Entre historia e historia intercala frases contundentes, de esas que sólo pueden nacer de profundas convicciones. En esa línea deja caer aquello de que la mejor forma de llegar a la verdad es a través de la ficción.
Por ahí lanzo la primera…
El periodismo busca la verdad a través de los hechos y la ficción no. ¿Qué ámbito prefiere a la hora de indagar en la verdad? ¿Cómo se llega mejor a lo verdadero?
Históricamente se ha llegado siempre y mejor a la verdad a través de la ficción. De hecho, los primeros relatos sobre el mundo son de ficción. Los cuentos de la tradición oral, que son las primeras manifestaciones que conocemos de cómo el hombre se contaba el mundo a sí mismo, eran relatos de ficción. Esos relatos servían, no para pasar un buen rato por la noche cuando la gente se sentaba alrededor del fuego, sino para trasladar a los que oían una información preciosa en relación al mundo. Esa función que cumplía la literatura en esos tiempos remotísimos en los que ni siquiera había escritura es la misma que sigue cumpliendo hoy día. La literatura es una representación del mundo.
Y a la hora de escribir, ¿periodismo o literatura?
He ido hace poco a Uruguay para hacer un reportaje sobre este país que está de moda y sobre José Mujica, su presidente, que es un personaje muy, muy peculiar. En el reportaje no puedes decir algo que no sucedió, esto está claro, no te puedes inventar nada, pero dentro de eso el grado de libertad que tienes es tremendo.
En el caso de Uruguay, de todos los materiales que tengo sólo voy a utilizar un diez por ciento, lo que quiere decir que ya los estoy sometiendo a una manipulación brutal. Una manipulación sin connotaciones peyorativas, pero manipulación al fin y al cabo. Después de la selección los tengo que articular y lo hago como a mí me da la gana, evidentemente intentando ponerlos al servicio del sentido. La libertad que he tenido para escribir este reportaje ha sido tan grande que me he permitido escribirlo tres veces, como escribo tres veces cada texto de ficción. Un reportaje es también un relato, teniendo en cuenta que la palabra relato procede de relación pues tenemos que relacionar unos hechos con otros y algunos hechos están muy alejados entre sí y tienes que buscarte la vida para articularlos y que constituyan un único cuerpo. Así pues, la libertad creativa de un reportaje es tremenda y la única barrera que tienes al hacerlo, por cierto, muy saludable, es la de no inventar. El resto no se diferencia nada de cuando estás escribiendo un relato de ficción.
Yo estoy cómodo en la variedad. Es cierto que la ficción te llama, es decir, no puedo escribir una novela por obligación, algo que sí puedo hacer con un reportaje. A veces te atascas. Estás atascado en una novela o en un reportaje días y días y de pronto, cuando menos lo esperas, te llega una especie de iluminación y ves la solución. Esa solución siempre está dentro de uno. Esto es muy misterioso pero la experiencia me dice que siempre la solución está dentro. No es algo que venga de fuera. Si hay solución está en lo que ya has escrito o pensado. Lo que tienes que hacer es escucharte.
Considera que la imaginación facilita las cosas, ¿en ese sentido es más sencilla la ficción?
No creo que sea más fácil una cosa que otra. Tendemos a comparar pero, en realidad, hablamos de dificultades de distinto orden. Dicho esto, y si lo llevamos al extremo, podría considerarse que es más fácil el reportaje, porque en el reportaje el material ya lo tienes. El problema, y eso no pasa con la novela, es como articular ese material para poner las cosas al servicio del sentido. Qué quitar o qué poner. Cuando se asiste a una sala de montaje cinematográfico, que es una experiencia fantástica para alguien que escribe, ves que el proceso de quitar o poner fotogramas se asemeja al de la escritura.
Pero también apunta usted que el propio relato le guía a la hora de escribir y que no saber lo que va a pasar en la página siguiente supone un estímulo como escritor, ¿es realmente así?
Puedes hacer un esquema de una novela, pero cuando te pones a escribir la realidad de la novela te lleva a sitios por los que a menudo no puedes seguir porque te cargas la propia historia. La mujer loca, el libro que ahora publico, me ha llevado a sitios, a lugares complicados de mí mismo. He tenido que responder a preguntas en relación con el hecho de haber establecido en mi vida la división de escribir literatura y escribir periodismo.
Ha dejado también caer usted que la ficción está sobrevalorada, ¿a qué se refiere?
Es verdad en parte. Hay textos, por ejemplo el Relato de un náufrago de García Márquez, que es una genialidad independientemente de que ese hecho haya sucedido. Como lectores no tiene que importarnos que eso sea o no realidad. Es verdad que hay una cierta sobrevaloración de la ficción y esto es curioso en un momento en el que hay un cierto cansancio de la ficción, porque la novela es un género viejo.
(Juan José Millás acaba de publicar La mujer loca (Seix Barral), [1] que nos acerca a Julia, que trabaja en una pescadería y de noche estudia gramática porque en realidad está enamorada de su jefe, que pese a las apariencias pescaderas es filólogo.
En sus ratos libres, la joven ayuda en el cuidado de una enferma terminal en cuya casa coincide con Millás, que está haciendo un reportaje sobre la eutanasia. Durante sus visitas, el escritor se siente atraído por la idea de novelar la vida de Julia, aunque para hacerlo deberá enfrentarse a su bloqueo creativo con la ayuda de una psicoterapeuta)
¿Está loca la mujer que da título a su última novela?
Bueno, está loca porque tiene alucinaciones y cosas por el estilo. Ahora bien, cuando decimos que una persona está loca la colocamos al otro lado de una raya en la que desaparece el significado. Si está al otro lado de la raya, todo lo que diga ya no tiene sentido. Pero resulta que los locos dicen con frecuencia cosas muy cuerdas. El hecho de que alguien tenga un desequilibrio mental no le incapacita para pensar y decir cosas de mucha cordura. Pero, con frecuencia, los colocamos en el lado de las cosas que no tienen sentido para no escucharles pues dicen cosas muy intranquilizadoras respecto a este consenso que llamamos realidad. A menudo esas personas ven la trastienda del consenso, los materiales falsos con los que está montado y eso nos inquieta y por ello a menudo identificamos locura con sinsentido.
El libro aborda y sin evasivas el tema de la eutanasia…
La eutanasia me interesa mucho. Los seres humanos hemos logrado alargar la vida, pero con frecuencia ese alargamiento no es en buenas condiciones. En consecuencia, la eutanasia me parece una solución muy adecuada para determinadas situaciones. En esos casos uno debería tener derecho a decidir qué hacer con su vida. Pero, al mismo tiempo, la eutanasia nos coloca frente a la vida. La muerte siempre nos coloca frente a la vida y la vida frente a la muerte. Pero en las sociedades actuales hemos hecho desaparecer la muerte de la vida. La muerte no se puede separar de la vida de ninguna manera; van indisolublemente unidas. Es un par. Pero hemos quitado la muerte del paisaje. Es muy raro que vayas por la calle y te encuentres un cortejo fúnebre. Enterramos a nuestros muertos en la clandestinidad, los sacamos de casa a escondidas y los llevamos a unos tanatorios que no parecen tales. Es más, los tanatorios dan vida a los barrios en los que están instalados… Hemos hecho una cosa catastrófica, como es eliminar de ese par que debería ir indisolublemente unido uno de sus extremos. Vivimos como si nadie se fuera a morir nunca. Había una cultura de respeto a los muertos que está desapareciendo o ha desaparecido ya. El hecho de que en La mujer loca haya alguien que ha tomado la decisión de suicidarse nos da pie para hablar de la vida. Esta mujer descubre la vida cuando se va a morir.
Ha trascendido el hecho de que usted, en la vida real, acompañó a una persona que decidió poner fin a su existencia. ¿Cómo fue?
Soy socio de la Asociación DMD, Derecho a Morir Dignamente, y conozco bien cómo funciona. El caso al que se refiere me marcó mucho. Fue impresionante pasar todo un día con una persona que al día siguiente se iba a suicidar y, de hecho, lo hizo. Este hombre quería que yo le acompañase cuando iba a tomar el «cóctel de autoliberación», que así se llama, que iba a poner fin a su vida. Pero yo no tuve valor para estar con él. Me quité de en medio. En ese momento le acompañaron dos voluntarios de DMD que estuvieron con él hasta el fin. Murió en una habitación de un hotel en torno a la una del mediodía. Ellos se fueron con la idea de avisar muy temprano al día siguiente antes de que la camarera entrara en la habitación, para evitarle la sorpresa. Eso quiere decir que desde las trece horas de un día, hasta las ocho de la mañana del día siguiente, aquel hombre estuvo allí muerto, algo que sólo sabíamos cinco personas. Sólo cinco personas en Madrid sabíamos que en una habitación de un hotel había un señor muerto. Eso fue lo que más me impresionó de todo. Lo que más me turbó fue estar en ese secreto. No he logrado desarrollar, verbalizar o escribir sobre aquello. Sigo con la turbación, como un nudo que no he deshecho.
¿Qué tiene en mente en la actualidad?
Mi ventaja es que como hago periodismo y ficción, cuando acabo una novela el cuerpo me pide dedicarme más al periodismo y ahora tengo pensados dos reportajes que creo que pueden ser muy interesantes. Los reportajes me llevan mucho tiempo y me salen muy largos. Cuando los haga creo que volveré a meterme en otra historia inventada pero, de momento, estoy a vueltas con el periodismo.
La mujer loca [1]
Juan José Millás
Seix Barral / Biblioteca Breve
240 páginas
17,50 euros
ePub: 9,99 euros
¿Quiere leer un fragmento de La mujer loca? [3]