Tomás Nevinson (Alfaguara) [1] es el último eslabón de un imbricado y descomunal artefacto literario. El escritor madrileño vuelve, cuatro años después de Berta Isla, sobre la historia del matrimonio formado por aquellos cuyos nombres dan título a ambas novelas. Sin embargo, como nada en la obra de Marías es casual, la génesis de la trama Isla-Nevinson la encontramos en su obra más celebrada, Tu rostro mañana, formando así un universo literario difícilmente calificable que precisaría de un análisis exegético que trasciende a esta mera reseña. Porque no se trata de una saga. Ni siquiera Tomás Nevinson es la continuación de Berta Isla, o eso se afana en explicar el autor en el apartado de reconocimientos y agradecimientos.
Por si no se ha captado mi “sutil” alabanza del párrafo anterior: sí, Tomás Nevinson es una obra maravillosa. Coincido con el autor en que no se trata de la continuación de Berta Isla, pues funciona autónoma a ésta (aunque recomendable, no es necesaria su lectura previa).
Llama la atención, a simple vista, el cambio en la narración. Si en Berta Isla utiliza la figura del narrador omnisciente, en Tomás Nevinson es el propio protagonista quien relata la historia. Y aunque es una cuestión formal que rompe con cierta unidad estética, no parece una decisión arbitraria. De esta forma, Marías se permite subyugar al protagonista, en primera persona, en torno a las disyuntivas morales que quiere abordar en la obra. Se trata de un planteamiento con un trasfondo complejo sobre el fin y los medios, ya saben, algo aparentemente manido, pero que Marías es capaz de tratar magistralmente a lo largo de la extensa obra (casi 700 páginas), sacudiendo en numerosas ocasiones al lector.
Como ejemplo de esto último hay un fragmento de la obra (ya hacia el final) en el que el protagonista tiene que cumplir con el encargo del enigmático Bertram Tupra (uno de los personajes mejor construidos de la literatura contemporánea española) que me abruma. Pocas veces he sentido la angustia que es capaz de transmitir Marías en esa acción, una suerte de desazón que hace que te retuerzas sobre el lugar en el que, hasta ese momento, has leído cómodamente la novela (todo lo cómodo que te permite una obra de estas dimensiones).
Al igual que hace a lo largo de toda su obra (unas veces más, otras menos) acude a alguno de sus imprescindibles para plantear los conflictos morales de la trama, como es el caso de Shakespeare, Yeats o T.S. Eliot. Pero en Nevinson se vale principalmente de dos referencias: el escritor alemán Friederich Reck-Malleczewen (quien aseguró haber desperdiciado la ocasión de matar a Hitler) y la cinta La caza del hombre, de Fritz Lang (en la que un cazador tiene a tiro al Führer).
Literatura y cine han caminado de la mano con frecuencia en las obras de Marías. Siempre disfruto con sus referencias (algunas un tanto frikis, sea dicho de paso): en Nevinson vuelve a aparecer la figura del legendario George Sanders (con el que creo que tuvo cierta relación), pero en esta ocasión la más evidente es la de Gerard Philipe, actor que ilustra la portada y con el que el protagonista reconoce guardar cierto parecido. Como hacía Galdós, que recurría a personajes de la época para facilitar al lector una figuración más acertada (a Plácido Estupiñá lo asemejaba al compositor italiano Rossini, o a la desventurada Mauricia la Dura a Napoléon), Marías utiliza con frecuencia este recurso. Además del ya citado Philipe me divierte la presencia del mítico músico Sthepen Stills convertido en un camello de poca monta.
Voy concluyendo. El autor ha sido capaz de construir un universo literario sin parangón (el formado por Tu rostro mañana y la dupla Isla-Nevinson), si bien cada elemento es completamente independiente. En Tomás Nevinson tengo la impresión de que busca el alarde (lo encuentra) de elaborar una trama de novela negra para abordar temas profundos y no dejar al lector indiferente. Marías nunca lo hace.