La originalidad de su pensamiento y de sus planteamientos marida bien con un lenguaje en primera persona, sencillo, afinado, de frase corta y vocación paródica, lapidaria y provocadora. Y así arremete contra esos compatriotas insensibles y alérgicos al arte de vanguardia que solo levitan en un estadio de fútbol. Porque hay mucho arte en los cuentos de Pavón y una mirada sobre el mismo que parece alternar la pasión y el sarcasmo (“que los críticos se encarguen de analizar el sentido”), la adhesión y el rechazo, y a veces cuesta pillar si lo uno o lo otro se afirman con sinceridad o más bien de forma irónica. Superdotada para decir con fluidez y gracia una cosa y la contraria en la misma frase. Da igual: la extravagancia de la propuesta siempre seduce, se esté o no de acuerdo, se comprenda del todo o no. Su forma de decir siempre fluye.
Hay en sus páginas amplia presencia de los distritos y calles de Buenos Aires. Buenos Aires en relación con la música y el baile o la riqueza y la pobreza o el amor y el sexo. Funciona en sus historias, difíciles de resumir sin estropearlas, la contraposición de contrarios: la creación y la crítica, la pareja y la amistad, la madre y la hija, la delgadez y la obesidad, el normal y el friki, la realidad y lo virtual. Ahora que no hay autor transgresor que no quiera distinguirse por la singularidad de su universo habrá que convenir que lo de Pavón va más allá, que se sale de lo normal sin dejar de ser accesible. Accesible, eso sí, a su manera.