Sus libros, al tiempo livianos y profundos, conjugan buenas dosis de oralidad –es especialmente hábil en la construcción de diálogos–, con una prosa marcadamente poética. Señas de identidad que fraguan en textos que invitan a la reflexión y en los que el humor está muy presente. Desde esos parámetros, quien no duda en declarar su pasión por la palabra escrita y afirmar que la ficción es una hermosa mentira publica ahora La flor del rayo (Seix Barral) [1], en la que, entre otras cuestiones, aborda el duelo y las distintas formas de mostrar el amor.
En este, su regreso a la ficción, se sirve de una fórmula muy personal utilizada en anteriores propuestas basada en nutrirse de la realidad para deformarla, transformarla y, en definitiva, reinventarla. El resultado coloca al lector ante un libro lleno de subterfugios protagonizado por un escritor dispuesto a todo con tal de tener una historia que contar en su próxima novela.
Después de ganar un gran premio literario, zarandeado por la presión y las expectativas, intenta averiguar –desoyendo cualquier consejo– qué se esconde detrás de una misteriosa escena que presencia mientras pasea a su perro: un hombre llora abatido y una ambulancia asiste a una persona a las puertas del jardín de una vieja casa. En esta alocada investigación, la vida y la literatura no tardarán en confabularse para poner a prueba este estrafalario método de inspiración que le induce a creer que la ficción es la única herramienta válida para gestionar el amor, la inexpugnable felicidad de la escritura o el devastador desgarro de la pérdida.
Ya desde el párrafo inicial, La flor del rayo reta al lector y lo lleva a cuestionarse si el que habla es el propio autor o lo hace el personaje protagonista de la ficción que el novelista ha puesto en marcha:
«El 8 de febrero de 2021, a eso de las once de la mañana, se hizo público –yo lo supe algunos días antes– que había ganado el Premio Biblioteca Breve… La llamada reveladora me sorprendió en una pausa del trabajo… Después de eso, llegaron días que se hicieron semanas y semanas que se hicieron meses en los que una emoción desaforada me llevó de un lado a otro… Una vez publicado el libro, me dediqué a charlar con periodistas; a visitar clubes de lectura; a encontrarme con lectores en librerías físicas y virtuales; a contestar centenares de mensajes; a husmear en las listas de libros más vendidos; a leer desde un inédito autocontrol las valoraciones; y a subir a mis redes sociales cuanto se iba diciendo de la novela. También procuré vivir, claro, pero menos, porque el éxito subyuga: viajé, celebré y conocí a algún que otro escritor que hasta ese momento había leído con peligrosa idolatría; dormí en aviones y bebí en hoteles porque creí que era una buena y noble obligación; y en más de una ocasión, sin albergar en mi pecho verdad alguna, pero tampoco mentira, entré de puntillas en casa. Durante ese tiempo creo que hice todo lo que se esperaba de mí. Menos una cosa: escribir… No obstante, una vez que la efervescencia inicial del premio fue dando paso a una moderada cocción al baño maría, las charlas con mi editora, con mi mujer y conmigo mismo comenzaron a llevarme hacia lo que era una dolorosa evidencia: estaba atenazado por las circunstancias, me sentía incapaz de volver a escribir, me moría de miedo. Esto, que era algo que yo me repetía con bastante saña, jamás se lo reconocí abiertamente a nadie, salvo a mi psicóloga, cosa que lo hacía todo más sórdido y lastimero porque ella nunca ha creído en la literatura, y mucho menos en la mía. De ahí, quizá, no lo sé, que este comienzo sea tan importante para mí y exija un lugar dentro de la propia historia, no en la periferia que ofrecen los preámbulos, los epílogos y las notas. Esto está aquí no porque sea el principio de nada. Esto está aquí porque estuve a punto de ser un hombre engullido por el miedo. Esto está aquí, y puede que alguien lo esté leyendo. Con eso debería ser suficiente».
– En ese juego de realidades e invenciones, ¿cómo definiría La flor del rayo?
Esta novela es una declaración de amor a la ficción. Eso es algo que forma parte de mi vida. Soy profesor de lengua y literatura. Me gasto mucho dinero en libros. Dedico muchas horas a la lectura madrugando mucho más allá de lo que mi salud me permite porque creo ciegamente en la ficción. Para mí la realidad es una puerta magnífica para llegar a la ficción. Pero, obviamente, no estoy interesado en contar mi vida sino en meter en una coctelera todos los elementos que forman parte de mi existencia como mi amor por la literatura o mi manera de entender determinadas cosas de la escritura y que al servirla en copa fría sea un cóctel netamente ficticio. Todo eso lo tuve muy presente mientras escribí La flor del rayo.
– ¿Qué dificultades le provoca transitar en esos dos mundos paralelos en los que realidad y ficción se confunden?
Cuando un escritor se propone poner en marcha cualquier novela detrás de esa escritura siempre hay un reto. Algo que haga que tu silla de autor cojee un poquito y te sientas algo incómodo. Un de las cosas que siempre se me plantea, porque me resulta muy interesante, es ese juego realidad-ficción con el objetivo de que el lector se olvide de que algo sea real o sea ficticio sino que la historia le esté llegando y emocionando, también le haga sonreír y, en ocasiones, le estruje. El Juanma protagonista de esta novela entiende que una manera muy útil de gestionar su vida es a través de la literatura. Algo que debería ser el colmo de cualquier escritor. Él tiene la sensación de que su relación de pareja, su hipocondría, sus miedos pueden estabilizarse si encuentra qué escribir. Decide poner todas las monedas en el mismo plato de la balanza y cuando alguien hace eso la balanza se desequilibra y todo se va al traste. Soy consciente del riesgo de los mundos paralelos y asumo encantado que la mezcla de realidad y ficción se convierta en literatura.
– Pero la ficción contemplada como una gran mentira…
Como hermosa mentira. La mentira que, a través de sus instrumentos y técnicas, nos ofrece la literatura. La posibilidad de deformar y modificar personajes que tú ves en tu día a día. No obligo a que el lector se sienta en una ficción al cien por cien, ni que piense que está ante un libro de memorias. Quiero que se enfrente al libro con las puertas abiertas y al hechizo que ofrece la literatura. Reconozco que soy un escritor que se siente bien en los límites. En literatura me gusta transgredir los límites y asomarme a los abismos. Como señala el narrador, la literatura me permite creer.
– ¿A diferencia del protagonista de su relato no ha sentido el terror de la página en blanco?
No. No he tenido momentos de bloqueo ni de resistencia ni de nada que se le parezca. De alguna manera, al Juan Manuel Gil escritor se le presuponía que le ocurriría ese miedo porque era un escritor más modesto que venía de publicar en editoriales más modestas con otro alcance en cuanto a lectores. Y de repente se encuentra con el Premio Biblioteca Breve con todo lo que conlleva y eso es una responsabilidad que te cae encima y que puede paralizarte. Yo de pronto me vi envuelto en la emoción del premio y tuve que responder a dos preguntas de los periodistas en relación con si podría con la presión y con el ‘y ahora qué?’, pero en ningún momento he estado bloqueado y ya la misma noche de la recepción del premio le conté a mi editora lo que iba a ser la siguiente novela, ésta que ahora se publica. Tenía claro por donde iba a ir porque uno de mis principios es que la escritura es una forma de diversión. Yo me divierto escribiendo. Porque si tengo que renunciar a tanto, si supone tanto sacrificio, algo bueno tengo que sacar de la escritura. La literatura también es para mí diversión, encantamiento, hechizo.
– Ha comentado usted que esta novela surge de una escena real, ¿es así?
Un día ocurrió algo en mi barrio que me inquietó. Vi como una ambulancia se llevaba a alguien. Yo sabía que había tres o cuatro temas que quería tratar pero no sabía cómo y mirando desde mi coche la casa en la que se produjo la escena y recordando las preguntas de los periodistas de las que he hablado supe cómo tenía que enfocar la novela.
– La pérdida, el duelo, es otro de los elementos clave de La flor del rayo…
El duelo, la pérdida, es algo que me lleva acompañando ya varios libros. Quizá no de una manera tan central como ocurre en ésta, pues he intentado afrontarlo de una manera más directa, pero casi siempre ha estado ahí. El narrador nunca pierde sus gafas de escritor. Incluso en los momentos de mayor dolor es consciente de que sólo con una tragedia no se escriben novelas. Necesitas algo más. Uno de los retos de esta novela es ver la progresión del escritor y comprobar si esa emoción y ese dolor ha calado en el propio autor y discernir qué está por encima, si el dolor de la pérdida o la propia literatura.
– Se define usted como escritor y lector. ¿Qué es más terapéutico, leer o escribir?
Para mí, leer, y para mi familia resulta más terapéutico que escriba porque al escribir estoy tranquilo, metido en mi mundo, algo que ellos saben que me hace especialmente feliz. Pero no vivo la literatura como terapia ni como sanación, ni siquiera como un medio para entenderme a mí mismo. Tengo un concepto muy gozoso de la literatura.
– Y como lector, ¿que le pide a un libro?
Lo primero que le pido es que me seduzca, me atrape y me saque de la habitación en la que estoy. Por lo tanto cuando escribo tengo esa idea en mi cabeza. ¿Conseguiré que el lector salga de la habitación en la que está? ¿Conseguiré que en lugar de cerrar el libro posponga el sueño y quede atrapado en lo que le estoy contando?… posiblemente estas ideas me vengan dadas por mi labor como docente cuando me planteo si lograré que el alumno al llegar a su casa se ponga a leer el libro que le he recomendado. Esos retos, como escritor y como profesor, están íntimamente conectados. Como he dicho, lo lúdico y lo gozoso, el humor, el disparate incluso son principios fundamentales en mi escritura sin renunciar a la profundidad. Me interesan mucho los temas esenciales de la vida, como el amor, el duelo, la muerte, la pérdida, el miedo a la pérdida, cuestiones que están presentes en todos mis libros. Cualquier escritor, a diferencia de las personas que no se dedican a escribir, lo que básicamente hace es que encuentra algo amputado y necesita generarle una prótesis. La única manera de crear esa prótesis es a través de palabras. Intentamos que la conexión entre el hecho que genera esa historia y la prótesis que estamos inventando sea la más natural posible. Que no se note la fisura. Por supuesto, también es un reto para el escritor ver cosas que los demás no ven y mostrarlas.
– En su vertiente docente, a la que alude con frecuencia y de la que se declara orgulloso, ¿qué es lo que le interesa más?
La de profesor es una profesión complicada e intensa pero muy reconfortante. Trabajamos con personas que están en una edad en la que son muy porosas. Una edad en la que aprenden muy rápido lo que deben y lo que no. Tú tienes la posibilidad de acercarles lo que te apasiona. Soy un profesor que se dedica a escribir y a leer durante buena parte del día y soy consciente de que me pagan para saber acercarles a los alumnos no los libros que yo leo, sino lo que yo siento cuando leo. Esa es la parte que más me reconforta de mi labor. Me siento muy satisfecho cuando tengo la sensación de que alguno de mis alumnos siente envidia de la intensidad en la que yo me muevo cuando leo. Nos rodeamos de gente muy joven que de pronto nos sorprende porque son capaces de hablar con un entusiasmo y una pasión que antes no sentían. Me siento muy reconfortado cuando percibo que están poniendo en sus vidas esa semillita de pasión. Una semillita que tarda en germinar. Llevo más de veinte años dando clase y en mi experiencia eso en muchos casos funciona.
[Y en la despedida, Juan Manuel Gil vuelve a manifestar su entregada pasión por el oficio al comentar: “Me siento muy bien escribiendo. Es algo que le da disciplina y orden a mi vida. Me hace sentirme tranquilo por lo que me cuesta mucho sobrellevar los periodos de no escribir. Hay escritores que tras concluir un libro necesitan un tiempo de desintoxicación, pero en mi caso en cuanto acabo un libro siento que por fin he acabado lo que traía entre manos y ya puedo empezar otra cosa”].
Juan Manuel Gil, profesor de Lengua y Literatura en el Instituto Cruz de Caravaca de su ciudad natal, formó parte de la primera promoción de residentes de la Fundación Antonio Gala. Con su primer libro, Guía inútil de un naufragio (2004), obtuvo el Premio Andalucía Joven de Poesía. Desde entonces se ha centrado en la novela: Inopia (2008), Las islas vertebradas (2017), Un hombre bajo el agua (2019), Trigo limpio (2021) y La flor del rayo (2023). Es autor, además, de dos volúmenes de difícil clasificación: Mi padre y yo. Un western (2012), que le valió el Premio Argaria, e Hipstamatic 100 (2014), una recopilación de textos en los que mezcló vida y actualidad.