De A para X
“Lo efímero no es lo opuesto a lo eterno. Lo opuesto a lo eterno es lo olvidado… Son las cosas pequeñas las que nos asustan. Las cosas inmensas, aquellas que pueden matarnos, nos hacen valientes”.
“No sé que palabras usar. Las palabras nunca vienen en tu ayuda. Pero entre las palabras inútiles verás lo que vi. Varios montones de ciruelas, pilas, rimeros, cargamentos de ciruelas azules cubiertas de escarcha… Me sorprendió su color. Pese a la escarcha, el azul de las ciruelas era incandescente, radiante. No te equivoques: ningún cielo tiene ese azul; era el azul de las pequeñas ciruelas maduras. Y su azul es lo que quiero hacerte llegar esta noche a la celda, mientras escribo a oscuras”.
Así le escribe A´ida a Xavier. Él ocupa la celda número 73, dos metros y medio por tres, de una cárcel de máxima seguridad, acusado de ser el fundador de una red terrorista. Está condenado a dos cadenas perpetuas.
Las cartas son reales y fueron encontradas en un casillero de aquel habitáculo en un paquete atado con una cinta de tela cuando éste recluso fue trasladado a otra prisión.
La correspondencia se mantuvo durante años y ha sido textualmente transcrita por el escritor John Berger en uno de los libros más conmovedores que la literatura epistolar haya generado. Por encima de la condición del detenido, que sólo hace breves anotaciones al final de algunas de las cartas, las palabras y la sensibilidad de A´ida transmiten un amor de una profundidad sin límites desde la primera a la última entrega, aquella que concluye:
“Yo sueño un momento para tocarte. Luego dormiremos. El sueño es la primera casa, una casa sin techo, ni paredes ni cama… Esta noche te llevo, amor mío, a la primera casa. La deslizaré bajo la puerta monstruosa, y me encontrarás dentro”.
De A para X
John Berger
Alfaguara
84, Charing Cross Road
De amor por los libros. Helene Hanff (Filadelfia, 1918-Nueva York, 1997) inició su carrera literaria escribiendo obras para teatro que nadie se ofrececía a producir y guiones para televisión. En octubre de 1949 era una joven y desconocida escritora que intentaba abrirse camino. Un día de aquel mes, una carta suya cruza el Atlántico con dirección a una pequeña librería, Marks&Co., situada en el número 84 de la londinense Charing Cross Road.
Ese día de aquel octubre, en el que Helene reclama al librero volúmenes poco menos que inencontrables, arranca una relación que veinte años más tarde seguiría viva. A esas alturas, la familiaridad entre una lectora voraz y un librero entregado ha alcanzado una intimidad casi amorosa, aunque no hayan tenido la oportunidad de conocerse personalmente.
Nunca lo harían pues cuando Helene puede viajar a Londres por vez primera en 1971, Frank Doel, el librero, había muerto a causa de una peritonitis el domingo 22 de diciembre de 1968 y no mucho después, la librería cerrado sus puertas para siempre.
Tras conocer el fallecimiento y en la misiva que cierra la serie, Hanff escribe a una amiga londinense haciéndole un sentido encargo: “El hombre, ¡Dios lo bendiga!, que me vendió todos mis libros murió hace pocos meses. Y el dueño de la tienda, el señor Marks, ha muerto también. Pero Marks&Co. sigue allí todavía. Si por casualidad pasas por el 84 de Charing Cross Road, ¿querrás depositar un beso en mi nombre? ¡Le debo tantísimo…!
El hecho es que durante más de dos décadas en los cajones de ambos se va acumulando en forma de cartas todo un canto de respeto por la lectura, de pasión por los libros y por los lugares que los albergan y de amistad en el más amoroso sentido del término.
Esa sutil joya ve la luz como libro en 1969 y en pocos meses cala profundo en miles de lectores que convierten a 84, Charing Cross Road en libro de culto.
En 1987 esta historia pasa al cine con David Jones como director y Anne Bancroft y Anthony Hopkins dando vida a escritora y librero en la que muchos consideran la película más bella que sobre libros se haya filmado.
En esos años, Helene Hanff vive rodeada de libros en su estudio neoyorkino de la calle 72. Preside el centro de su biblioteca el rótulo original de la librería Marks&Co., que una noche uno de sus lectores había robado para ella en Londres y entregado en Nueva York semanas más tarde.
Pero la vida es así y diez años después, en los 90, sorprendemos a la autora, que siempre sostuvo que la mayoría de los escritores no puede prever cómo pagará el alquiler de un mes para otro, en una residencia de ancianos de Manhattan en donde, viviendo prácticamente de la beneficencia, moriría en 1997. No dejó herederos directos, su herencia se llama 84, Charing Cross Road, una emocionante lección sobre la pasión por la palabra escrita y la grandeza de la amistad.
84, Charing Cross Road
Helene Hanff
Anagrama
El proyecto Brontë
Muy distinto registro el de El proyecto Brontë, sorprendente debut literario EN 2006 de Jennifer Vandever en el que el hilo conductor lo marca las cartas de amor perdidas de la autora estadounidense del XIX Charlotte Brontë. Interesante. Muy interesante propuesta de la que se está realizando, con guión de la mano de la propia Vanderer, la adaptación cinematográfica.
Complicada trama de la que salen y entran personajes que se debaten, como Sara, la protagonista obsesionada con encontrar las cartas extraviadas de Charlotte Brontë , entre asumir que los tiempos actuales no admiten demasiadas concesiones y, aunque duela, se impone el pragmatismo, o vivir en el romanticismo que destilan las palabras que en 1852 recogía en una de sus cartas la escritora: “Temblando de la cabeza a los pies, pálido como un muerto, hablando en voz baja, vehementemente pero con dificultad, me permitió por primera vez percibir lo que le cuesta a un hombre declarar su afecto cuando duda de la respuesta”.
El proyecto Brontë
Jennifer Vandever
La otra orilla
Última carta de amor
La poetisa Carolina von Günderrode, una de las musas más veneradas del romanticismo alemán, se suicidó a los 26 años clavándose un puñal en el corazón. Con el pecho ya partido intentó lanzarse al Rhin, pero la muerte ya la había hecho suya y fue encontrada entre unos sauces apenas a unos metros del agua con una toalla llena de piedras atada a la cintura. Quienes la vieron hablaron de su vestido rojo, de su expresión al fin serena, de su mirada fija perdida en el cielo.
Fue inhumada y se le negó, según el trato habitual con los suicidas, tierra en el cementerio. Tuvieron que pasar más de dos siglos para que su obra alcanzase el lugar que le corresponde.
Betina Brentano la sobrevivió más de cincuenta años y en su célebre Autobiografía confiesa que sospechó con mucha antelación el trágico final de su amiga con la que había roto lazos meses antes del desastre.
Una parte substancial de la correspondencia entre ambas se esfumó misteriosamente pero lo que resta es de una intensidad y una pasión conmovedoras.
De esta historia de declaraciones desesperadas se sirve Javier García Sánchez para levantar, con la cuidadísima y hechizante prosa de orfebre a la que nos tiene acostumbrados, -(El mecanógrafo, La vida fósil, Dios se ha ido, La mujer de ninguna parte)-, Última carta de amor, en la que se nos cuenta a través de un epistolario el amor secretamente guardado de una atormentada Carolina hacia la extravertida Bettina. Ese inaccesible objeto del deseo que la consumió lenta y obsesivamente.
“A través de ti brilla el espíritu igual que lo hace el sol entre las hojas frescas, escribía Bettina. Qué sería el mundo para mí si tú no estuvieses en él…Nadie sino tú tiene autoridad sobre mí. No quiero ser libre. Quiero echar raíces en ti”.
“He aquí ahí que todo me parece más libre y puro luego de haber renunciado a cualquier esperanza terrestre. El impetuoso dolor se ha transformado en santa melancolía. El destino ha sido vencido… Me perteneces más allá de todo destino. Nadie puede apartarte de mí”, le contestaba, desgarrada, la Günderrode.
Última carta de amor (de Carolina von Günderrode a Bettina Brentano)
Javier Gardía Sánchez
Belacqua. La otra orilla