Sólo dos libros: El ladrón de morfina, novela antibelicista emplazada en la guerra de Corea, y Boxeo sobre hielo, descarnada historia sobre la derrota, colocaron a Mario Cuenca (Sabadell, 1975) en el reducido grupo de escritores jóvenes a los que no debía quitárseles ojo. Cada una de las dos obras dejaba la sensación de lo que estaba por llegar de su anunciado talento, de que esa forma de entender la narrativa cuajaría en algo de altura.
Sin grietas
Así ha sido. Los hemisferios es una apuesta en la que casan una forma de escribir –cada palabra encuentra sin querer su lugar preciso en el conjunto del texto–, y una imaginación –sin falsos huecos narrativos ni concesiones– que levantan una estructura que se mantiene sin grietas a lo largo de casi 550 páginas.
La pérdida de una mujer deseada funciona como big bang de una trama que se dispara en dos direcciones. Para cartografiar en su conjunto esta pasión, el lector deberá atravesar los paralelos de este universo narrativo, trazar el itinerario de una obsesión amorosa que, como ya se ha apuntado, se desdobla en dos historias que funcionan como espejos. Y se sabe que el reflejo de lo que un espejo vuelca en otro es engañoso; deformante.
Prosa hipnótica
Un París detenido en el nuevo romanticismo de los ochenta, una isla nórdica por la que se desarrolla una alucinada road movie, un episodio de vampirismo en la Barcelona de la Transición, un descenso órfico a los infiernos, una expedición al volcán que se alza en el centro de una isla de la mente. Todo esto cabe en la espiral de una pasión a la que Cuenca va dotando de hábiles, envolventes, subterfugios.
Aquello que se atribuye a la literatura que atrapa al lector, esa incapacidad de abandonar el texto una vez que se ha iniciado su recorrido, tiene en Los hemisferios un clarísimo ejemplo.
Como se apunta con veracidad desde la contracubierta del libro, estamos ante «un narrador de una solvencia poco común» y «sólo desde una prosa hipnótica, exigente y alucinada es posible plantear una novela tan peculiar como seductora, un artefacto narrativo que se divide en dos mundos alternativos, dos formas de ser, de entender el arte y el cine en todas sus variantes, que arrojan experiencias estéticas de lectura completamente diferentes: la elegancia del suspense al más puro estilo del Hitchcock de Vértigo, o la inspiración visionaria del Dreyer de Ordet«.
Cierto. ¿Por qué buscar otras palabras cuando las dichas se ajustan como una segunda piel a lo que el lector experimenta? Compruébenlo sin más, no se sentirán defraudados.