Como saben bien los que conocen su obra, Halfon no se somete a las reglas y a los límites artificiales que imponen los géneros literarios, varios de sus libros pueden ser leídos como partes autónomas de una novela abierta, en marcha, con no poco peso autobiográfico, que se despliega en distintos relatos y que potencia todo su sentido con el tiempo, conforme va avanzando; también algunos pueden leerse como una serie de novelas compuestas o, como él los ha llamado, de cuentos novelados.
Como siempre en casos así, lo mejor para el lector entregado es ignorar la cuestión y dejarse llevar, acercarse a los fragmentos y a los misterios que nos muestra de su vida y de las cosas del mundo, descubrir y adentrarse en el hilo íntimo, emocional y literario, que hay entre sus libros, esas historias que escribe desde la imaginación y la memoria.
La bella puerta de entrada
Halfon ha contado el trayecto, inesperado y accidental, que siguió hasta que cayó en la literatura, para convertirse, tarde y por razones nada convencionales, en escritor. Fue años después de su vuelta a Guatemala, tras haber estudiado ingeniería en Estados Unidos a donde su familia había marchado (huido) en 1981, cuando él era niño y en su país se vivía una época de extrema inestabilidad y violencia.
Con los años llegaron, entre otras obras, Saturno, una breve y estremecedora carta al padre, también un recuento de vidas truncadas; El ángel literario, seis textos que componen un delicioso cruce entre el ensayo y la narrativa; De cabo roto, por distintas razones una novela profundamente cervantina. Como ha explicado, él escribe desde el frágil lindero que separa la historia y la ficción, indagando en los recuerdos, y añadiendo capas de conocimiento que son, para decirlo con sus palabras, como “bellísimas puertas de entrada a una historia secreta”.
Aunque han aparecido en los últimos años otros libros suyos, como los espléndidos Cuentos de Chapín, con relatos nuevos y otros ya publicados, Oh gueto mi amor, en edición ilustrada, y Biblioteca bizarra, con textos de procedencia y temática muy diversa, la atención en su obra se centra desde hace años en ese proyecto narrativo que se abrió con El boxeador polaco y La pirueta, textos que en España aparecieron por separado y que Libros del Asteroide publicó más tarde en un solo volumen –y conforme a la idea original del autor–, la misma editorial que, a partir de Monasterio, ha ido publicado el resto de las obras que forman parte del proyecto.
En el relato Lejano, la breve maravilla que abre El boxeador polaco, un profesor llamado como el autor explica a sus alumnos que la intención de Joyce al escribir alguno de sus cuentos fue contar un capítulo de la historia moral de Irlanda. Y eso sirve para Halfon, él narra la historia moral de Guatemala, en cierto modo la de Latinoamérica.
Pero su obra es también, puede que sobre todo, un emocionado y disperso relato familiar, y, además, una mirada profunda y desencantada al pasado y al mundo que vivimos. Con su narrador caminaremos por los escombros de la guerra en Serbia y por los bosques de Belgrado; por las heridas incurables de Hiroshima; por los campos de concentración de Auschwitz o de Calabria; por Harlem, en domingos de jazz, de lluvia y de tristeza; por el infierno de los desechables en Bogotá; por un vecindario jaredí de Jerusalén; o por las calles más oscuras de Lódz buscando sus raíces entre las ruinas del espanto.
El narrador de sus libros, que es y no es el autor, utiliza a menudo el quizás y el tal vez, se dirige al lector y le habla, de forma fluida y decidida, sin alardes ni grandes palabras, compartiendo sus dudas y su mirada. Hay un universo lleno de magia y de resonancias, en el que habita gente común, aplastada a menudo por el peso de la Historia, y donde, como escribe en el relato que cierra ese libro extraordinario que es Signor Hoffman, “hay imágenes que están hechas de plomo”.
De tarántulas y esvásticas
Tarántula (Libros del Asteroide, 2024) es uno de los libros de Halfon que puede llamarse novela sin demasiadas reservas, como lo era Canción, otra de las cumbres de su trayectoria. El texto se divide en capítulos sin título, los impares desarrollan la historia central. Es el relato de una experiencia que el narrador, el Eduardo que protagoniza sus historias, vive con trece años en un verano en el que vuelve a Guatemala para participar en lo que se presenta como un curso de supervivencia en la naturaleza para niños judíos.
Es una época en el que joven protagonista busca, como casi todos en esa “etapa tan ambigua” de la vida, su propio camino personal y se rebela contra las imposiciones; en su caso, esa rebeldía se plasma fundamentalmente en el rechazo del español, su lengua materna que ha ido perdiendo en sus años en Estados Unidos, y del judaísmo.
En el campamento comprende que todo el curso tiene un orden militar y que las actividades son más de adoctrinamiento que didácticas. El hecho de ser solo para niños judíos es lo que da su sentido al curso y, como descubrirá pronto, lo convierte en una iniciativa siniestra y cruel. Muchas preguntas laten en las páginas del magnífico libro de Halfon, no pocas sobre la herencia, la culpa y el destino. Inolvidables las páginas en las que se narra la resistencia de algunos jóvenes a aceptar el infame sometimiento (” como ciudadanos obedientes y bien educados”), y también las que cuentan el penoso deambular del protagonista por los bosques y montañas de la Guatemala profunda.
La novela avanza y vamos entrado en una pesadilla, “no solo un mal sueño de niños”. Ricardo Piglia escribió que cuando decimos que no podemos dejar de leer una novela es porque queremos seguir escuchando la voz que narra. Más allá de las peripecias y de la intriga, decía, hay, más que un estilo, un tono (una cadencia, una intensidad) que decide la forma en que la historia se mueve y fluye; y es el tono de Halfon, tan personal y tan sugestivo, el que hace que sus historias sean tan adictivas y que el lector entre en ellas y, zarandeado, permanezca hasta el final como si no hubiera nada más que ese territorio al que ha llegado.
En los capítulos pares del libro, el autor evoca, más de treinta y cinco años después, aquel terrible episodio de infancia, se encuentra con algunos de las personas que compartieron la experiencia que supuso aquella “pedagogía venenosa”, la recreación de un campo de concentración en el que los niños habían de soportar, como entrenamiento y método de conocimiento, la humillación, el odio y el dolor que sus padres o sus abuelos podían haber sufrido en los tiempos de la barbarie nazi.
Historias que lo contienen todo
Además, Halfon se interna en lo que llama la bóveda secreta de la memoria, ese lugar imaginario donde se guardan “las imágenes que vemos en la infancia”, “una bóveda protegida para siempre del paso de los años”. Recuerda otros momentos de su niñez y de su juventud, la relación con el padre, con la madre, las historias del pequeño Salomón y de su abuelo materno, de las que tanto hemos ido sabiendo desde que empezó a publicar. Nos detenemos en la historia triste del gueto de Varsovia, y asistimos sobrecogidos al recuerdo emocionado de Janusz Korczak, aquel hombre que murió gaseado en Treblinka con doscientos huérfanos a los que había protegido hasta la muerte, mientras el autor cree ver caminando con esos niños a su propio hijo. El modo en el que Halfon escribe sobre niños y adolescentes, no solo en este libro, a veces en relatos muy duros, es verdaderamente ejemplar, un hermoso ejercicio de talento y sensibilidad,
En el libro se plantea de forma expresa una constante en su obra, el problema de la identidad, la difícil relación (“una relación de fuga”) con su país y con el judaísmo. Son, escribe, “las dos grandes columnas sobre las que está construida mi casa”, es una carga que él ha pensado muchas veces sería mejor apartar, tal vez abandonar.
Leyendo estas páginas de Tarántula he recordado que, en un texto antiguo sobre Chejov, Eduardo Halfon escribió que el gran cuentista sabe hacer de lo insignificante algo trascendente, de la nada unas cuantas páginas que lo contienen todo. Esas palabras sirven para las historias de Halfon, no, desde luego, porque trate de cosas sin sustancia (a veces, aunque sea en voz baja, está hablando, ya se ha dicho, de los grandes acontecimientos) sino porque a menudo se detiene en cosas que parece que no importan, por las que se pasa de largo, y que, solo a través de su mirada, adquieren un sentido pleno y universal, también poético; abre los ojos, mira despacio y nos cuenta. Como Chejov, sí, y como Bergman o Chopin, también citados por el autor, otros monarcas de inmensos, luminosos reinos pequeños.
Halfon vuelve una y otra vez en sus libros a los temas y las historias que le preocupan, que le obsesionan, que marcaron su existencia y la de las generaciones que le preceden, que enmarcarán la de los hijos que llegan. Su obra es un relato abierto, construido a partir de la huella indeleble de las tragedias que marcaron el último siglo. Pero no son los suyos libros sombríos, aunque haya dolor y duelo, y una enorme carga emotiva; son libros llenos de vida, de humor, de silencios, de erotismo, de una ironía sin concesiones y, por qué no, de esperanza.