La editorial Siruela ha creado la Biblioteca Gaarder, que en la actualidad consta de veinte títulos. El último de los incorporados a esta colección es Los mejores amigos [1], una obra pequeña de formato y profunda de fondo e intención que, a través de la historia de un niño y su mascota, un oso de peluche, intenta hacer reflexionar, especialmente a los más pequeños, sobre quiénes somos y cómo es el mundo que nos rodea.
¿Afronta usted la escritura de un modo distinto en función de que sus destinatarios sean niños, jóvenes o adultos?
No creo que lo haga de un modo diferente porque no creo en esa división tan radical. Muchas veces empiezo a escribir una historia antes de decidir si va a ser un libro para adultos o para jóvenes. Soy muy consciente de que cuando escribo un libro para niños o para jóvenes también es una obra para adultos. He comprobado a menudo, no sólo en mi país, que las personas mayores son lectores de libros que, en principio, parecen destinadas a otras edades. No es más fácil escribir un libro para niños que uno para adultos.
La tristeza parece una constante en sus historias. ¿Se ha preguntado la razón de este tono?
De alguna forma la tristeza forma parte sustancial de los seres humanos. Aunque creo que nuestra vida humana es una experiencia de alegría a menudo me recreo más en otros sentimientos. Es verdad que he escrito libros tristes, incluso muy tristes, pero desde que era niño me he sentido parte de un milagro, de un enigma, de un misterio. La vida siempre ha sido para mí fantástica y bella, pero no va a durar para siempre y creo que eso es triste. Estoy de acuerdo con las manifestaciones estudiantiles en la Revolución del 68. En los muros de la Universidad de La Sorbona aquellos jóvenes escribieron «La muerte es contrarrevolucionaria». También decían algo que es muy relevante para todas las edades como es «Demos poder a la fantasía».
Si echamos la vista atrás, ¿cree que vivimos, como afirma uno de los personajes de uno de sus libros, «en el mejor de los mundos»?
Sólo me puedo relacionar directamente con éste de ahora en el que vivo. Me preocupa este mundo de hoy que tiene una problemática relevante en relación, por ejemplo, con el clima y el medioambiente. Me preocupa sobre manera. Cuando escribí El mundo de Sofía no me planteé decir una sola palabra sobre el clima. Hace poco cuando releí ese libro me asombró comprobar que no dije absolutamente nada sobre el tema.
Incluso en relación con un asunto tan complejo y que en el momento actual, con el calentamiento global y todo eso, no incita demasiado a serlo, soy optimista. Lo soy porque no hay opción para ser pesimista. Ser pesimista es ser decadente. Significa negar la responsabilidad. Soy optimista. Hay una categoría entre el optimismo y el pesimismo que es la categoría de la esperanza. A menudo la esperanza se combina con la lucha. Necesito sentirme esperanzado y por eso sigo luchando. Mi forma de lucha fundamental es la literatura y por eso mis libros siempre albergan algún tipo de esperanza.
Afirma usted que la lectura en la época de la infancia es esencial, ¿en qué sentido?
Me gusta hablar de la lectura. Sin lectura somos poco más que nada. Creo que leer a los niños, incluso cuando todavía ellos no saben hacerlo, es muy importante. Después de alimentarles y vestirles, lo más importante es leerles. Nos sentimos responsables de, por ejemplo, la higiene dental de nuestros hijos. Cada noche les obligamos a que se cepillen los dientes. En mi país, Noruega, es muy común que después de esa acción y tras haberlos acostado les leamos una historia. Tengo un nieto de cuatro años que, cuando está conmigo, me obliga a leerle al menos tres historias. Busco historias cortitas.
He reflexionado sobre por qué considero tan importante esta acción y he llegado a la conclusión de que lo es por varias razones: en primer lugar es importante hacerlo juntos. No sólo para experimentar en común el relato que se lee, sino también para experimentar esa sensación de pertenencia. Desde mi punto de vista, no hay mejor forma de terminar el día que con la lectura. Y la lectura en común, mejor. No me cansaré de repetir que la lectura es la mejor vacuna. Todos los mundos caben en un libro y un libro, o un e-book, cabe en un bolsillo. Llevar un libro encima es una forma de inmunizar frente a la barbarie y el fanatismo a los jóvenes lectores. La experiencia confirma que aquel niño que entró en contacto con la literatura, con los cuentos y las historias, antes de los cinco años, siempre regresará a la lectura. Siempre verá en ella a un amigo.
El fanatismo es otro de los temas que usted no elude…
Hay muchas cabezas jóvenes vacías en el mundo. Jóvenes, y hay que decirlo, que salen de países occidentales como el mío o como Bélgica y van a unirse al yihadismo en Siria. Eso está sucediendo, como la realidad nos demuestra cada día. Esa es otra de las razones que refuerzan la importancia de leer a los niños. El cerebro humano está hecho para las historias, para los cuentos, y se va llenando con cuentos. Hay demasiado espacio en el cerebro y ahí juega su papel la propaganda. No me puedo imaginar que una persona que haya leído historias constructivas se integre en una de esas corrientes radicales, fundamentalmente destructivas y fanáticas. Repito que la lectura vacuna contra o frente al fanatismo.
A la hora de captar la atención de los jóvenes, ¿considera que puede haber formatos, como el de las nuevas tecnologías, que captan mejor su interés?
El aspecto físico de un libro creo que gusta, cuando es atractivo, a gente de cualquier edad, también a los niños y a los jóvenes. Es evidente que los libros también se pueden leer en una pantalla. Creo que más importante que el formato es que dispongamos de historias atractivas. Eso es lo que necesitamos. Antes de que dispusiésemos de libros, y no digamos de tabletas o e-books, estaba la transmisión oral de cuentos. Antes del lenguaje escrito la gente transmitía de generación en generación sus historias a través de la palabra, a través de la comunicación oral. En la práctica, en el mundo de hoy creo que la mejor forma de distribuir los cuentos es a través de los libros, yo prefiero el papel, pero también es magnífico que se acceda a ellos a través de una pantalla.
¿Considera que en el mundo occidental, desde la política, se fomenta la cultura en general y la lectura en particular como se debiera?
Soy beligerante frente a los políticos pues creo que hay muchas tareas urgentes, en relación con la cultura, que no son abordadas como se debiera. Tampoco me cansaré de decir que la educación es un factor fundamental y que no puede ser utilizada políticamente.
Por ejemplo, creo que eliminar la filosofía como asignatura en las escuelas y los colegios, como está sucediendo en algunos países y entre ellos en España, no es, en absoluto, una decisión sabia. Además, la filosofía puede ser importante también para otras materias y otras asignaturas. Plantea preguntas importantes que ayudan incluso para la industria y la vida industrial. Hay implicaciones filosóficas en todas las materias. Considero importante, especialmente de cara a la escuela primaria, que los profesores reciban una formación filosófica.
Sus libros están llenos de preguntas…
Claro, porque hay que preguntarse tantas cosas. ¿Qué es el amor, realmente? ¿Qué es el fanatismo? Y como esas, tantas otras preguntas. Por eso mis libros contienen más preguntas que respuestas.
(Y Jostein Gaarder cierra la conversación blandiendo la bandera de su tesis al preguntar al entrevistador «¿Está de acuerdo con lo que digo?», y sonríe.)
El autor
Jostein Gaarder (Oslo, 8 de agosto de 1952), hijo del director de una escuela y de una maestra y escritora de literatura infantil estudió en la Universidad de Oslo filología escandinava e historia de las ideas y la religión.
A comienzos de los años 80 se trasladó a la ciudad de Bergen para dar clases de filosofía e historia de las ideas en un instituto. Esta actividad docente la abandonó en los años 90.
En 1986 publicó su primer libro, El diagnóstico, y en 1990 recibió el Premio de la Crítica y el Premio Literario del Ministerio de Cultura de su país por su novela El misterio del solitario (Siruela), que al año siguiente recibió el Premio Europeo de Literatura Juvenil.
[2]Pero fue El mundo de Sofía (Siruela) la obra que se convirtió en un auténtico bombazo mundial y que ha sido reconocida con numerosos premios en todo el mundo y galardonada en España con los premios Arzobispo Juan de San Clemente y Conde de Barcelona.
Gaarder creó la Fundación Sofía, y con el el dinero que le reportó su libro más famoso instituyó un premio anual a la mejor labor innovadora a favor del medioambiente y el desarrollo, un tema que al autor preocupa especialmente y al que dedica su obra La tierra de Ana.
Como el propio autor señala, «desde el primer momento mi mujer y yo decidimos que el premio existiría hasta el momento en el que el dinero procedente de El mundo de Sofía se acabase, por eso la última edición de nuestro galardón fue la de 2013. Ahí dimos por concluida esa etapa, aunque, por supuesto, la Fundación sigue su curso».
Jostein Gaarder ha publicado hasta la fecha más de treinta títulos.