Pero, lo dicho, Edwards une esa historia con los gustos etílicos de Pablo Neruda, y con Octavio Paz, y con la función de la diplomacia y con el proceso cubano, y… y… Queda patente una vez más a lo largo de la conversación que, –ochenta y cinco intensos años le contemplan–, su experiencia es abrumadora; apasionante su discurso.
¿Cómo surge la necesidad de escribir esta historia? ¿Cuánto de realidad hay en La última hermana?
Efectivamente sentí la necesidad de escribir sobre esta mujer. Conocí algo de la historia de María Edwards a principios de los años 60 durante mi primera estancia en la Embajada de Chile en París. Allí se hablaba de ella con simpatía y curiosidad. Me volvió a salir al encuentro casi cincuenta años después en el verano de 2011, cuando llegué a la capital de Francia para disfrutar de unas vacaciones y fui conociendo mas detalles de su irrepetible peripecia. Como digo, ya había oído hablar de aquella pariente lejana que formaba parte de la rama adinerada de los Edwards, –yo formo de la parte de los Edwards pobres, eso me llevó a ser escritor–, y casi sin darme cuenta inicié la elaboración de un texto que me llevó casi un año, en tanto iba profundizando en la verdad de su vida, visitando los lugares que ella recorrió, hablando con la gente que la conoció. Entre ellas una bisnieta suya que me habló de aquellos niños salvados y de sus conversaciones con las autoridades judías de París, que estaban al tanto de la heroicidad de María.
Esa bisnieta me llevó a una ceremonia en la Fundación Rothschild donde rendían homenaje a quienes habían salvado a niños judíos de las garras nazis. Hablé con algunos de ellos, uno de los cuales llegó a ser primer violinista de una de las grandes orquestas sinfónicas de Francia. Cuando fui embajador dos de esos niños me fueron a ver a la embajada. También recuperé cartas y el diario de María. Supe que ella había llegado a París en torno a 1920 con su hija y su marido. Supe que su esposo, una persona muy peculiar, se suicidó tras enamorarse de una actriz norteamericana, y que tras esa tragedia ella decidió dejar a su hija en Chile a cargo de su familia y regresar, en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, a la capital francesa.
Tuve también la suerte de que en el mismo edificio en el que yo vivía en Santiago de Chile había una señora muy anciana pero con una memoria perfecta que había conocido mucho a María. Ella me contó muchas vivencias y me dio detalles que he utilizado en el libro. Es, pues, una novela realmente basada en hechos sucedidos y en personas que existieron. He novelado los hechos, pues desde siempre me ha ido muy bien mezclar ficción y realidad. Pero todo lo que cuento de María es verdad. Creo que es un libro sobre la transformación, sobre la conversión y sobre el amor a la vida. Por eso cuento que cuando Vicente Huidobro le cuenta a María que un general español (Millán Astray) había gritado «¡Viva la muerte!», ella le responde a Huidobro «¡Viva la vida!». Así reaccionó.
[Y el autor resume La ultima hermana, en la que ha trabajado durante cuatro años, que nos acerca a la protagonista, una sofisticada mujer de origen chileno que lleva una vida despreocupada y frívola. En ese ambiente de dinero y recepciones asiste atónita a la ocupación alemana de París, que trunca para siempre su vida hasta entonces intranscendente. El azar le lleva a conocer la persecución de los judíos y, sin medir las consecuencias, movida por el simple impulso de ayudar, decide colaborar con la Resistencia salvando, a riesgo de su propia vida, a los hijos de mujeres judías que serán enviadas a los campos de exterminio]
¿Qué movió a María a la hora de involucrarse y colaborar con el Hospital Rothschild, un centro judío, en un momento tan delicado?
Era una persona muy bien relacionada. Trataba habitualmente a escritores como Jungër o Colette y a artistas como Picasso o Duchamp. Conocía a gente importante y entre ellos a varios personajes de la familia Rothschild, que eran judíos. Cuando ella manifestó su deseo de ayudar en algo ante la difícil situación que atravesaba París, ellos le ofrecieron un puesto de asistente social en el hospital. En ese momento, cuando ella entra en aquel centro aún no está tan definida la barbarie nazi. Si uno mira la historia, la represión nazi total, el crimen a gran escala no comenzó hasta entrado el año 1942, con las grandes redadas de judíos en el Velódromo de Invierno. Antes no se notaba tanto, aunque es evidente que si se mira el ambiente con detenimiento ya se anunciaba claramente lo que iba a suceder. Después de haber estudiado la historia de María creo que ella se movió por sentimientos, no por ideologías.
Cuando la Gestapo empezó a entrar en la maternidad del hospital y a llevarse a las madres y a los recién nacidos sintió la necesidad de salvar a inocentes condenados a muerte. Por eso salvó a todos esos niños, sedándolos y escondiéndolos bajo la capa de enfermera y sacándolos del hospital por su puerta principal, arriesgando una vez tras otra su vida hasta límites heroicos. Por eso, cuando fue descubierta, fue salvajemente torturada por la Gestapo con métodos de agua que a punto estuvieron de matarla. Su historia es la historia de una valiente que se movió por compasión. Una mujer que llegó a Francia siendo millonaria y regresó a Chile en la pobreza pues tenía que mantener a esas criaturas que había colocado en casas campesinas y en pueblecitos. Ese gasto continuo le llevó a la ruina.
Ha comentado usted que ha escrito su historia a pesar de que algunos miembros de su familia no se mostraban de acuerdo con que lo hiciera. ¿Por qué?
María Edwards Mac-Clure pertenece a la rama más rica de la sociedad chilena. Entre otras muchas cosas eran los dueños del diario El Mercurio. Para ellos es una persona incómoda porque en su momento ella se marchó de Chile harta de ser sobreprotegida. Luego vivió lo que vivió y me decidí a reivindicar a una persona que la familia no quería rescatar. La familia me llegó a escribir una carta pidiéndome textualmente. «Deja en paz a María. ¿Por qué no la dejas descansar tranquila? No queremos saber del tema. Lo pasado, pasado». Creo que en esa petición pesaba que su última pareja, René Núñez, con el que fue a Chile, era muy incorrecto socialmente. Por varias razones les resultaba intolerable. Porque era judío sefardita; porque era republicano que huyó de España al final de la Guerra Civil y porque era bisexual. Era un tipo gordo y sonriente, un hombre muy simpático y muy inteligente, muy buen conversador y lector, que acabó suicidándose en Chile.
Le gustan los personajes complejos, controvertidos…
Es verdad. No me interesan los personajes rígidos; acabados. Me interesan los personajes en su cambio, en su evolución, en su desarrollo, en su lenguaje propio. Mi último libro está articulado en torno a tres personajes complejos: El almirante Canaris, el jefe de la inteligencia militar alemana, que era un conservador, un furibundo anticomunista pero que consideraba que Hitler era un bárbaro. Era un tipo especial, buen hispanista, gran lector, amaba la música y la poesía y acabó por salvar a María. Por otra parte está María, la protagonista; y su última pareja, el enigmático René. Efectivamente me gustan los personajes controvertidos que son o parecen ser una cosa y que luego revelan ser otra. María parece una dama despreocupada de la alta sociedad y de pronto resulta ser una heroína. Eso también contradice ese juicio fácil sobre las personas que tienen los sectarios y los fanáticos cuando se atreven a asegurar que tal o cual persona «es así, y punto».
Presume de que en su familia hubo varios de esos personajes peculiares. ¿Por ejemplo?
En mi familia hubo un escritor que lo fue pese a la oposición del entorno, que se escondió durante largo tiempo en un prostíbulo que se llamaba La Gloria. Al salir, cuando se le preguntaba qué donde había estado él respondía: «En la gloria». Cuando en la casa de mis padres y de mis abuelos se hablaba de él nunca se le citaba por su nombre, que era Joaquín, sino que se hablaba de «El inútil». Cuando yo comencé a escribir, sabiendo que él era un escritor bastante interesante, supe que estaba condenado a ser considerado también como una especie de inútil y terminé escribiendo El inútil de la familia, que habla de Joaquín Edwards Bello.
¿Cómo llegó a ser diplomático?
Como he comentado, no soy de la rama de los Edwards con mucho dinero y pronto comprendí que para poder vivir tenía que trabajar. También supe pronto que con la literatura, aunque yo no puedo quejarme, no es fácil salir adelante. También sabía que compatriotas como Neruda y Gabriela Mistral habían sido diplomáticos y opté por ahí. Tuve esa oportunidad. La verdad es que me aburrí mucho pero aprendí cosas prácticas. En el ejercicio de la profesión descubrí aspectos que no conocía como las relaciones de fuerza de los países y cosas por el estilo. No me gusta mucho hablar de esa actividad en relación con mi vida pero no me arrepiento de algo que me ha enseñado muchas cosas y me ha permitido ganarme la vida.
Y también ha ejercido como periodista, ¿cómo ve la profesión en el momento actual?
Es complicado emitir una opinión al respecto en un momento en el que hay una enorme concurrencia de medios de comunicación. Pero, al tiempo, veo que el ejercicio de la profesión es más complicado que en otras épocas. Exige compromiso porque sin compromiso es difícil no caer en la indignidad. Por otro parte, también veo que el periodismo está más amenazado que nunca. Uno tiene la sensación de que antes esta profesión suscitaba más respeto social. En cualquier caso creo que un buen periodismo es imprescindible para que se desarrolle adecuadamente una sociedad democrática. Fui periodista ocasional y me siento orgulloso de haberlo sido. Además, para mis libros, como el caso de La última hermana, tengo que realizar una cierta función periodística.
Pero desde siempre tuvo la convicción de que sería escritor. ¿No es así?
Como digo, durante un tiempo fui diplomático, que es una forma de ganarse la vida. Yo pensaba que los diplomáticos no hacían absolutamente nada, con lo que tendría tiempo para escribir y leer, que es lo que quería hacer. Eso no era verdad porque los diplomáticos hacen muchas cosas, como poner condecoraciones, ir a los aeropuertos… yo conozco los salones vip de todas las ciudades donde he viajado, que son muchas. Pero, en efecto, perseveré y me hice escritor de verdad. En ello intervino también que en la primera embajada en la que estuve como secretario, en París, tuve la oportunidad de conocer y charlar con multitud de escritores, como Jorge Guillén, Paz, Cortázar, Gil de Biedma o con la hermana de Lorca, y en ese mundo yo escuché, como he comentado, hablar de María Edwards por primera vez. Todo eso me fue haciendo escritor.
Hablando de escritores. Ha comentado usted que añora el París en el que trataba con todos ellos…
Es verdad. Era una ciudad en efervescencia. Uno entraba en un café y se encontraba en una mesa a Ionesco comiéndose un steak, y en otra Samuel Beckett consumía uno más de sus muchos whiskies, al lado Cortázar fumaba su pipa, Ribeyro y Carpentier hablaban delante de sus vinos, y García Márquez, y Breton y… Uno formaba parte de todo aquello. No es posible olvidarlo.
Y entre sus grandes amigos, Pablo Neruda, con el que usted trabajó, al que ha dedicado Adiós, poeta y del que habla en El whisky de los Poetas. ¿Cómo se le ocurrió este libro?
Fue curioso. Conocí y traté a Octavio Paz que era un ser con una enorme necesidad de conocer. Todo le interesaba y como sabía de mi amistad con Neruda un día me preguntó acerca de lo que bebía el poeta que, por cierto, era un buen bebedor al que le gustaba la calidad. Nunca tomaba ninguna bebida que no fuera intensa y de primer nivel. Yo le contesté que siempre tomaba whisky en vasos anchos y bajos con muy poco hielo y un chorrito de agua mineral. Ahí surgió la idea de escribir sobre lo que bebían los escritores a los que yo conocía, entre los que hay muy buenos bebedores. De esa recopilación surgió este curioso libro que está escrito con todo el respeto y el cariño hacia cada uno de ellos.
Finalmente, Neruda es también el protagonista de la obra que ahora está escribiendo, ¿es así?
Bueno, es un libro, una novela corta, que ya he terminado y que habla de un amor que tuvo Neruda en Birmania con una nativa que dejó una profunda huella en él. Se llamaba Josie Bliss. Se trata de una novela corta que está pendiente de una revisión definitiva. En ella planteo hasta qué punto afectó a la obra de Neruda la relación que tuvo con esta muchacha. Cuando la conoció, él escribía poesía social con mucha carga política, y después de esa relación volvió a la poesía más hermética. También hablo de su muerte, de la que se han dicho muchas cosas, incluso que pudo ser asesinado, cuando la realidad es que lo mató el cáncer de próstata que padecía.
Figura clave
Jorge Edwards es una de las figuras más importantes de la literatura actual en lengua española. Estudió derecho y filosofía en la Universidad de Chile y en la de Princeton y entre 1957 y 1973 ocupó diversos cargos diplomáticos en América Latina y Europa. Como escritor ha cultivado tanto la novela y el cuento como el ensayo, y ha sido traducido a diversos idiomas. Ha recibido, entre otros galardones, el Premio Nacional de Literatura de Chile (1994) y el Premio Miguel de Cervantes (1999).