La religión nos ofrece respuestas; la literatura nos enseña a amar las preguntas, aun sabiendo que no pueden ser contestadas. José Antonio Carro Celada hace una recopilación de lo publicado en lengua española durante el siglo pasado en Jesucristo en la literatura española e hispanoamericana del siglo XX (1997), abarcando no solo la narrativa, sino también el teatro y la poesía.Otra recopilación que merece la pena subrayar es Los evangelios apócrifos en la literatura española, de José Fradejas.
Volviendo a la literatura en español, merece la pena comentar que Alejandro Casona insertó su cuento Villancico y Pasión en el libro Flor de leyendas (1932). La narración, de la que hemos extraído un breve texto descriptivo, recuerda las representaciones medievales en las que, junto al festejo del nacimiento de Jesús, se anunciaba su pasión redentora: “En el establo de barro y paja, como los nidos de las golondrinas, dormía el recién nacido entre la mula y el buey. María le brezaba con una de aquellas canciones lentas que llenaban sus largos silencios de costurera. José trataba de asegurar la puerta salida de sus goznes. Todavía no habían llegado los reyes ni los pastores.// De repente la puerta se abrió violentamente, y otro hombre y otra mujer entraron en el refugio con otro niño…”; el destino llevará a encontrarse años después a los dos niños en la cumbre del Gólgota, lo que hace rememorar el anónimo Libro de la infancia y muerte de Jesús (s. XIII).
La novela del asturiano Alejandro Núñez Alonso El lazo de púrpura (1956) obtuvo el Premio Nacional de Literatura; narra las andanzas del navarca judío Benasur, “un hombre de mundo”, y su secretario griego Mileto, preocupado por la ética, que llegan a Jerusalén para celebrar la Pascua justo cuando el destino de quien llaman El Nazareno está en manos de Poncio Pilatos; el contacto con Jesús y los apóstoles modificará profundamente su vida. El libro, primero de una serie de novelas históricas de su autor, encierra un impresionante fresco de la vida de Roma en tiempos de Tiberio.
Una década después, la prolífica escritora barcelonesa Mercedes Salichachs parte en El declive y la cuesta (1966) del conocido episodio evangélico del buen ladrón crucificado junto a Cristo para narrar el desgarro y la angustia de una madre, personificada en Eva, la madre de Dimas, por el destino de su hijo.
El escritor nicaragüense Sergio Ramírez dice de Hijo de hombre (1960), libro del paraguayo y también premio Cervantes Augusto Roa Bastos, que es una novela de milagros verbales donde la imaginación conquista la belleza de lo prodigioso y de lo terrible. La obra describe un mundo mágico y a la vez cruel, y se hace eco a través de un relato polifónico de la permanente situación de abandono que vive el mundo rural del Paraguay, donde el destino sin remedio es la peor de las deidades, un destino que se resuelve en pobreza para siempre, en guerras, y en locura. Uno de los personajes clave de la novela es Gaspar Mora, un fabricante de instrumentos musicales, que, al saberse enfermo de lepra, huye hacia el monte y allí labra un Cristo a imagen de los leprosos. Este hecho abrirá la primera de las grandes controversias de la novela cuando el cura se niega a bendecir al crucificado por haber salido de las manos de un descreído, y será entonces entronizado por los propios pobladores en el cerro de Tupia-Itapé, convertido en santuario. El Cristo leproso se convierte en el símbolo que dominará la vida del pueblo y el desarrollo de la novela.
Borges
Jorge Luis Borges sintió gran fascinación por la teología, a la que consideraba “una rama de la literatura fantástica”, y por la figura de Cristo. Relatos como Tres versiones de Judas, cuento integrado en Ficciones (1944) o La secta de los treinta, relato que forma parte de El libro de arena (1975), “la historia de una herejía posible”, en palabras de su autor (“Sé la Verdad pero no puedo razonar la Verdad”), dan fe de ello: “El Verbo se hizo carne para ser hombre entre los hombres, que lo darían a la cruz y serían redimidos por Él. Nació del vientre de una mujer del pueblo elegido no solo para predicar el Amor, sino para sufrir el martirio”. Borges consideraba a los Evangelios como la mejor historia narrada de occidente, por encima de La Ilíada y La Odisea, ya que en ellos las palabras no son solo significados, sino algo superior, fuerza divina.Una consideración que nos confirma su lectura ficcional: “Digamos que durante muchos siglos, estas tres historias –la de Troya, la de Ulises, la de Jesús- le han bastado a la humanidad (…). Han sido contadas muchas veces, las historias perduran, sin límites. Podríamos pensar en alguien que, dentro de mil o diez mil años volviera a escribirlas. Pero, en el caso de los Evangelios hay una diferencia: creo que la historia de Cristo no puede ser contada mejor” (El arte de contar historias).
En Fragmentos de un evangelio apócrifo (1969), páginas en las que “conviven sin discordia la prosa y el verso”, un poema en el que la noción de verso y versículo se confunden, Borges reescribe las bienaventuranzas en el estilo del Jesús de los evangelios sinópticos. He aquí una selección de siete de estas reescrituras:“Desdichado el pobre en espíritu porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra” (Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Mt 5: 3);“Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio” (Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Mt 5: 7);“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ven a Dios” (Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Mt 5: 8);“Nadie es la sal de la tierra; nadie, en algún momento de su vida, no lo es” (Vosotros sois la sal de la tierra… Mt 5: 13);“Si te ofendiere tu mano derecha, perdónala; eres tu cuerpo y eres tu alma y es arduo, o imposible, fijar la frontera que los divide…” (Y si tu mano derecha te fuere ocasión de caer, córtala y arrójala de ti; que mejor es perder uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea echado al quemadero. Mt 5: 30);“Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón” (Oísteis que fue dicho a los antiguos: ojo por ojo y diente por diente. Mt 5: 38);“Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres” (Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pues yo os digo: bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os calumnian y os persiguen. Mt 5: 43-44).
En el prólogo, el propio Borges comienza diciendo: “Leer este libro es regresar de un modo casi mágico a los primeros siglos de nuestra era cuando la religión era una pasión. Los dogmas de la Iglesia y los razonamientos del teólogo acontecerían mucho después; lo que importó al principio fue la nueva de que el Hijo de Dios había sido durante treinta y tres años, un hombre, un hombre flagelado y sacrificado cuya muerte había redimido a todas las generaciones de Adán. Entre los libros que anunciaban esa verdad estaban los Evangelios Apócrifos. La palabra apócrifo ahora vale por falsificado o por falso; su primer sentido era oculto. Los textos apócrifos eran los vedados al vulgo, los de lectura sólo permitida a unos pocos”.
Al final de sus “bienaventuranzas fragmentadas”, el escritor argentino sugiere al lector estas recomendaciones: “No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que, al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces”. “No jures, porque todo juramento es un énfasis”. “No juzgues al árbol por sus frutos ni al hombre por sus obras; pueden ser peores o mejores”. Y, para concluir, ofrece el que puede considerarse resumen de todo el poema: “Felices los que guardan en la memoria palabras de Virgilio o de Cristo, porque éstas darán luz a sus días”.
En el cuento titulado El evangelio según san Marcos, insertado en la antología El informe de Brodie (1970), Jorge Luis Borges no habla del evangelista en sí, sino que plantea una visión alegórica de la historia del sacrificio de Jesús mediante un diálogo intertextual con el relato de la pasión de Cristo realizado por el autor neotestamentario. En una visita a la estancia de Los Álamos, en Junín, propiedad de su primo Daniel, Baltasar Espinosa, un estudiante de medicina porteño cuya descripción contiene desde el comienzo claros paralelismos con la figura de Jesús, decide para animar las sobremesas que compartía con el capataz de la hacienda y a su familia (los Gutre) leerles el Evangelio de Marcos, que es el primer texto que le apareció al abrir una Biblia inglesa que encontró en la estancia (probablemente llevada hasta allí por emigrantes escoceses, antepasados de la familia Gutre), pues se le ocurrió que era la mejor idea para combatir el aislamiento en el que les había dejado una inesperada y prolongada tormenta: “los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota”. Después de escucharle con atención y pedirle que repitiera la lectura del relato en voz alta, los Gutre deciden llevar a la práctica la narración evangélica y crucificar a Espinosa: “Después del almuerzo, le pidieron que releyera los últimos capítulos. Espinosa durmió una siesta larga, un leve sueño interrumpido por persistentes martillos y por vagas premoniciones. Hacia el atardecer se levantó y salió al corredor. Dijo como si pensara en voz alta:// —Las aguas están bajas. Ya falta poco.// —Ya falta poco —repitió Gutre, como un eco.// Los tres lo habían seguido. Hincados en el piso de piedra le pidieron la bendición. Después lo maldijeron, lo escupieron y lo empujaron hasta el fondo. La muchacha lloraba. Cuando abrieron la puerta, vio el firmamento. Un pájaro gritó; pensó: es un jilguero. El galpón estaba sin techo; habían arrancado las vigas para construir la Cruz”.
De alguna manera, Borges nos lleva a las reflexiones del filósofo hispano-norteamericano George Santayana en La idea de Cristo en los evangelios (1946): “Por tanto, sea cual fuere lo que pensemos de la idea gnóstica de Cristo o de cualquier teoría que tienda a negar su humanidad, tales teorías contradirán evidentemente esta idea en su forma inicial, tal como la hallamos reflejada en los evangelios. San Pablo mismo, cuyo Cristo sólo lo es Jesús por accidente, por así decirlo, no predica nada, que no sea Cristo crucificado: y tal Cristo necesita haber tenido, para sufrir esa muerte, un cuerpo humano material y una auténtica alma humana. La religión de la Cruz quedaba obligada así a mantener la humanidad de su fundador”.
Aguilera, Mutis…
Emparentada con el realismo mágico, Siete lunas y siete serpientes (1970) del escritor ecuatoriano Demetrio Aguilera es una novela que ha suscitado diversas lecturas tanto por su estructura novedosa (no se cuenta una historia de manera tradicional, sino en un aparente desorden) como por las distintas interpretaciones a las que lleva la inacabable imaginación del autor: “En esta obra voy a los mitos de mi infancia. El auto sacramental, el misterio. Se ha hecho una gran mutilación al prescindir de los mitos cristianos: ellos son para nosotros los más importantes. Jesús y el diablo”. El bien se expresa en el Cristo quemado, que baja de la cruz para combatir con las fuerzas del mal.
El relato Antes de que cante un gallo (1977) del colombiano Álvaro Mutis tiene un carácter simbólico. El maestro y sus doce discípulos actúan en una ciudad industrializada moderna, alejada del remoto modelo evangélico de Jerusalén: “No obstante la diversidad de su origen y de sus profesiones y de las razones que les llevaron a seguir al hombre, todos tenían fe absoluta en su poder taumatúrgico y en la bondad de su doctrina. A pesar de los temibles cambios de humor del Maestro, un cierto sereno y robusto sentido de la justicia y de la fraternidad humanas, que determinaba sus actos, hacía que la fe de aquellos hombres fuera inconmovible”. La escena del prendimiento tiene lugar durante la predicación a los trabajadores del muelle, gentes que sienten hambre y sed de justicia, en la hora de mayor movimiento del puerto: “La policía se contentó con dispersar a los curiosos y descargó toda su furia contra el núcleo de los discípulos y, desde luego, contra el Jefe”. Trasladados a la Delegación de Policía, Jesús es acusado de alterar el orden público, sufre todo tipo de torturas, y, tal como había vaticinado, Pedro, el viejo pescador, le negará tres veces antes del canto del gallo: “Al cruzar el umbral se bañó en la tibia claridad de la calle. Un gallo lanzó hasta el cielo las cuatro notas de su canto, como un volatinero que inicia el espectáculo tirando a lo alto las espadas que después irá a tragarse. El canto inauguró la mañana poblándola de todos esos ruidos con los que el hombre pone de nuevo en marcha su vida sobre la tierra”. Antes, el maestro le había confiado su doctrina y su verdad: “Tú serás mi seguidor, sobre mi muerte edificarás la palabra eterna y con ella te harás invencible y las fuerzas del mal nada podrán contra ti, ni contra los que sepan escucharte y seguirte (…). No podrás esquivar tu misión y ha terminado la paz de tus días y la felicidad de tu oficio”. Sin embargo, tras el suplicio y muerte de Jesús, Pedro “comprendió por qué había negado al Maestro y cuán extraño era a su doctrina y al imposible sacrificio que suponía”.
Notablemente influido por la teología de la liberación, El evangelio de Lucas Gavilán (1979), escrito por el mexicano Vicente Leñero, recrea los episodios biográficos de Jesús, recogidos en el texto de Lucas. El autor hace nacer al galileo, en un portal de la calle Topacio de México DF, la noche del veinte de diciembre de 1942, hijo de María David y su esposo, José Gómez, albañil de profesión, vecinos de San Martín el Grande, población próxima a la capital mexicana.
Por su parte, el argentino Manuel Mújica Laínez rompe los esquemas de los tradicionales cuentos de Navidad para desarrollar la fábula El asno y el buey (1980), el ingenioso diálogo que llevan a cabo los dos animales que cohabitan en el establo donde nace Jesús: el asno escéptico, que, al fin y a la postre, será el borriquillo con el que el galileo entrará en Jerusalén, y el buey creyente, que, después de presenciar el nacimiento, la adoración de los pastores y la visita de los Reyes Magos muere convencido de la divinidad de Jesús de Nazaret y de su misión salvadora.
La piedra que era Cristo (1984) es la última novela de Miguel Otero Silva.En los quince capítulos de la obra, el escritor venezolano hace gala de un gran lirismo y erudición en su aproximación a la misteriosa figura de Jesucristo y acaba con estas palabras de María Magdalena a Pedro camino del Gólgota: “Ha resucitado y ya nadie podrá volver a darle muerte (…). Aunque izando su insignia como bandera se desatarán guerras inicuas, y se harán llamear hogueras de tortura, y se humillará a las mujeres, y se esclavizarán razas y naciones, no lograrán matarlo. Él ha resucitado y vivirá por siempre en la música del agua, en los colores de las rosas, en la risa del niño, en la savia profunda de la humanidad, en la paz de los pueblos, en la rebelión de los oprimidos, sí, en la rebelión de los oprimidos, en el amor sin lágrimas”.
La prueba del laberinto es una novela de Fernando Sánchez Dragó (1992), ganadora del Premio Planeta, cuya trama cuenta el intrigante viaje de un detective español, que se ve obligado por los dioses, por la Confederación de Fuerzas del Más Allá y por las circunstancias, a partir en busca de Jesús de Galilea, predicador judío que desapareció misteriosamente en el trigésimo tercer año de nuestra era.
Siglo XXI
En cuanto a la literatura en lengua española aparecida en el nuevo siglo, merece la pena comentar El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008), una “novela imposible” que mezcla la novela histórica, la policíaca y la hagiográfica, en una búsqueda permanente de la parodia y la sátira. Escrita por el barcelonés Eduardo Mendoza, la novela muestra los avatares de Pomponio Flato, viajero por los confines del Imperio romano en busca de unas aguas de efectos portentosos, y al que el azar lleva hasta el Nazaret de los primeros años de nuestra era, en donde va a ser crucificado José, el carpintero del pueblo, hombre de apariencia pacífica, pero que es acusado del brutal asesinato de Epulón, un hombre de gran fortuna. A cambio del pago de unas cuantas monedas que le resultan más que necesarias, Pomponio se ve inmerso en la investigación del crimen, contratado de manera insólita por un niño, Jesús, el hijo del carpintero, quien, convencido de la inocencia de su padre, colaborará con el singular detective en la resolución del caso y, de paso, en el descubrimiento del secreto que oculta José.
Por su parte, Niños en el tiempo (2014), de Ricardo Menéndez Salmón, recrea la infancia de Jesús de Nazaret en una serie de estampas con gran libertad literaria. La novela se divide en tres historias aparentemente diferentes: la herida, que relata la angustia de un matrimonio ante la pérdida de un hijo y sus consecuencias; la cicatriz, en la que se inserta el relato alternativo de otra posible infancia de Jesús, y la piel, que plantea la esperanza de una mujer que viaja a Creta con una futura vida en sus entrañas. Sin embargo, todo cobra unidad en la manera en que el autor trata de mostrarnos la capacidad del arte, y de la literatura en particular, para exorcizar el dolor por la pérdida de un ser querido y por devolvernos la luz a nosotros mismos en medio de la oscuridad a la que lleva la constatación de algo que sabemos desde siempre: “Que el mundo transcurre ajeno a nuestros anhelos y padecimientos”.
La novela El evangelista (2016), escrita por el vallisoletano Adolfo García Ortega, es la recreación histórica de dos revueltas que tuvieron lugar en Jerusalén y Galilea en tiempos del emperador Tiberio. Justo en aquellos días fue cuando se produjo la pasión de Jesucristo (Yeshua el Visionario). El autor se vale para su obra de un escribano que convivió con Yeshua como un seguidor más, y que es quien narra la historia en primera persona desde la isla de Creta, dos años después de las ejecuciones. El supuesto evangelista define a Yeshua como un hombre enigmático, solitario y muy silencioso, un líder de la secta de los zelotes y, por tanto, fiel seguidor de los preceptos de la religión judía.
El retrato secreto de Jesús de Nazaret (2018) es una novela histórica de Pedro Miguel Lamet, que nos traslada a la Palestina del siglo I, sometida al dominio romano. El tribuno Suetonio es enviado por el emperador Tiberio a investigar las violentas revueltas de los zelotes y las discutidas decisiones políticas del prefecto Poncio Pilato. En Jerusalén, Suetonio comienza a seguir y a investigar el rastro de un extraño y carismático líder religioso procedente de Galilea que fue crucificado cuatro meses antes de su llegada. En sus pesquisas conocerá a familiares, amigos y seguidores de Jesús el galileo, descubriendo un horizonte de vida distinto en sus palabras, ejemplo y proezas.
Diario de Marcos. Vida de Jesús contada de cerca (2020), del periodista Abel Hernández, cuenta los últimos días de la vida de Jesús y dedica una parte importante de la narración a los días que siguieron a la resurrección, un camino poco explotado por la literatura moderna. Siguiendo la tesis paulina, Hernández afirma: “Si terminas en la muerte y en el entierro -como hace Renan-, Cristo tiene muy poco sentido”.