«Un sabio, un hombre de bien y un escritor tan admirado como querido». Esas fueron las palabras que Gutiérrez Aragón dedicó como homenaje a Sampedro, que dejó vacante la silla F en 2013. El cineasta comenzó su intervención remontándose a su infancia y adolescencia, cuando inició su relación con el séptimo arte en un cine de Torrelavega y las cenas posteriores en casa de su tía abuela, donde comentaba lo que había visto.
En 1962 ingresó en la Escuela de Cine de Madrid, donde descubrió con colegas y maestros (Luis García Berlanga, Juan Antonio Bardem, José Luis Borau, Carlos Saura) los misterios y las dificultades del cineasta: «Que el oficio de narrar historias me venía de la literatura era tan patente que […] algunos de mis compañeros me vaticinaron que yo sería un buen guionista, pero dudaban de que yo llegara a ser director de cine». Una profesión que plantea, entre otros retos, el de ser capaz, en medio de un rodaje, de «sobrevivir al caos».
Gutiérrez Aragón descubrió entonces la magia del lenguaje cinematográfico, «novedoso, indómito, que me llamaba sin que yo comprendiera del todo qué quería decir. Mi sorpresa es que había que organizar todo desde fuera del lenguaje. En el cine no todo está en el enunciado, sino que hay algo más entre la realidad y su expresión».
Para dar forma a la naturalidad, descubrió el cineasta, no valía meramente lo natural. Había que disponer todos los elementos, actores incluidos (a los que dedicó su ensayo A los actores [1]), para que el conjunto funcionara. «No ocurría como con la escritura», pronunció en su discurso, «en la que unas palabras tras otras construyen la ficción. Aquí había que rehacer el mundo para poder contarlo, para convertirlo en lenguaje».
Competencia lectora
Gutiérrez Aragón habló también de la competencia lectora que tenemos los espectadores frente al cine al ser tan grande nuestra familiaridad con él. «Pero saber leer la escritura fílmica no supone que sepamos también escribirla», advirtió. La búsqueda de esa escritura no ha concluido para el cineasta, que se propone seguir incansable «mientras haya que seguir reorganizando el caos y uno se presente voluntario».
Las últimas palabras de su discurso evocaron al filósofo Ludwig Wittgenstein y sus reflexiones tras asistir al cine después de las clases que impartía, rememorando que para éste «todo lo que puede ser pensado puede ser dicho». «Hay algo que compartimos los narradores de toda clase de ficción, literaria o cinematográfica», concluyó Gutiérrez Aragón. «Para nosotros los límites de lo posible son los límites de lo que puede ser contado».
El académico José María Merino, encargado de dar la bienvenida a Gutiérrez Aragón en nombre de la corporación, destacó del cineasta «su vastísimo conocimiento de la ficción formulada en muchas formas diferentes, y un especial gusto por ese mundo de los mitos y los arquetipos que, sin embargo, no le hace nunca perder el sentido de la candente realidad».
En el año del cuarto centenario de la muerte de Cervantes, Merino recordó además la adaptación que Gutiérrez Aragón hizo del Quijote. «Su gran mérito reside en que la visión del personaje no se sostiene sobre todo en las puras peripecias novelescas narradas en el libro, sino que procura poner de manifiesto su soledad, su melancolía y hasta su sentimiento íntimo de fracaso».
Dos vacantes
La Real Academia Española, que cuenta con 46 sillas académicas, tiene dos vacantes, correspondientes a las letras M y K, cuyos últimos titulares fueron Carlos Bousoño, fallecido el 24 de octubre de 2015, y Ana María Matute, fallecida el 25 de junio de 2014. Clara Janés, Félix de Azúa y Paz Battaner fueron elegidos académicos de número en mayo, junio y diciembre de 2015, respectivamente. Los tres leerán su discurso de ingreso próximamente.