Los aficionados al género estamos de enhorabuena: siendo libros distintos, más ensayístico el dedicado al free jazz, más informativo el de Cifu (casi novecientas páginas que abarcan seis décadas y que fue en su origen una colección en fascículos hace treinta años), están íntimamente conectados por la pasión, las ganas de hacerse entender y el conocimiento que sus autores despliegan.

Más allá de su condición de enorme divulgador, Cifu, que nos dejó en 2005, pertenece a una generación inolvidable de presentadores de televisión. Su programa Jazz entre amigos fue en los ochenta tan relevante para crear afición como lo sería, en la década siguiente, ¡Qué grande es el cine! de José Luis Garci; ambos cigarro en mano, ambos dotado de una memoria prodigiosa cuando no existía Google, ambos en La 2 de Televisión Española. El gran jazz empieza con una de sus primeras leyendas Joe King Oliver, cornetista y mentor de Louis Armstrong (“sin él el jazz no sería lo que es”) y se despide con una de las glorias de la trompeta, con un “hardbopper de pro”, Lee Morgan.

Entre medias, la edad de oro del jazz, la de las big bands y los pioneros del bebop, las vocalistas incontestables y los pianistas que aún hoy son referencia, y, claro está, las grandes personalidades que siguen siendo iconos inoxidables de esta música, Duke Ellington, Thelonious Monk, Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane o Bill Evans. En un libro de estas características, que es a la vez obra de consulta para el aficionado y también de introducción para el neófito, es fundamental cuidar la guía de escucha y para ello se han actualizado las referencias discográficas.

Los músicos de jazz favoritos de Peyrou (Buenos Aires, 1971) están entre los nombres citados en el párrafo anterior, pero en su nuevo libro se ha centrado en esos otros creadores, los del Free jazz, que retaron al público medio como nunca antes y después se ha hecho en el género. Se quitaron de encima la parte de influencia europea y se abrieron plenamente al influjo de los sonidos más puros del África negra.

Peyrou, que es profesor de Historia del Jazz y se nota para bien, va resumiendo en ciento cincuenta páginas la “rara belleza” de esta nueva concepción musical de los sesenta: su carácter orgánico, la importancia de las texturas y los timbres, el protagonismo absoluto del ritmo (la percusión es el instrumento principal), las polirritmias tan frecuentes como complejas, la ausencia de turnos en la entrada solista de los instrumentos (no solo no hay jerarquías de sonidos, es que además el piano puede adoptar el papel de la batería y la batería no limitarse a marcar el pulso), la brevedad del fraseo, la preponderancia de la repetición sobre el planteamiento compositivo más convencional de principio-desarrollo-final, el empleo de sonidos guturales, la mayor función melódica del bajo y, sobre todo, una manera de interactuar entre los músicos inédita hasta entonces… Dicho esto, el autor aclara: “El free jazz es un enfoque musical, más que una serie de rasgos estilísticos (aunque haya rasgos compartidos); un enfoque que todavía hoy resulta demasiado radical para la inmensa mayoría de los oyentes. Combina dos estéticas a las que el público no está acostumbrado: la de las vanguardias y la de las culturas africanas”.

Y es que se podría decir que a quien le gusta el jazz dentro-de-un-orden le puede costar un poco la inmersión en un conjunto de obras que en muchos casos nacieron con la vocación de superar ciertos elementos restrictivos del jazz anterior. Recordemos que hay quien habló entonces incluso de anti-jazz. Era un precio que pagaron gustosos sus promotores para autoafirmarse con mayor elocuencia, incluso con rabia (o cómo la violencia en la música puede tener su justificación); en definitiva, para sentirse más libres y protestones en unos años convulsos en los que la sociedad afroamericana seguía terriblemente frustrada y oscilaba entre las posiciones de Martin Luther King y Malcolm X. Este último dijo en un mitin en 1964 que el jazz era el “único campo que hay en Estados Unidos en el que los negros son libres para crear”, pero los adalides del free jazz sabían que había que desterrar con mayor contundencia la tradición europea que tanto aprecia la melodía y la armonía.

Ese punto de ruptura resulta hoy muy atractivo: entender cómo había coherencia en su propuesta, cuál fue el caldo de cultivo de su desarrollo, su inevitable caducidad y al mismo tiempo su vigencia en algunos músicos actuales y, sobre todo, escuchar algunos temas de los ya mencionados Coleman, Ayler o Taylor, o de Don Cherry, Eric Dolphy o Archie Shepp; todo a la luz de lo que de ellos nos va explicando Peyrou.

El jazz, el que nos cuenta Cifu desde sus orígenes hasta los años sesenta y el que en esa década fue bautizado como free jazz, requiere no pocas veces una escucha atenta. No es la mejor música para poner de fondo. El jazz es improvisación. El free jazz va aún más lejos: su aspereza se explica por lo que tiene de asimétrico e imprevisible. Los músicos de jazz e incluso sus oyentes tienen algo de exploradores. Lo recuerda Peyrou cuando cita el manifiesto que firmaron dos pintores del expresionismo abstracto estadounidense, Mark Rothko y Adolph Gottlieb, en el que dicen que el arte para ellos supone “aventurarse en un mundo desconocido, que solo puede ser explorado por quienes estén dispuestos a asumir riesgos”.


Free jazz. Mariano Peyrou. Anagrama. 160 páginas. 12,90 euros

El gran jazz. Juan Claudio Cifuentes, ‘Cifu’. Alianza Editorial. 888 páginas. 24,90 euros