En la presentación de su obra, aludió Marías a la juventud como otro de los elementos que condicionan el que, como humanos, nos asomemos a abismos inescrutables, asumamos riesgos excesivos y, en definitiva, hagamos lo que no pensábamos. «Los jóvenes son crédulos y manipulables. Lo vemos todos los días en la vida real. Se abusa de los jóvenes que suelen dar la cara mientras quienes los dirigen, como en el caso del terrorismo, las personas de más edad, permanecen seguros y ocultos».
Aludía el escritor al miedo y a la juventud para hablar de los protagonistas de su historia. Berta Isla y Tomás Nevinson se conocieron muy jóvenes en Madrid y muy pronta fue su determinación de pasar la vida juntos, sin sospechar que los aguardaba una convivencia intermitente y después una extraña desaparición.
Dudas
Una historia que nace envuelta en dudas: «Durante un tiempo no estuvo segura de si su marido era su marido. A veces creía que sí, a veces creía que no, y a veces decidía no creer nada y seguir viviendo su vida con él, o con aquel hombre semejante a él, mayor que él. Pero también ella se había hecho mayor por su cuenta, en su ausencia, era muy joven cuando se casó».
El hecho es que Tomás, medio español y medio inglés, es un superdotado para las lenguas y los acentos, y eso hace que, durante sus estudios en Oxford, la Corona ponga sus ojos en él. Un día cualquiera, «un día estúpido» que se podría haber ahorrado, condicionará el resto de su existencia, así como la de su mujer.
Marías, que citó la Odisea y la desaparición de Ulises al referirse al germen de su novela explicó que Berta Isla «es la historia de una espera y de una evolución, la de su protagonista. También de la fragilidad y la tenacidad de una relación amorosa condenada al secreto y a la ocultación, al fingimiento y a la conjetura, y en última instancia, al resentimiento mezclado con la lealtad».
O, como reza una cita de Dickens hacia el final del libro, es la muestra de que «cada corazón palpitante es un secreto para el corazón más próximo, el que dormita y late a su lado». Y es también la historia de quienes quieren intervenir en el universo, para acabar encontrándose desterrados de él.
Claridad frente a oscuridad. Las dos circunstancias se dan cita en Berta Isla, al tiempo voluminosa (550 páginas) y fácil de leer. La claridad del amor cuando es intenso e ingenuo y la oscuridad de la mentira y la ocultación cuando ese mismo amor, por las razones que quedan muy bien contadas a lo largo de la trama, entra a jugar «la impenetrabilidad del otro y, con ello la traición y la mentira».
Envolvente
Envolvente, cumple Berta isla aquello tan manido, en esta ocasión absolutamente cierto, que estamos ante una historia que «una vez iniciada resulta muy difícil de abandonar». En ese juego de relatos que se superponen, se reflejan y fagocitan para instalar al lector ante un trayecto literario abierto, muy abierto, las citas literarias, –comunes en la obra de Marías–, cobran protagonismo y ayudan a comprender lo que leemos. Entre ellas, una muy significativa del poema de T.S. Eliot Little Gidding, integrado en los Cuatro cuartetos que el poeta escribió en 1942, tras la Batalla de Inglaterra y que viene a defender que la vida no es mucho más que «polvo que flota a merced del aire».
Porque, como explica el propio autor: «El mero hecho de nacer nos expone. Simplemente por estar en el mundo alguien nos ve, nos identifica y, según las dotes que tengamos y desarrollemos o el interés que suscitemos, se nos piden o exigen cosas y se intenta utilizarnos. El hecho de estar en el mundo nos sitúa en una especie de peligro, algo que le sucede al personaje Tomás Nevinson. Siendo muy joven, se encuentra con que su vida entera depende de haber sido divisado por los demás».
Tras reconocer que «tengo una forma muy particular de escribir pues lo hago siempre a máquina, no en ordenador, y cada dos o tres folios releo y corrijo y vuelvo a corregir», el escritor confesó que «nunca sé que extensión va a tener cada uno de mis libros pues una vez que empiezo surgen nuevos frentes narrativos, improviso continuamente, crecen o se apagan personajes y la historia queda un tanto a merced de esos imprevistos».
Y la nostalgia de lo que deja atrás pues «siempre me da pena acabar un libro y despedirme de unos personajes con los que he convivido durante un tiempo de un modo mucho más intenso que con las personas vivas. Además, mientras no pongo el punto final a una historia, pienso que todo es posible; que puedo modificar la vida de esos personajes y salvarlos. Berta Isla, por su intensidad, no ha sido una excepción».