Comienza Núñez en el prefacio como pidiendo disculpas por anticipado. Nos explica que estos relatos –el libro está compuesto por siete cuentos– los creó entre 2016 y 2017, y que por eso fue otro “yo” suyo el que los escribió. Dice que destilan ingenuidad, humor y fantasía. Y claro, uno, que cumple las mismas primaveras que el autor, cree entender a qué se refiere o a qué viene la acotación. Digo bien lo de creer, porque lo que sucede es que, luego, al leer el libro, pienso: si de esto era capaz el Núñez de 2016, y el propio autor nos advierte sobre ello, qué no podrá hacer en 2024.
Porque Los búlgaros es un gran libro pequeño (y lo digo como el mayor de los elogios). El autor lo plantea así, no me cabe duda de que conscientemente, huyendo del artificio y, sobre todo, de esa transcendencia disfrazada de insoportable levedad, pero que es tan pesada y estomagante, que lo invade todo en la narrativa actual. Hombres y mujeres jóvenes, disfrazados de colonizadores posmodernos de la esencia humana, descubriendo con pomposa afección e infatilizado asombro situaciones y sentimientos que son tan cotidianos y viejos como nuestra propia existencia.
Pues bien, Núñez, que escribe en Los búlgaros de cosas tan substancialmente corrientes como lo son el amor en la temprana adultez o de la soledad en la gran ciudad, logra escapar airoso de las principales fallas con las que tropezamos otros de su generación. Lo hace, además, con un estilo embriagadoramente particular, tan personalísimo y tan diferente de la mayoría de voces actuales, que ya de por sí merece toda alabanza.
Combina Los búlgaros una gratificante esbeltez con una genuina originalidad –insisto, hablando de algo tan cotidiano como el amor (o mejor, el desamor)– y oscila con tal garbo entre el humor y el patetismo, la sensibilidad y la acidez, la cordura y el lunatismo, que uno no puede más que quitarse el sombrero.
Abrocho esta reseña advirtiendo al lector de que los libros de relatos no son especialmente de mi gusto. Sé que mis preferencias literarias son irrelevantes, pero la afirmación tiene una razón de ser, porque, pese a ello, Los búlgaros es uno de mis libros favoritos del año que ya nos ha dejado. Léanlo si es que no lo han hecho ya.