Ganador del premio Premio Hans Christian Andersen en 1998 y de la Medalla de Oro de la Sociedad de Ilustradores, con un museo dedicado a su figura desde el año 2007 y todo un referente para autores tan reconocidos como Maurice Sendak o Jules Feiffer, Ungerer ha ilustrado más de 120 libros para niños y para adultos, que hoy se reeditan sin descanso por todo el mundo.
Sus trabajos han sido portada de publicaciones como The New York Times, Esquire, Life, Harper’s Bazaar y The Village Voice, y sus campañas de publicidad y sus carteles políticos contra la Guerra y la injusticia racial, auténticos iconos del Nueva York de 1960. La historia de su vida inspiró a Brad Bernstein a crear el documental Far Out Isn’t Far Enough: The Tomi Ungerer Story (2012), para el que rodó 40 horas de entrevista con el artista en su estudio de Irlanda, y que durante este mes de marzo recupera Canal + en España.
La identidad de un artista
Nacido en Alsacia en 1931, Tomi Ungerer se quedó sin padre con sólo tres años, causándole un profundo dolor y una obsesión por la muerte que refleja en muchas de sus creaciones. Poco después sufrió el azote de la II Guerra Mundial viviendo bajo el dominio nazi durante cuatro años sin que las cosas fueran a mejor con el fin del conflicto bélico, cuando Alsacia pasa a formar parte de Francia y todos sus habitantes a ser ciudadanos de segunda por su “francés con acento alemán”.
“El recuerdo más antiguo de mi vida es el miedo, aunque en realidad eso es bueno porque una vez que tienes miedo tienes que buscar el coraje para sobrevivir”, afirma el artista ante la cámara de Bernstein. “Me han reprochado que haya puesto demasiados elementos de miedo en mis libros infantiles. He sido una pesadilla para todos los pedagogos. Quizás he estado obsesionado con la muerte toda mi vida. Es, probablemente, el tema que más utilizo en mis dibujos y en muchos de mis libros”.
Ansiaba por encima de todo irse a EE.UU., y en cuanto pudo, con 25 años y 60 dólares en el bolsillo, se fue a bordo de un carguero noruego. En cuando llegó, apuntó los nombres de todos los directores artísticos de las revistas en las que le gustaría trabajar, les llamó y concertó una cita, a la que asistió con todos sus dibujos bajo el brazo, envueltos sin él saberlo, en una caja de cartón de la marca de condones Trojan. Y así fue.. como pasó a ser ‘el hombre de los condones’.
Sus primeros libros infantiles
En 1975 publica Los Melopp se lanzan a volar (1957), su primer libro para niños, en el que habla de una familia de cerditos. Surgió a través de la editora de Harper y fue la primera de una serie muy famosa, que Ungerer crea a la vez que colabora con diferentes revistas y televisiones. Sus primeros dibujos estaban llenos de colorido, de forma y texturas, tenían un lenguaje propio, una frescura especial.
Después llegan otros libros para niños como Crictor, protagonizado por una serpiente. Sin duda, todo un atrevimiento justo en un momento en el que había montones de tabúes en el mundo de la ilustración para niños. Todo eran cielos azules, niños rubios, nubes, ositos. Como dice el mismo Maurice Sendak, “entonces el mundo conspiraba contra los niños y, en realidad, ni siquiera hoy ha dejado de hacerlo”. Ungerer contribuyó a que los cuentos para niños fueran otra cosa. A que fueran más allá. Historias fantásticas que muestran las complicaciones de la vida contadas por héroes no convencionales. «Sorbitos de la vida para niños, aunque los sorbitos sepan mal”, dice el artista.
Con Crictor, por ejemplo, hace que los niños acepten a una boa como mascota. Fue el primer libro de una serie de animales insólita protagonizada por pulpos, ratas, murciélagos o canguros. Convirtió a los animales “menos adorables” en seres maravillosos. Adelaida, que acaba de editar en español la editorial Kalandraka, es otro de esos libros. Su protagonista es una pequeña canguro con una cualidad diferente: tiene alas y puede volar, por lo que decide abrirse al mundo, vivir nuevas experiencias y hacer amigos. Habla sobre la identidad, la formación del individuo y la búsqueda de la felicidad a través de un sinfín de aventuras emocionantes.
Puro talento
“Soy un maniático autodidacta con delirios, pero no estoy tan loco como Tomi. Ni soy tan genial como él”, apunta el mismo Maurice Sendak. “Era poco común que un autor de libros infantiles hiciese tantas cosas diferentes. Rompía puertas, rompía ventanas, hacía enemigos a montones… Así que lo trataban mal y no se hacían reseñas de su obra con la frecuencia con que se deberían haber hecho. No se le consideró un icono, y lo fue para una generación entera”, añade convencido, además, de que aprendió a ser más valiente con él. Hasta cree que su gran obra, Dónde viven los monstruos, es en parte de Tomi porque tiene su energía y su espíritu. “¿Habría sido posible sin Tomi?”, lanza al aire.
En 1966 publica Moon Man, que se convertiría en uno de sus libros para niños más famosos. Atemporal y hermoso, narra con una suave sátira las aventuras de un hombre que deja su «brillante asiento en el espacio”, para darse un paseo por la Tierra. Sin embargo, cuando llega, por error se convierte en un fugitivo de la justicia, aunque al final, después de muchas aventuras, es capaz de disfrutar de la belleza, la bondad y la libertad de nuestro planeta. Ganador del Book Week Prize para libros para niños entre 4 y 8 años, ha sido traducido a doce idiomas desde su primera publicación. Maurice Sendak lo describió como «seguramente uno de los mejores libros ilustrados de los últimos tiempos”.
Crítica y erotismo
En la cumbre de su carrera, Ungerer plasmó su reacción contra la hipocresía y la superficialidad de la sociedad americana en una serie de magníficos dibujos satíricos. Descubrió la segregación en Estados Unidos y la consideró no muy diferente al fascismo del que fue testigo en su infancia. Vive la Guerra Fría y la Guerra de Vietnam y crea dibujos políticos que enfadan y hacen de auténticos puñetazos en la cara.
Asiste, también, a la que él considera una de las revoluciones más importantes del momento en América: la revolución sexual. Se convierte en un ilustrador erótico y sus libros sexuales, en parte de esa revolución. Con The Fornicon, por ejemplo, crea una serie de recetas mecánicas de cómo sustituir el sexo por una máquina.
Más tarde Ungerer se muda a una granja en Canadá y a finales de los 70 se traslada a Irlanda con su familia, “el país que siempre soñó”. Su producción hoy se calcula entre 30.000 y 40.000 trabajos de diferentes estilos.
“Le tengo mucho respeto a la hoja de papel en blanco. La mancillaré con mis dibujos o escribiendo sobre ella. Cuando esa hoja se mancilla empieza su nueva vida. Cuando el dibujo de esa hoja se imprime tiene una segunda vida, y cuando el libro se lee tiene una tercera”, afirma. Así, su obras, que continúan reimprimiéndose sin descaso, van ya por la quinta, sexta, octava, décima vida. A él, a sus casi 83 años, las ideas le abruman. Intenta frenarse a mí mismo para no tener tantas, pero no se detienen. “Con la edad, es peor. Me aplastan”.