión de autocrítica, de paciencia, de tenacidad. Los premios representan un peligro porque pueden autoengañar al autor, ya que puede llegar a pensar que porque su último libro haya recibido un premio puede interferir en el proceso de creación del siguiente.
Hablando de futuro, ¿de qué irá su próxima obra?
No tengo ninguna prisa por escribir el siguiente libro. Creo que voy a dedicar unos cuantos años a desaparecer y a leer. Es curioso, pero en la historia solo ha habido dos autoras de Nueva Zelanda que hayan ganado este premio. La anterior lo ganó en 1985, el año que yo nací, y nunca volvió a publicar. No hubo un segundo libro y ni siquiera fue a la ceremonia a recibir el premio. De hecho, cuando la llamaron para decírselo se mostró muy disgustada. No le hizo ninguna ilusión que se lo concedieran. La realidad es que un premio de este tipo genera una cierta expectación que puede llegar a silenciarte. Pero a mi favor cuenta que siento mucha curiosidad por muchos temas, voy a seguirlos y a intentar que esa curiosidad silencie todo ese ruido que el premio genera y que puede llegar a confundir; a confundirme. Me siento viva como escritora.
«En Nueva Zelanda somos muy afortunados porque tenemos muchas opciones de financiación para escritores»
Ha declarado su intención de destinar parte del premio y de las ganancias que obtenga con esta obra para ayudas a jóvenes escritores. ¿Es así?
Efectivamente, parte del dinero se va a destinar a una serie de becas. La idea es que un escritor o alguien que quiera ser escritor se acerque a nosotros y nos diga qué quiere leer, qué necesita leer una serie de cosas de cara a un proyecto literario pero, por sus obligaciones, no tiene tiempo. Nos explica por qué quiere leer y si se acepta su proyecto tendrá la ayuda financiera que precisa para poder leer tranquilamente. Cuando haya concluido esa lectura tiene que escribir lo que esa lectura le haya deparado. Puede ser una respuesta muy personal o un ensayo académico y todo lo que se reciba se publicará en una web.
En Nueva Zelanda somos muy afortunados porque tenemos muchas opciones de financiación para escritores. Recibimos becas y ayudas por parte del Gobierno que nos cuida bastante. Pero esas ayudas están muy centradas en lo que es la producción. Es decir, nos encontramos con autores que escriben para poder conseguir las becas y eso no siempre genera la mejor de las calidades. Queremos cambiar un poco el enfoque y que, por encima de la publicación, el objetivo de las ayudas se centre en el proceso creativo. La lectura como eje porque en el fondo escribimos porque nos encanta leer.
Dentro de usted parecen habitar escritoras distintas y supongo que en parte puede ser consecuencia de sus lecturas, ¿a quién lee Eleanor Catton? ¿Por quién se siente influenciada?
Cuando estaba haciendo la investigación para esta novela había dos corrientes por las que me sentía muy influenciada, una era la lectura de todas las novelas del siglo XIX. Obras como Moby Dick, Ana Karenina, Crimen y castigo, Retrato de una dama, Los hermanos Karamazov, todas ellas y en especial esta última fueron muy importantes. Al tiempo que leía tomaba muchas notas, pues quería captar y aprender el ritmo de la narrativa de aquel período histórico. Por otra parte, también leí muchas novelas de detectives y novela negra del siglo XX. Me empapé de Agatha Christie, Raymond Chandler, Grahann Green, Daphne du Morier… son dos tipos de influencia muy diferentes. Creo que Los Hermanos Karamazov y La dama de blanco, de Willkie Collins, son dos grandes influencias. Así lo siento.
¿Y autores españoles?
Indudablemente El Quijote, que es una influencia para todos, como alguna vez dijo Milan Kundera. Es un libro impresionante porque esa obra compendia todo lo que se puede hacer en una novela. Explora todas las opciones y cualquier cosa que se haga o que tú intentes probablemente ya esté contemplada en la obra de Cervantes. Hay una coincidencia curiosa como es que Hamlet y El Quijote se escribieron en la misma época, en el mismo año. Si pensamos en el espectro de personalidades del ser humano y sus extremos, encontramos que uno de los extremos estaría reflejado en Hamlet y otro en El Quijote. Hamlet como aquel que solamente cree en sí mismo, en algo interior, y El Quijote como alguien que cree en cualquier cosa que esté fuera de sí, en el exterior.
La autora
Eleanor Catton nació en Ontario, Canadá, en 1985 pero apenas cumplidos los seis años se trasladó con su familia a Nueva Zelanda donde vive desde entonces. Confiesa sentirse neozelandesa y escritora «desde siempre». En 2007 cursó un máster de Escritura Creativa y el ejercicio final de ese proceso formativo constituyó su primera novela El ensayo general que fue reconocida con el Adam Award y aplaudida por la crítica y los lectores de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Publicada en español por Siruela, El ensayo general ha sido traducida a 15 idiomas y galardonada o nominada a importantes premios internacionales, como el Orange, el Médicis o el Femina.
Su segunda novela, Las luminarias, obtuvo el Man Booker Prize 2013. El jurado argumentó la concesión por tratarse «de una novela magnífica, imponente en cuanto a su estructura, adictiva por su historia y mágica por su forma de recrear un mundo de codicia y oro». Su publicación ha supuesto su consolidación como escritora de talla universal.
Además de escribir, Catton desarrolla su labor como profesora en talleres de escritura, entre ellos, el de la Universidad de Iowa.
Las luminarias
Un tempestuoso día de enero una prostituta es arrestada. Ese hecho podría pasar desapercibido en mitad de la fiebre del oro que recorre la costa oeste de Nueva Zelanda en el año 1866, si no fuera por los otros tres acontecimientos misteriosos que se producen el mismo día: se descubre una enorme fortuna en la casa de un borracho indigente, un hombre rico desaparece y un capitán de navío de mala reputación suspende todos sus tratos y leva anclas, como si pretendiera darse a la fuga. Los tres hombres están conectados con Anna Wetherell, la prostituta en cuestión.
Los doce hombres más poderosos de la ciudad se reúnen en la taberna local para debatir sobre esta secuencia de hechos aparentemente fortuitos, pero su asamblea es interrumpida por la llegada de un extraño: el joven Walter Moody, que también esconde su propio secreto. Moody pronto se verá involucrado en el misterio: una red de destinos y fortunas que resulta tan compleja y tan bien intrincada como el firmamento nocturno.
Las luminarias [3]
Eleanor Catton
Traducción de Celia Montolío
Siruela. Nuevos Tiempos
808 p
26 euros
e-book: 11,99 euros