En relación a la literatura del último medio siglo en lenguas extranjeras, es necesario comentar que el siempre erudito e iconoclasta escritor británico Anthony Burgess escribió una novela titulada Jesucristo y el juego del amor (1978), cuyo objetivo era “caracterizar el personaje de Cristo, así como el de cada uno de sus discípulos, mostrándolos en su verdad de seres humanos y en sus modos de hablar distintivos», porque desde el punto de vista biográfico todo estaba dicho ya para siempre en los cuatro evangelios, según el autor. Burgess también fue el responsable del guion de una serie de 1977 de Franco Zeffirelli titulada Jesús de Nazaret, que luego convirtió en la novela El hombre de Nazaret (1979), en donde mezcla los textos evangélicos y los reescribe a su manera, asegurando que el más leído, el de Juan, “era el menos fiable, una fábula romántica”. En otro orden de cosas, En el reino de los réprobos (1985), el autor de La naranja mecánica hace un recorrido por los primeros años del cristianismo y la difusión del mensaje de los apóstoles, a pesar de la reprobación del Imperio romano.
El Evangelio según Jesucristo (1991) es una novela del escritor portugués José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998. La novela reescribe la vida de Jesucristo, utilizando los episodios que son presentados en los evangelios canónicos, como un soporte sobre el que se fabula la historia. Mientras los textos evangélicos y las ficciones históricas se ocupan principalmente de los años de predicación y persecución del nazareno, Saramago se centra en el origen del personaje, poniendo un mayor énfasis en sus primeros años de vida, formulando una nueva hipótesis acerca de su posible concepción y haciendo un recorrido por su nacimiento e infancia hasta el momento en el que se cruzan el destino trazado por sus padres con su propia forma de pensar, sus aspiraciones vitales y el plan marcado por los designios de su Padre Celestial. “Algunos dijeron que Jesús había expulsado siete demonios de mis entrañas, pero tampoco eso es verdad. Lo que Jesús hizo, sí, fue despertar los siete ángeles que dormían dentro de mi alma esperando a que él viniera a pedirme socorro: Ayúdame”, escribió Saramago en el epílogo de una obra que él mismo calificó como “una historia del encuentro de Jesús con Dios”.
En 1995, el paleontólogo y escritor ruso Kiril Yeskov escribió El Evangelio secreto, mitad ensayo, mitad relato, en el que, por una parte, plantea la honestidad de los evangelistas por las incoherencias detectadas en sus respectivos escritos (las falsas reescrituras de la historia no suelen cometer errores) y, por otra, echa su imaginación a volar y muestra a Jesús como víctima de los servicios secretos del Imperio romano, partiendo de un informe del tribuno Marco Afranio, Jefe del Servicio Secreto del Procurador de Judea, al procónsul de la región de Siria (el título original del libro es El Evangelio de Afranio).
Sin duda, otra es la dimensión literaria del periodista y escritor norteamericano Norman Mailer, quien se atreve a ponerse la túnica de Jesucristo para escribir también su personal versión del evangelio: El Evangelio según el Hijo (1997). El autor pretende humanizar la figura de Jesús de Nazaret, acatando la necesidad de ubicarle en una dimensión histórica, terrenal y menos dogmática, de mostrarle con sus desasosiegos y temores: a los peligros del desierto, a la muerte, al propio Dios. Mailer demuestra una gran audacia al optar por escribir con la propia voz de Jesús, penetrar en su corazón y ofrecernos el rostro humano del personaje con una convicción y profundidad pocas veces antes lograda. Para el también novelista John Updike, el Jesús de Mailer es “un ser humano fatalmente afligido por su misión sobrenatural resulta conmovedor”.
J.M. Coetzee, escritor sudafricano y premio Nobel de Literatura en 2003, ha utilizado a Jesús de Nazaret para el título de dos de sus libros: La infancia de Jesús y Los días de Jesús en la escuela. Si bien estas novelas no tienen una referencia explícita a algún personaje o hecho bíblico, las dos están atravesadas por un argumento donde está presente de forma continuada la Biblia y su personaje principal.
El famoso crítico literario Harold Bloom presenta en Jesús y Yavé. Los nombres divinos (2005) a ambas figuras como dos personajes religioso-literarios, susceptibles de ser interpretados de la misma manera que el Rey Lear o El Quijote, entre otros protagonistas literarios. La tesis central de la obra es que Yavé, el dios de la Biblia hebrea y en el cual confía el pueblo judío, es en realidad incompatible con la figura de Jesucristo, que, de alguna manera, lo ha suplantado y cuyo mensaje de salvación es el fundamento del cristianismo. De esto se desprende que el “cristianismo y el judaísmo son irreconciliables”. Lo que hace Bloom es elaborar acerca de “la personalidad y el carácter de Yavé y de Jesús” en distintos textos y examinar “cómo se reconocen a sí mismos”. Sin embargo, Bloom desatina en la búsqueda de una conclusión a interrogantes teológicas a través de maquinaciones literarias.
Alejándose de su anterior escritura gótica, la estadounidense Anne Rice dedica una bilogía a Jesús de Nazaret. La primera entrega la constituye El Mesías: El niño judío (2005), una novela basada en la infancia de Jesús, escrita tras una extensa investigación, según señala la autora en su nota introductoria del libro; nos muestra las inquietudes de un niño de siete años que quiere resolver el misterio de su propia vida. Camino a Caná (2008) es la segunda entrega de esta atrevida crónica de la vida de Cristo; comienza justo antes de su bautizo en aguas del Jordán y termina con el milagro de la boda de Caná. Jesús vive como un miembro más de su comunidad, a la espera de una señal que le indique el camino que habrá de tomar.
El controvertido “ateo cristiano” Philip Pullman trata de reescribir la historia más influyente de todos los tiempos y construye una versión ingeniosa y polémica de la vida de Jesús en El buen Jesús y Cristo el malvado (2010). Todo comienza cuando la virgen María tiene gemelos: Jesús y Cristo. Desde pequeños los hermanos son muy diferentes. Jesús es un buen hombre, apasionado e idealista; Cristo es calculador y realista. Las vidas de ambos personajes se cruzan a menudo, pero siguen un curso diferente. Mientras Jesús detesta las jerarquías, Cristo ansía pasar a la historia y asentar los cimientos de la Iglesia. Es Cristo, y no el diablo, quien tienta a Jesús en el desierto; es Cristo, y no Judas, quien traiciona a Jesús, y es Cristo, quien tras la muerte de Jesús, trata de suplantarlo para convencer a la gente de que ha resucitado. Pullman plantea la vieja contradicción entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe en una especie de historia evangélica a la manera de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.
La novelista de origen belga Amélie Nothomb da la palabra a Jesús de Nazaret en su última novela, Sed (2019) para que sea él mismo quien nos narre su Pasión, introduciendo dos pasajes insólitos en relación a lo narrado por los evangelistas; uno está cargado de humor e ironía: el testimonio en el juicio ante Pilatos de algunas de las 37 personas beneficiarias de sus milagros; otro, en un tono más reflexivo, trata de la inexistente noche que pudo haber mediado entre la sentencia a muerte y la crucifixión. En poco más de cien páginas, Jesús habla acerca del alma y de la eternidad, pero también del cuerpo humano (“lo que la mente no comprende, lo capta el cuerpo”), del amor y del placer, de la amistad y de la ingratitud, de sus debilidades, del sufrimiento y del dolor, del miedo a morir por encima del miedo a la muerte, de lo que significa sentir sed y evocarla para transmitir con una sola palabra lo que se quiere decir: “Para experimentar la sed, hay que estar vivo. Yo he vivido de un modo tan intenso que he muerto sediento”. Jesús reflexiona sobre el amor de sus padres (“Mis padres no estaban enamorados el uno del otro, pero se querían mucho”), su relación amorosa con María Magdalena (“Cuando me miras, me cuesta respirar”), sus discípulos más cercanos, sus desavenencias con los evangelistas y sobre lo que significa ser Cristo. Y lo hace, después de realizar la siguiente confesión inicial: “Siempre supe que me condenarían a muerte. La ventaja de esta certeza es que pude centrar mi atención en lo que la merece. Los detalles”. Y, en su título, nos viene a la mente unos versos del poema a Cristo en la cruz de Lope de Vega: “Viendo, pues, Jesús que todo / ya comenzaba a acabarse, / Sed tengo, dijo, que tiene / sed de que el hombre se salve”. Y también las palabras del filósofo Fernando Savater, quien concluye: “Tengo sed. Yo no puedo pasar de ahí, pero cuentan que Jesús resucitó al tercer día”.
Poco antes, el escritor irlandés Colm Tóibín hablaba indirectamente de Jesús a través del monólogo de su madre, contenido en El testamento de María (2014), un relato envuelto en los mitos del mundo precristiano, que también ha sido llevado al teatro. Los recuerdos del pasado y las reflexiones acerca de la vida de su hijo, tras la violenta muerte en la cruz, se entrelazan para crear un relato complejo, de gran sutileza y dramatismo, un verdadero lamento (“mater dolorosa”). María recuerda, habla, recrea y se conduele con su hijo. De sus palabras, dichas desde una perspectiva humana, entresacamos este descriptivo párrafo: “Mi hijo reunía a inadaptados, aunque, a pesar de todo, él no lo fuera; podía haber hecho cualquier cosa, incluso no haber hecho nada, también tenía esa capacidad, que es tan infrecuente, podía pasar el tiempo solo tranquilamente, mirar a una mujer como si fuera su igual, y era agradecido, bien educado e inteligente. Y utilizó todo eso, he dicho, para llevar al grupo de hombres que confiaban en él de un sitio a otro”.
No son pocos los textos que, como el de Tóibín, hablan de la figura de Jesús a través de otros personajes. Entre aquellos a los que la literatura les ha dedicado más espacio están la Virgen María y María Magdalena, José, los evangelistas Juan y Lucas, Judas, Barrabás… y, sobre todo, Pablo de Tarso, que es quien opera verdaderamente la “transmutación de Jesús en Cristo”. Según George Steiner, sus epístolas “siguen siendo una obra maestra de la retórica, de alegoría empleada con fines estratégicos, de paradoja y de juicio mordaz”. Muy pocos pueden rivalizar con la maestría de la propaganda y la pedagogía paulina, afirma Steiner, ni igualar su intuición de que “los textos escritos pueden transformar la condición humana”. Como Horacio y Ovidio, más o menos contemporáneos suyos, “Pablo tiene la certeza de que sus palabras (…) van a durar mucho más que el bronce y seguirán resonando mucho tiempo en los oídos y en la conciencia de los hombres cuando todos los mármoles se hayan convertido en polvo”. Pero todo ello requiere un abordaje distinto. Mientras tanto, ponemos fin a esta serie de artículos haciéndonos eco de las palabras de Goethe a Herder, escritas por carta: “El relato de Cristo necesita tanta energía en ciencia, inteligencia e ingenio para defenderlo como para refutarlo”.