Michael Frank, que en 2017, con Los fabulosos Frank, le dijo a los lectores que había venido para quedarse, vuelve a plantear una novela llena de carácter. Uno de esos libros que hacen verdad aquello de que quien se acerca a determinadas historias queda irremediablemente atrapado. Ni el qué ni el cómo de lo que se cuenta en Lo que falta suelta a quien necesita saber más de Costanza Ansaldo, su protagonista.
Italoestadounidense culta que se gana la vida como traductora, sabemos de Costanza un año después del fallecimiento de su marido, un prestigioso novelista del que irá desvelando verdades inconfesables que, con su adiós, impulsó en ella la necesidad de darle un vuelco a una vida de la que parece haberse adueñado el duelo y la frustración de no poder ser madre.
Dicho y hecho. En el verano en el que está a punto de cumplir cuarenta años viaja a Italia y allí, en Florencia, en el hotel en la que solía alojarse cuando era niña, conocerá a los dos hombres sobre los que gravitará su existencia desde ese momento. Uno es un joven sensible que acaba de dejar atrás la adolescencia, el otro, padre del muchacho, es un conocido médico especialista en medicina reproductiva.
El triángulo amoroso está servido cuando, en el otoño siguiente, vuelven a encontrarse en Nueva York e inevitablemente afloren las incertidumbres y temores, los celos y frustraciones. Cada cual, y ahí radica la habilidad del escritor para no dejarse llevar por juicios, deberá enfrentarse a los agujeros que la vida va cavando en sus vidas.
A través de sus vivencias y sentires el lector irá asistiendo -reflexionando si así lo prefiere- a cuestiones de tanto calado como el peso de la familia, la entrega que la paternidad puede conllevar o la frustración que puede suponer la imposibilidad de ser madre.
Avanzado el relato sabemos que algunas mañanas, “Constanza se despertaba y, durante unos primeros momentos de conciencia, olvidaba todo aquello por lo que estaba pasando, lo que ocurría en su vida. En ese intersticio entre el sueño y la vigilia la embargaba una sensación de libertad que trascendía lo físico. (…) Eso era felicidad. Ser libre; olvidar. Luego, no obstante, recordaba. Tras segundos o minutos… No le era fácil discernir cuánto tiempo tomaba su mente para emprender el vuelo y luego aterrizar, con un retumbo seco. Dolía aterrizar. Era como recibir un golpe. Un latigazo. Seguía atrapada en su cuerpo, y seguía esperando”.
Bien estructurada y magníficamente contada fluye la compleja trama hasta un desenlace que vuelve a demostrar que la vida está llena de requiebros. Y que, como señalan los versos del poeta Mark Strand con los que el libro se abre:
Donde quiera que estoy, / soy lo que falta.
Michael Frank
Traducción: Miguel Marqués Muñoz
AdN. Alianza de Novelas
433 páginas
18,95 euros | 11,49 euros ePub