Como apunta García Ortega: “Sobre la lectura ya se ha dicho todo en la historia. Cabe resumirla como la práctica interpretativa de un texto, de cualquier texto. Práctica que deriva hacia la imaginación si ese texto contiene determinados elementos que atrapan la atención y el deseo de progresar en el conocimiento de lo que se cuenta. Si el interés por textos así se prolonga en el tiempo, una persona se puede considerar lector o lectora perseverante, incluso contumaz”.
También recuerda el autor que Susan Sontag afirmaba que “la lectura es una vocación, una capacidad en la que, con práctica, se está destinada a ser más experta”. No cabe duda de que esa vocación ha de ser estimulada y alimentada. Se empieza a ser lector o lectora a partir de una predisposición causada por diversos factores, uno de los cuales, y no menor, es tener a mano, desde la infancia, una biblioteca adulta (no bastan las infantiles o juveniles). Sin embargo, no hay un orden en la lectura; esta es arbitraria y va en todas direcciones. Da igual por donde se empiece a leer en la adolescencia o la juventud, seguro que en la madurez se acaba leyendo con refinamiento.
Añade el escritor que “tal refinamiento se fortalece con la posibilidad de comparar y de relacionar obras y autores y de vivir la lectura como una exploración inagotable. Lo mismo que una pasión. En este sentido, hay que dar rienda suelta a esa pasión y hacer que vague en libertad por el inmenso océano de los libros y de las épocas. Es muy enriquecedor saber leer lo contemporáneo y lo clásico desde una misma perspectiva de rigor y disfrute. Lo contemporáneo y lo clásico son categorías demasiado académicas, poco reales, ya que todos los textos están unidos en un mismo tejido celular sin tiempo y sin espacio, solo con forma: la forma suscitada por las palabras que prenden en la imaginación una nueva realidad, paralela, propia y duradera”.
La lectura asociada a un placer especial que no se parece a otros placeres salvo en su condición de placer, de satisfacción, de recreo. Asociada al refugio íntimo, al consuelo en la adversidad y a la excitación por conocer. Quizá por todo ello, la lectura forma parte de algo que es, en realidad, anormal en el sentido de que, como todos los vicios, es minoritario, si se aspira a ser exigente.
Es sabido que los buenos libros tardan tiempo en darse a conocer y en toda época sucede que los mejores escritores no son los más conocidos: “Probablemente este Abecedario aporte al lector nombres o libros que no conocía. Otros que, tras conocerlos, no le interesen como a mí o sobre los que discrepen abiertamente de mi criterio. No está mal, pues, que la lectura genere controversias y debates, porque, al fin y al cabo, de lo que se trata es de refinar un gusto propio, y todo gusto es, en definitiva, arbitrario, por mucho que trate de afianzarse sobre criterios objetivos y comparativos. No hay un solo canon, sino muchos cánones”.
Los lectores exigentes son una élite extremadamente democrática, los verdaderos cosmopolitas de la cultura, sostiene García Ortega. “La formación del gusto lleva a cierto nivel de apreciación, a un particular sexto sentido conocedor, mediante el cual se logra discernir qué es lo que tiene un gran valor, qué es lo que tiene un valor medio, o un valor menor, o incluso lo que no tiene ningún valor, por muy leído que ello sea”.
En las páginas finales del volumen se anexa un listado de todos los títulos citados en las diversas entradas que lo integran. Un conjunto de referencias que componen una excelente biblioteca. “Espero que el lector y la lectora salgan de estas páginas con apetito por leer lo que aún no han leído, se adentren así en la sutil felicidad de la lectura y a continuación corran a contárselo a los demás”, apostilla el autor.
Por todo lo expuesto, Abecedario del lector es un libro absolutamente recomendable del que se sale con muchas y buenas claves para seguir creyendo en la lectura como herramienta para el crecimiento. No olvidemos aquello de que “también somos lo que leemos”.