Boulogne, 1975. Casa de François Le Lionnais, presidente fundador del OuLiPo, matemático e ingeniero. Sostiene lo que parece una hoja de cálculo anterior a la era Excel, gira la cabeza sonriendo a los que ocupan su lado izquierdo: el escritor Raymond Queneau, mirando al frente o al vacío; Jean Queval y Claude Berge, escritor y matemático respectivamente, mirándose el uno al otro y concentrados en su propia conversación. Del otro lado, los escritores Italo Calvino y Harry Mathews, en posturas se podría decir que idénticas si no fuera porque uno parece sonreír y el otro no sonríe en absoluto. En el centro, sobre la mesa de madera, la cabeza de André Blavier, erudito, mecenas, fumador de pipa. Al fondo, de pie, otros tantos intelectuales, en su mayoría escritores y matemáticos, entre ellos el barbudo Georges Perec y un par de cabezas, las de Jacques Roubaud y Noël Arnaud, que sobrevuelan la estampa como ángeles botticellianos.
La escena, aunque con trazas de montaje, nos pone ante los ojos una eventualidad real: la del encuentro entre miembros de dos gremios intelectuales, el de la literatura y el de las matemáticas, esos que raramente se desposan, y que aquí parecen haberse juntado por su propia voluntad, sin error ni chantaje, y estar hablando el mismo idioma. O mejor sería precisar que lo que hacen, más que hablar una lengua común, es construirla: se trata de un encuentro de “oulipianos”, los componentes de un grupo de experimentación literaria nacido en 1960 que pretendía explotar los juegos formales del lenguaje a partir de reglas de creación basadas mayormente en las matemáticas.
Qué es (o no es) OuLiPo
El OuLiPo («Ouvroir de Littérature Potentielle»), aunque rechazaba ser considerado un grupo de vanguardia literaria, llegó a escena con una propuesta clara: si bien avalaba las experiencias de ruptura anteriores, como el dadaísmo y el surrealismo, trasladó el centro de la estrategia creativa de la exploración del azar y el inconsciente a la multiplicación de sentido por medio de reglas específicas o contraintes. Las contraintes eran la fuerza propositiva del OuLiPo: constricciones, trabas que forzaban la estructura literaria, procedimientos artificiales de naturaleza matemática que servían para que la creatividad se “apoyase” en una mecánica, descubriese posibilidades combinatorias insospechadas entre las palabras e iluminase nuevas zonas de inspiración.
Con esto pretendían bucear en el potencial creativo de la literatura (de ahí el nombre del Taller de Literatura Potencial) para proyectar estas nuevas posibilidades surgidas del uso de las restricciones a las generaciones venideras: “El fin de la literatura potencial es proveer a los escritores futuros de técnicas nuevas que puedan reservar la inspiración de su afectividad. De ahí la necesidad de una cierta libertad. Hace nueve o diez siglos, cuando un literato potencial propuso la forma del soneto, dejó, a través de ciertos procedimientos mecánicos, la posibilidad de una elección”.
Sin embargo, los autores oulipianos, con sus propuestas de escritura limitada, no pretendieron nunca constituirse como escuela o movimiento ni enarbolaron la bandera de ninguna normativa estética; más bien se divirtieron planteando procedimientos de creación y estableciendo las reglas por las que uno podía formar parte del OuLiPo: 1) No se entra si se quiere entrar; 2) Nunca se deja de pertenecer; 3) No todo lo que hace un miembro es OuLiPo; 4) No es preciso pertenecer al “selecto grupo” para hacer literatura oulipiana…
Pero entonces, ¿qué es ser un autor oulipiano?, se pregunta a sí mismo Le Lionnais, y se responde: “es una rata que construye ella misma el laberinto del cual se propone salir. ¿Un laberinto de qué? De palabras, sonidos, frases, párrafos, capítulos, bibliotecas, prosa, poesía, y todo eso”. Todo eso, lo que no es o no todo lo que es… sin endilgarse mayor etiqueta, los oulipianos se daban a la creación como niños serios jugando en el laberinto del lenguaje.
Basta ya de musas
Los oulipianos echaron por tierra la figura del “genio creador” heredada de los ensueños conceptuales de altos vuelos del Romanticismo: el escritor no es un vidente inspirado por las musas, no sufre alucinaciones ni escribe al dictado de un dios que le posee y enajena. Es un trabajador, un currante. Se pone deberes, se somete a normas, escribe con precisión matemática, sigue técnicas creativas –lo que los oulipianos llamaron lipos– que otros (o él mismo) han impuesto. De éstas se concibieron dos tipos: la “lipo analítica”, que lleva a examen las obras literarias antiguas para dar con estructuras, formas o restricciones que los autores originales ni siquiera habían pensado, y la “lipo sintética”, que inventaba nuevas estructuras y restricciones mediante la combinación de literatura y matemáticas.
En definitiva, dos formas de asumir felizmente algunas de las ideas que a veces rechinan en el gremio de la escritura: que los escritores son una panda de plagiadores, los unos de los otros y en el mejor de los sentidos, y también que la restricción o el sometimiento a ciertas reglas no es el antónimo de la libertad creativa, sino en cierto sentido todo lo contrario.
¿Acaso un juego no deja de ser divertido cuando alguien decide ignorar las reglas, que son el código compartido que hace que los jugadores manipulen con coherencia y libertad las posibilidades que tienen delante? Escribía Johan Huizinga en Homo Ludens que “cada juego tiene sus reglas propias, y el jugador que infringe las reglas del juego o se sustrae a ellas es un aguafiesta”. Los escritores del OuLiPo se aplican con tozudez para no ser aguafiestas: imponiéndose sus restricciones saben que avanzarán en el juego de la creación.
Suma, sigue, escribe
Un ejemplo: pruebe a escribir un texto en el que se omita sistemáticamente alguna letra (o varias) del alfabeto. Quizá parezca insostenible después de dos o tres párrafos, y sin embargo La disparition, de Georges Perec, es una novela en cuyo interior se produce la total desaparición de la letra E.
Otro: reemplace cada sustantivo de un texto elegido por el séptimo sustantivo encontrado después de él en un diccionario, y estará manejando la restricción S+7, que le llevará a la creación de un texto de conexiones léxicas inspiradoras. O experimente con la “bola de nieve de longitud n”, un poema cuyo primer verso está formado por una palabra de una única letra, el segundo de una palabra con dos letras, etc., hasta llegar al último verso, de longitud “n”.
O pruebe con la contrainte que nos proponen los oulipianos en su última publicación: había un texto por ahí, un relato de Paul Fournel que apareció en el libro A solas con los atletas, y que describe a un esquiador en pleno trabajo: el retrato de un hombre que esquía más rápido que los demás, y ese es su oficio. A partir de ahí, los oulipianos se convierten en plagiadores, según, claro está, la definición que aparece en el Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce y que ellos mismos defienden: “Plagio, s. Coincidencia literaria entre una prioridad carente de mérito y una posteridad honorable”.
Así, en el relato de Fournel se desgranan toda una serie de plagios que usan la estructura cambiando el oficio: “la constricción consiste en adaptarse lo más fielmente posible al texto de partida dibujando el retrato de otro personaje”, reza la introducción, y de esta manera se suceden en el libro el seductor, el desollador, el resucitador, el funcionario, el tirano, el filósofo televisivo, el asesino a sueldo…
OuLiPo mundo a través
Quien guste de imaginarse a sí mismo practicando alguno de estos ejemplos descritos aquí a ramalazos, puede bucear en las propuestas que OuLiPo ofrece en la red, o estar al día de los encuentros y homenajes que de forma continuada llevan a cabo instituciones culturales de todo el mundo. Sin irnos muy lejos, el Museo Reina Sofía acaba de celebrar el 55 aniversario de OuLiPo con dos actividades: un coloquio a partir de la publicación del libro Es un oficio de hombres, y la presentación de la obra 66 ejercicios de estilo del Colectivo Armadillo, un genial transvase al teatro de los Ejercicios de estilo de Quenau, en el que la soberbia interpretación de Jesús Barranco y Raúl Marcos nos atrapa en un bucle de versiones que son como los pliegues infinitos de la creatividad.
Del 22 al 24 de octubre, en Nápoles, se celebrarán los 25 años de la fundación OpLePo (traducción del acrónimo al italiano), que empezó siguiendo las bases del original y ha seguido conservando la buena salud; en la ciudad canadiense de Toronto se esperará dentro de unos días la llegada de un tren procedente de Halifax que transporta a 24 escritores oulipianos que, bajo unas pautas previamente acordadas, se han dado a la tarea de escribir los 24 capítulos de una novela (uno por cabeza) en las 24 horas que dura el trayecto. Al día siguiente, en Toronto, los editores levantarán las manos para hacerse con las páginas escritas y un día después, en Montréal, se presentará la primera edición de la novela.
Grupo literario OuLiPo
La Uña Rota
Traducción: Pablo M. Sánchez
Ilustraciones: Daniel Montero Galán
152 páginas
14 euros