Cuando la biografía de los padres enfila el último tramo, hay hijos y demás familia que saben crear una burbuja de cariño que mejora la escasa vida que le queda al enfermo con igual o mayor eficacia que los fármacos más potentes o las tecnologías más sofisticadas. La familia de la novelista Paloma Bravo levantó esa bendita burbuja de amor y cuidados cuando Julián, padre de la autora y uno de los responsables de la modernización de la publicidad en España, recibió un diagnóstico fatal: hepatocarcinoma en fase terminal. Fue entonces cuando la realidad puso a prueba la fortaleza de la burbuja y lo hizo con una pandemia que paró el mundo y dificultó la cercanía cuando más falta hacía. Una historia de amores relata esas dificultades generales pero pone el foco en las particulares, en las de la propia escritora para cuidar y acompañar a su padre como le gustaría, en su desesperación primero y en su recuperación después, en los aprendizajes duros pero valiosos del proceso, en el redescubrimiento de la familia que vuelve a estar más unida que nunca y comprueba que “el amor inmuniza y calma, que envuelve y acolcha la pena”. Y, claro está, en el poder sanador de la escritura que da como resultado este libro.
La pasión sin fisuras por la figura paterna (“mi padre, mi héroe”) está lejos de otras obras conmovedoras que abrazan y golpean a la vez, como Tiempo de vida de Marcos Giralt Torrente o el más reciente No entres dócilmente en esa noche quieta de Ricardo Menéndez Salmón. En cambio, coinciden en otros aspectos: no hay un gramo de pudor para mostrarse profundamente vulnerable, llena de dudas, temores y debilidades, y hay ganas de enunciar unas cuantas cosas muy meditadas, en el caso de Bravo, sobre el papel del cuidador, sobre las bondades nunca suficientemente ponderadas de la sanidad pública, sobre la penosa consideración actual que la sociedad tiene de sus viejos, sobre esa superespecialización médica que corre el riesgo de centrarse demasiado en los tumores en detrimento de las personas que los padecen, sobre el cáncer y sus eufemismos, sobre el refugio que siempre ofrecen los libros (“leo para sentirme acompañada, escribo para acompañar”)…
Una historia de amores empieza evocando una mañana en la que la autora acompaña a su madre al Registro de Últimas Voluntades e Instrucciones Previas de la Comunidad de Madrid (“el lugar donde uno puede aclarar cómo quiere morir, cómo no quiere seguir viviendo”) y esa visita atraviesa todo el texto porque su madre fue una de esas ancianas que amaneció una mañana con fiebre en marzo de 2020. Un texto que se lee con la fluidez de un diario, con entradas cortas y sus pinceladas de actualidad (la salida de España del rey emérito, la ley de eutanasia…), con una escritura de frase breve y sencilla pero llena de intención, que corta cuando quiere cortar y emociona cuando busca la emoción. Un libro que nos pone delante la dureza de la vida pero del que salimos dando la razón a Miguel de Unamuno cuando decía aquello de que hay que vivir de tal modo que la muerte sea una injusticia.