Visitó Madrid con motivo de la presentación de La viuda (Planeta) [1], su primera novela, un fenómeno editorial ya publicada o en proceso de publicación en más de treinta países y que está siendo adaptada como serie de televisión. A lo largo de esta conversación muestra su consternación por la salida de su país de la Unión Europea y afirma tajante: «Con esta lamentable decisión, el Reino Unido se ha instalado en el caos».
Cuando se le plantea si dejó el periodismo para convertirse en novelista o si se convirtió en novelista tras abandonar el periodismo activo, Barton confiesa que el periodismo como reportera para convertirse en profesora de periodistas. «En ese momento de mi vida encontré el espacio mental necesario para poder dedicarme a escribir ficción. Así fue surgiendo La viuda«.
¿Se siente distinta siendo leída como periodista a siendo leída como novelista?
Realmente muy diferente. Da bastante miedo. Estoy acostumbrada como periodista a que la gente juzgue mi trabajo constantemente, tanto los responsables del periódico como los lectores. Pero cuando escribes una novela tú eres la única responsable del trabajo, la única que rinde cuentas a ti misma. Es como estar desnuda en una habitación esperando a que la gente le guste lo que estás escribiendo. Es una sensación muy extraña y, al tiempo, desbordante y apasionante.
[2]Hay mucho periodismo en su novela, ¿lo ha buscado de forma premeditada?
Los treinta años de trabajo como periodista son algo que te da unas técnicas de las que es muy difícil desprenderse. Tuve que forzar una especie de cambio de marchas porque como periodista estaba acostumbrada a escribir de una manera clara, concisa y aguda y con una extensión de quinientas palabras como máximo. De pronto, enfrentarme a escribir ochenta o noventa mil palabras me resultaba muy difícil. Realmente no fue fácil liberarme de la manera que tenía de escribir en el ejercicio del periodismo. Cuando llegué a las diez mil palabras pensé que ya lo había hecho todo, que no me quedaba nada más que decir y en ese momento me di el permiso a mí misma para soltarme completamente, para inventar, para escribir de una manera más libre. Me planteé “que hubiera pasado si…”, “cómo hubieran sido las cosas si…” y eso me ubicó en una libertad que disfruté muchísimo. Descubrir otra forma muy placentera de enfrentarme a la página en blanco.
Usted llevó informativamente muy de su mano el caso de Madeleine McCann, la niña desaparecida en Portugal. ¿Considera que es un caso ya completamente cerrado?
No puede ser un caso cerrado porque seguimos sin saber qué es lo que ocurrió. Cubrí aquello de forma muy continuada. Estuve muchas veces en el lugar de los hechos y entrevisté a la familia McCann, pero de toda aquella realidad me ha quedado un sentimiento de una cierta frustración por no haber podido saber con certeza lo ocurrido. Al final, cualquier cosa que se asegure no deja de ser una conjetura.
¿Hay en su novela algo de aquel dramático caso?
No. Eso es algo que me gustaría dejar muy claro. La historia de La viuda me vino al darle vueltas a un asunto relacionado con un matrimonio con secretos. Necesitaba un crimen que fuese imperdonable para darle forma a la novela, y el único crimen que me pareció suficientemente imperdonable fue el secuestro de una niña pequeña. Elegí el tema por motivos muy diferentes a todo lo relacionado con el caso McCain y, de hecho, lo que se cuenta no tiene nada que ver con aquello.
Parece usted plantear que la mentira puede no ser algo punible. ¿Puede ser la mentira otra opción más?
(Sonríe al escuchar esta pregunta. Se remueve en su butaca, como si le inquietase lo que está pensando y va a decir…)
Me plantea usted que la mentira puede ser otro elemento más de la vida. Una cuestión, la mentira, con la que se puede jugar para salvarse. Eso es una cosa y otra bien distinta que mentir nos parezca una opción aceptable. Considerar que la vida es una mentira es un pensamiento muy deprimente. En mi novela me pregunto qué puedes saber en realidad de una persona a la que crees conocer muy bien. Yo llevo casada más de treinta años y creo que sé mucho de mi marido pues lo conozco desde que yo tenía 17 años, pero lo cierto es que seguro que no lo conozco del todo pues todos tenemos secretos de algún tipo, ya sean pequeños o grandes. Creo que es parte de la condición humana el hecho de que hay partes de nosotros que tenemos que guardarnos sólo para nosotros mismos.
Pero… ¿se puede vivir con el peso de la mentira?
Desde luego es un peso muy duro de soportar, pero la gente lo soporta porque la alternativa puede ser demasiado terrible. Podemos hablar, por ejemplo como sucede en mi novela, de una mujer cuyo marido está acusado de cometer un crimen imperdonable y él dice que no lo ha hecho, pero ella sospecha que sí, que es el verdadero autor. Admitir la verdad, la posibilidad de que esa persona haya cometido el crimen supone que el mundo entero de esa persona desaparecería. Quedaría colapsada su existencia. En ese caso cabe preguntarse si es mejor aceptar esa mentira o afrontar la verdad. Es una decisión clave, difícil de tomar. En mi libro planteo que la verdad se va colando poco a poco por debajo de la puerta y eso suele suceder en la vida real por mucho que intentes taparla y vivir en la mentira…
Tanto en su obra periodística como en la de ficción muestra usted interés especial por las personas poco claras, los sospechosos, etc. ¿Por qué?
Me interesa la gente que estaba en los márgenes de las historias que he investigado porque lo que esos ojos han visto, lo que esas personas han podido escuchar es especialmente revelador. He asistido a juicios en lo que he escuchado cosas muy difíciles de imaginar. No se oculta nada de los asuntos y los crímenes realizados por seres humanos. Sale a flote toda la evidencia. La primera vez que fui a un tribunal por un caso de una violación me quedé en shock por la cantidad y lo explícito de la información que salió. No podía dejar de mirar y pensar en esos familiares que estaban allí acompañando a las víctimas y a aquellos que acompañaban al acusado y asistían a la dureza de la evidencia que estaba siendo expuesta. Me preguntaba sobre qué hablarían después y como lidiarían con las emociones que tenían que sentir. Por un lado alguien repite que es inocente y que todo es una tremenda injusticia y, por otra, se presentan evidencias arrasadoras en su contra…
¿Qué le gusta más a la hora de escribir, perfilar la trama general o meterse en la psicología de los personajes?
Sin duda meterme en la cabeza de los personajes. Eso es lo que hacemos los periodistas. Intentamos meternos dentro de las cabezas de los demás y entender qué es lo que mueve a la gente.
Habla usted de los límites morales del periodismo, ¿a qué se refiere?
Intento dar un punto de vista honesto en relación con lo que significa ser periodista en este momento. La visión que se tiene de los periodistas en el Reino Unido es bastante negativa, y es fácil imaginar que ocurre algo similar en otros países, como España. Yo estoy orgullosa de mi profesión y de mi carrera y me ha gustado mucho haberle dedicado tantos años de mi vida. No quiero sumarme a esa visión negativa y denostar nuestra profesión. Quería ser honesta con lo que implica este trabajo por lo que aspiro a que seamos vistos como seres humanos que intentan acercarse a la verdad. Todo eso lo he llevado a mi novela y la respuesta ha sido muy positiva, tanto por parte de los colegas de profesión como de los lectores. El periodista es un ser humano que, en general, intenta ejercer su profesión con honestidad.
¿Internet y el periodismo digital ayudan en el buen camino del periodismo?
Internet tiene mucho que ver con la libertad. Su esencia se relaciona con la posibilidad de que todo el mundo pueda libremente expresar lo que quiera en cualquier momento. Eso es maravilloso hasta el momento en que esa libertad o supuesta libertad impida que otra persona tenga libertad. Trabajé bastante tiempo investigando casos de abusos infantiles on line. Siempre me ha interesado el fenómeno de las personas que intentaban controlar, juzgar y llevar a los tribunales a esos criminales. Como he dicho a menudo, damos alegremente un smartphone a niños pequeños y no hacemos seguimiento de lo que ellos ven, por donde se mueven manejando esos dispositivos. El tema de las redes sociales en particular y de internet en general es muy delicado; delicado y tramposo. Internet, como he dicho, proporciona un maravilloso libre acceso a la información, pero solemos olvidar que la libertad tiene que ir acompañada de responsabilidad, especialmente en el caso de los niños y de las personas vulnerables que pueden no ser conscientes del alcance y las consecuencias del entorno digital. Dicho ésto claro que el periodismo digital es algo extraordinario y elemento esencial de la información. Negar eso es negar la evidencia y por donde va el mundo de hoy.
(Habla Fiona Barton de información, de política, de derechos… e inevitablemente salta en la conversación el Brexit. Un tema que ella, que en la actualidad reside en el sur de Francia pero está en continuo contacto con su país, lejos de eludir agarra por los cuernos cuando se le plantea si considera que la decisión del Reino Unido de salirse de la Unión Europea es reversible)
«Espero que sí aunque en realidad ni lo sé yo ni lo sabe nadie. No soy profesional de la política pero el resultado de la votación me dejó de piedra. Ni remotamente lo esperaba. Además es aterrador comprobar que los que han defendido la salida no tienen absolutamente ningún plan. Todo ha sido un despropósito. Casi diecisiete millones de personas votaron por salirse y más de dieciséis millones defendieron el quedarse. No son números insignificantes. La evidencia es que ahora el país está sumido en el caos. Esa es la realidad. Estamos en una situación tremendamente difícil».
¿Podría considerarse que el Brexit es una especie de espejismo?
No es fácil saber que hay debajo de todo esto. Qué hay debajo del sentimiento de marcharse por parte de los que lo prefieren. Acaso es algo parecido a la mirada hacia atrás que propugna Donald Trump en Estados Unidos. Algo que para mí no tiene ningún sentido pues el mundo tiene que mirar hacia adelante. Vivimos en un mundo globalizado. No es posible levantar el puente levadizo y decir aquí nos quedamos, solos, con lo nuestro. Es un punto de vista insular, insolidario y, para mí, lamentable.