Su última obra, La tigresa y el acróbata (Seix Barral), es en sus propias palabras «una fábula que se relaciona con la profunda riqueza interior del ser humano». Por eso es también «otro antídoto contra el cinismo y contra la superficialidad de estos tiempos en los que vivimos».
¿Con qué mensaje le gustaría que se quedase el lector de su obra en general y de La tigresa y el acróbata en particular?
Mi último libro es una fábula para adultos y pretendo que abra una puerta interior. Que haga que el lector se formule preguntas. Considero terrible que nos den las respuestas antes de que nos hagamos las preguntas. En éste como en buena parte de mi obra pretendo decir que entre el poder y la libertad hay que elegir la libertad. La libertad es lo más importante en la persona y también lo más difícil de alcanzar. Hablo, por supuesto, de la verdadera libertad. En otros libros, y también en éste último, queda claro que la inquietud lleva a la infelicidad y esa infelicidad en el fondo nos empuja a buscar la verdad de las cosas.
¿Estamos ante un canto a la inocencia?
La inocencia es a lo que debe aspirar cada vida. Hace tiempo que comprendí que hay que volver a ser como los niños. Creo que ese es el sentido de toda vida. Envejecer debe acercarnos a olvidar el cinismo, todo lo que acumulamos a lo largo de la vida y volver a tener los ojos llenos de asombro que tienen los niños. Para mí la inocencia es el fundamento de la libertad.
¿Cuánto hay de espiritual en sus libros?
Me gusta considerar que mi obra tiene un sentido espiritual profundo, no religioso. Evidentemente hay un trasfondo cristiano pero hay algo que nos une a todos los seres humanos que es mucho más profundo y eso es lo que llamamos lo espiritual.
Pero a lo largo de sus libros el ser humano no sale demasiado bien parado… ¿Hemos perdido la esperanza?
No, en absoluto. Siempre hay que tener esperanza porque debemos alimentarla constantemente. Pero en este momento se están produciendo cambios muy grandes y hay que tener mucha conciencia para poder seguir teniendo esperanza.
¿Considera que el mundo es más hostil hoy que cuando usted era niña?
Sí. Lamento tener que decir que no tengo dudas al respecto. Lo más grave del mundo actual está en el final de la infancia. Por un lado, los niños están muy mimados. En lo material lo tienen absolutamente todo. Pero en mi generación las familias tenían muchos más hijos, éramos muchos hermanos y había que compartir. Además, ahora, los niños, con los móviles, están totalmente controlados. Cuando tienen trece o catorce años son controlados por los padres a través de los móviles preguntándoles continuamente dónde están, qué hacen. Esa realidad me produce claustrofobia. Eso en parte provoca un mundo en el que se impone el cinismo pues los niños ocultan, mienten para buscar su espacio de intimidad. Eso representa el final de la civilización pues nos hace pensar que el mundo que van a construir los que ahora son niños va a ser un mundo de cínicos.
¿Cuál es, desde su punto de vista, la receta para acabar con el cinismo?
Escribo mis libros precisamente para eso. Sigo escribiendo cosas que van contra esa corriente cínica. Siento que es mi deber y lo tengo que hacer. Veo que cuando a los niños se les dan cosas bonitas reaccionan. Son como una planta a la que se riega. Creo que a partir de ahora (lo dice entre risas) voy a escribir solamente para niños. No, bromas aparte, dudo de que en el futuro escriba más novelas. En cierto modo siento que con La tigresa y el acróbata he escrito mi testamento narrativo espiritual. Pero, aunque es muy difícil hacerlo bien, lo que más me apetece es escribir para niños.
Pero a efectos prácticos, ¿qué podría revertir el pesimismo social que manifiesta?
Asumo que el pesimismo forma parte de mi carácter, pero siempre abrigo esperanza porque de otra manera no seguiría en el mundo. La experiencia me ha demostrado que una buena dosis de pesimismo es conveniente para ver la realidad. Pero, insisto, también es necesaria una porción de esperanza que genere una idea distinta y nueva del futuro. Escribo también libros para niños y lo hago porque tengo una idea positiva del futuro. Busco darles algo a los niños que en el futuro, en su futuro, sea importante. Paradójicamente soy pesimista pero tengo un corazón profundamente optimista.
En su caso, un claro elemento para la esperanza son sus muchos millones de lectores, ¿lo siente así?
A nivel profundo las personas buscan sentirse niños. Conozco a muchas personas que me dicen, «siento que este libro lo ha escrito para mí». Mis libros reflejan exactamente la manera en la que yo me siento y no soy muy distinta a mucha gente por lo que ellos se sienten identificados. Eso es importante porque en el mundo de la electrónica la ingenuidad y los sentimientos representan una fuente de riqueza extraordinaria. El libro es una forma de resistencia humana porque se toca, lo vives, te acompaña y nos proporciona palabras que la electrónica no nos puede dar. A propósito de eso pienso que es muy distinto leer un libro en formato electrónico que en papel. Yo, por supuesto, prefiero el papel. Aunque leo en todos los formatos, cuando lo hago en tableta no me acuerdo de nada de lo que he leído.
El calentamiento global es otra de las cuestiones sobre las que vuelve usted una y otra vez…
Cuando se observan posturas tan irracionales como la del actual presidente estadounidense en relación con el calentamiento global, negando algo tan evidente, hay razones más que suficientes para ser beligerante en este sentido. Vivo en el campo y he visto el cambio climático, los efectos del cambio climático a lo largo de los últimos treinta años y es trágico, absolutamente trágico. Los políticos, determinados políticos, hacen un discurso tan sólo político pero no saben nada o no quieren saber nada de lo que ocurre en la realidad. En la zona de Italia en la que yo vivo no llueve, o lo hace mucho menos cada vez. Estamos llegando a los niveles de África. El sur de Europa se está desertizando y eso ha sucedido en sólo tres décadas que es poquísimo tiempo.
¿El alejamiento de la naturaleza sería otro de los males de la sociedad actual?
Por supuesto. Nosotros somos parte de la naturaleza. Hemos evolucionado a lo largo de millones de años junto a la naturaleza. Somos naturaleza. Se hizo un estudio muy curioso en Francia en el que se le preguntaba a la gente que es lo que le gustaría que se viera desde la ventana de su casa y en el 95 por ciento de los casos lo que preferían es que se viera agua y árboles y sin embargo cada día vivimos más alejados de la naturaleza y en muchos casos completamente alejados de ella. Es una contradicción dramática. Muchos niños de hoy ven una mosca y se asustan. Tienen miedo porque no conocen. Eso es una gran pobreza que tenemos la obligación de combatir si queremos seguir en este mundo. Tenemos que asumir, para nuestro bien, la existencia de una relación larga y profunda entre los seres humanos y los animales. En este sentido me producen una gran tristeza los animales salvajes que actúan en los circos. En Italia hay una gran tradición circense y a mí me gustan los acróbatas y los equilibristas, pero ver en la pista elefantes, hipopótamos… hace poco vi un circo en el que había pingüinos. ¡Era tristísimo!
¿Considera que ha condicionado su cosmovisión el haber nacido en un lugar milenario como Trieste?
Sin duda es importante. Más todavía, es fundamental. Trieste es una ciudad muy particular. Cuando era niña era la última ciudad del mundo occidental. La Segunda Guerra Mundial había terminado hacía muy poco cuando yo nací y allí se vivió la guerra de un modo muy especial. Además es una ciudad étnicamente muy diversa, muy mezclada. Es un lugar que no tiene raíces únicas y eso predispone mucho a la literatura. Es una ciudad muy complicada que ha dado muchos escritores.
Pero, ¿de dónde y de quién bebe toda la carga ética y humanística que trasluce su literatura?
Creo que todo eso viene de un lugar muy profundo dentro de mí. Siempre he sentido una necesidad de justicia, de verdad, solidaridad, caridad… forma parte de mi carácter. De niña me marcaron mucho las historias imaginativas de Andersen, me encantaba aquello de que hiciese hablar a los objetos y cosas así y me horrorizaban los cuentos tradicionales de hadas. De mayor me impresionó la literatura de Kafka, sobre todo sus diarios. En la actualidad leo muchos ensayos éticos y filosóficos. Aunque también leo libros de economía porque quiero entender hacia dónde está yendo el mundo. Ahora estoy leyendo menos narrativa, aunque sigo tendiendo siempre cerca algún libro de poesía porque para mí la poesía es esencial.