Piensen en un mundo. No tiene por qué ser necesariamente el suyo. Basta con que sea un mundo ordinario, mesurable. Los individuos viven sus rutinarias vidas, lidiando sin demasiado esfuerzo con sus conflictos mundanos. Nadie diría de ellos que son héroes, seres extraordinarios. Nada parece presagiar un cambio significativo en su existencia. Y entonces, de repente, algo inconcebible sucede, un hecho inexplicable que rompe toda norma lógica imperante en ese mundo. Los individuos rutinarios, desconcertados, buscan una solución al problema a la vez que tratan de dar una explicación lógica a lo que sucede. En definitiva, se ven forzados a entrar en contacto con la dimensión de lo fantástico.
A lo largo de la historia, la literatura fantástica ha tomado cauces muy diversos en cuanto a temas y complejidad narrativa. No hay dos autores iguales. Cada uno se ha valido del fantástico para volcar sus miedos y preocupaciones con su propia voz. De este modo, lo que podría ser un mero género se convierte en algo mucho más complejo.
Un abismo grotesco
Jacobo Siruela, editor de este volumen y amplio conocedor del género fantástico y sobrenatural, realiza al principio del mismo un apasionado exordio en el que reivindica la literatura fantástica en sus múltiples ramificaciones a lo largo de la historia. Tras su introducción aguardan 55 relatos de autores de todo el globo. Henry James se cruza con Junichiro Tanizaki. Hugh Walpole se confabula con Guy de Maupassant. Alejo Carpentier convive con E.T.A. Hoffmann. Así hasta 55 autores que abren un variado abanico en el que lo improbable campa a sus anchas.
Una cuidada selección para profundizar en algunas de las muestras más representativas y dispares de lo fantástico, más que un género, un recoveco oscuro, insalvable y fascinante del alma humana, un abismo grotesco del que uno, por más que lo intente, no puede apartar la vista. Un paradójico suceso que supo poner en palabras Arthur Machen: «El hombre está hecho de tal manera que todo su verdadero gozo brota de la contemplación del misterio, y salvo por su frenética e indomeñable locura, el misterio nunca le abandona; siempre brota dentro de su alma, pozo de inagotable deleite».
