A estas alturas de su carrera, ¿tiene claro por qué escribe?
Cuando era joven tenía muy claro por qué quería escribir, pero en realidad ya no lo tengo tan claro. Supongo que es un ejercicio que el que lo siente no puede ignorarlo. Uno está hecho para esto: para escribir.
En Los cuatro libros habla usted con crudeza de los campos de reeducación por el trabajo en China. ¿Cuánto de realidad hay en su libro?
Realidad y ficción no se pueden separar radicalmente en el libro. Ni siquiera yo, como autor, puedo saber qué porcentaje de verdad y qué porcentaje de creación hay. Pero lo que puedo afirmar es que hablo de la vida de las personas de aquella época, los años 50 del pasado siglo en mi país. La gente que sufrió aquellas duras circunstancias. De hecho, tanto en aquella época como en la época posterior de la Revolución Cultural hubo mucha gente a la que enviaron a «reeducarse» en aquellos campos situados en lugares muy remotos. Eso es algo muy real.
¿Cabe comparar aquellos campos de reeducación con los campos de concentración nazis o con los soviéticos?
No estoy tan familiarizado con los detalles y las circunstancias de los campos de concentración nazis. Conozco más los relacionados con los de la Unión Soviética y, desde luego, los chinos pueden compararse con aquellos. Una de las cosas que se podría decir que es diferente es que tanto de los campos de Hitler como de los rusos se ha escrito mucho y se sabe bastante, mientras que de los chinos se ha escrito poco y, en consecuencia, se sabe mucho menos.
¿Puede afirmarse que los escritores son más libres para ejercer su trabajo en la China de hoy que en la de hace unos años?
La realidad es que hoy a nivel general se disfruta de muchísima mayor libertad de expresión que hace unas décadas, pero desde la óptica de los escritores quizás no tienen la independencia creativa deseable. Acaso impuesta por ellos mismos hacia sus propias obras. Hay una especie de autocensura que parte de los propios escritores. En ese sentido, creo que en Rusia la independencia ha sido mayor.
¿A qué se debe esa autocensura de los creadores?
Creo hay dos factores. Por una parte todo eso tiene que ver con la tradición. Pero también tiene que ver con la relación del escritor con el dinero y con el poder. Hay que optar por aliarse con el poder y con el dinero o anteponer un cierto espíritu independiente. Todo esto hace que el escritor tome determinados caminos y maneje de esa forma su independencia creativa.
«El poder quiere que la literatura se convierta en una forma de propaganda»
Ha tenido usted dificultades para publicar en su propio país. ¿Se siente un escritor polémico e incómodo para el sistema?
De alguna manera en China hay muchos escritores que son polémicos. Por unas u otras razones también lo son, por ejemplo, Gao Xighian o Mo Yan. No soy yo solo el que vive esa situación. Pero en cierto sentido es verdad que en China yo centro algunos aspectos de esa consideración polémica. Respondiendo a su pregunta, sí, me siento polémico e incómodo para el sistema, pero, como he dicho, no soy ni mucho menos el único. Hay distintas formas de ser y sentirse polémico. Considero que un escritor que a lo largo de toda su vida no recibe más que alabanzas debería sentirse preocupado. Dicho de otra forma, los escritores tenemos una cierta obligación de ser polémicos. Yo defiendo y creo en la independencia.
Con toda su carga, Los cuatro libros es un texto profundamente poético. ¿Preconcebidamente utiliza ese tono poético para aligerar la dura carga de lo que aborda?
Cuando escucho una pregunta como la suya, lo primero que me viene a la cabeza es que la traducción ha sido muy buena porque es verdad que lo poético es importante en mi escritura. El tono que usted menciona no es algo específico de este libro. En toda mi obra me he preocupado mucho por el lenguaje, por la prosa poética, por el ritmo y la música de la escritura. Es para mí una preocupación constante.
En su opinión, ¿por qué el lector español debe acercarse a Los cuatro libros?
Creo que puede interesar a aquellos que tienen curiosidad cultural y quieran saber algo de países, situaciones, épocas y gentes que hasta ahora desconocían o conocían menos. Además pueden encontrarse con una literatura que pretende tener calidad.
Hoy consideramos que China es uno de los motores del desarrollo mundial. Sin embargo, esa realidad parece que choca con lo relacionado con el ámbito de las libertades. ¿Considera que hay un cierto desequilibrio entre un plano y otro? ¿Qué papel juega la cultura en la China de hoy?
Por una parte China tiene mucho interés en desarrollar y mejorar la situación de la población. Pero también hay mucho interés en que se conozca más la literatura china fuera del país. Hay un interés por parte gubernamental y de la Administración de que se dé a conocer más la cultura en general y la literatura en particular. Desde el poder ellos quieren que la literatura se convierta en una forma de propaganda del país. Pero los escritores queremos diferenciar y separar esos aspectos.
¿Qué sensación le provoca el que su nombre suene de forma reiterativa cuando se habla del Premio Nobel de Literatura?
Tengo cincuenta y tantos años largos y dentro de poco llegaré a los sesenta. Para mí en este momento lo más importante es que no haya nada que pueda afectar a mi creación literaria. Por eso, sinceramente y aunque me siento halagado, la verdad es que lo que usted apunta me preocupa muy poco. Me preocupa mucho más cuál será mi próxima obra. Quiero seguir creando y mejorando. Una de las cosas que más admiro del Nobel japonés Kenzaburō Ōe es que después de recibir el premio fue capaz de escribir obras incluso mejores de las que había creado antes del galardón. Ese es un caso bastante peculiar, casi único, y para mí, admirable.
Los cuatro libros
La acción de Los cuatro libros nos sitúa en la China de los años 50 del pasado siglo. Su trasfondo es el confinamiento de cientos de miles de personas en «campos de reeducación por el trabajo» y la movilización de los campesinos para la producción de hierro y acero. Como afirma el propio escritor, «aquel despropósito fue el preámbulo de una de las mayores hambrunas de la humanidad».
Yan Lianke recorre ese periodo con una notable creatividad y una prosa poética e incisiva, alternando los lenguajes de la narrativa bíblica, la tradición confuciana y la mitología griega mezclado, en un arriesgado ejercicio del que sale más que airoso, con la jerga política maoísta.
Un niño y un escritor sobresalen entre los diversos personajes anónimos: el erudito, la música, el profesor de religión o el técnico de laboratorio. Los avatares y las vidas absurdamente truncadas de aquellos hombres y mujeres conforman este drama satírico inspirado en hechos reales de la historia.
El autor utiliza su capacidad imaginativa sin la habitual autocensura practicada por los escritores chinos. Por ello, y ante su osadía, ninguna editorial del continente chino se atrevió a imprimir su obra. Finalmente se publicó en Hong Kong y Taiwán.
Traducido a más de una docena de lenguas, Yan Lianke ha obtenido prestigiosos reconocimientos en China y el Premio Kafka Internacional en 2014. Ha sido finalista del Man Booker International con El sueño de la aldea Ding y, en el presente 2016, con Los cuatro libros.
En la actualidad vive en Pekín y compagina su labor como escritor con la Cátedra de Escritura Creativa de la Universidad del Pueblo.