Polifacético y humilde, «he tenido la suerte de dedicarme con algo de acierto a varias cosas», comentaba con una no disimulada satisfacción. A lo largo de aquella charla sólo en un punto se ensombreció su gesto, cuando recordó que en 1965, ante las destituciones en la universidad española de catedráticos como José Luis López Aranguren y Enrique Tierno Galván, tuvo que salir del país. A su regreso fue nombrado senador por designación real en la primera legislatura. Humanista convencido, defensor perseverante de «la vida, el amor y la tolerancia», desplegó hasta el final de sus días una notable actividad en defensa de la paz y la concordia.
Sabe usted de tantas cosas…
Como casi todo, eso es relativo. Uno va sabiendo de algunas cosas pero, sin caer en tópico alguno, con los años se va confirmando que se desconoce mucho, muchísimo más de lo que se sabe.
¿Qué es lo que aporta como elemento esencial el paso del tiempo, la experiencia?
Probablemente es una pregunta que no tiene una respuesta única. En realidad, muy pocas cosas tienen una sola perspectiva, una visión unidireccional. Posiblemente el paso del tiempo aporta más cosas de las que quita. Yo destacaría el equilibrio como un elemento fundamental consecuente a la experiencia que los años van aportando. El equilibrio es un tema que me preocupa mucho, acaso porque el mundo occidental en el que vivimos tiene mucho de desequilibrado.
¿En qué sentido?
Hablo desde la perspectiva personal de hombre occidental que se ha preocupado por acercarme a otros mundos, a otras culturas. Creo que en lo que conocemos como Occidente, esa parte del mundo en la que vivimos y que tendemos a pensar que es la única, además de la crisis económica a la que asistimos hay una especie de quiebra social. Eso es curioso, incluso paradójico, si pensamos que Occidente ha tenido siempre frente a otras civilizaciones un sentido claramente dominador, un afán de modificar lo que otras culturas consideran. Creo que deberíamos, en busca de equilibrio, mirar hacia otras culturas en las que los principios y modos de vida son más armónicos, como sucede en buena parte de lo que entendemos como civilización oriental. Dicho esto es verdad que potencias emergentes como China o India están capitalizándose siguiendo nuestro modelo, imitando modelos de mercado y de producción que están haciendo agua en nuestro mundo, pero todavía conservan elementos de equilibrio más acordes con la adaptación al medio y no con la explotación salvaje del medio. El dinero y el poder no pueden justificarlo todo.
¿Ha cambiado el valor de las cosas que considera esenciales. Ha variado sus principios con el paso del tiempo?
La vida es un continuo cambio pero hay cuestiones que no varían. Considero que la base de casi todo es la educación. He repetido algunas veces aquello de «siento, luego existo», distinto a lo que Descartes dejó escrito de «pienso, luego existo». Estoy convencido de que la base de la motivación del hombre es la emoción. Con el tiempo nos hacemos más racionales y revestimos de racionalidad nuestras emociones pero la emoción forma parte de nuestra base natural. Otro valor que me parece esencial es el respeto, el respeto de unos hacia otros, la consideración del otro y del entorno. Creo que en la sociedad actual hay una gran carencia en ese sentido. Hemos dado pasos hacia atrás. Es preciso recuperar el respeto, el respeto en general, porque respetar a los demás y respetar el entorno es respetarse a uno mismo. También he dicho, y eso sigo pensándolo desde siempre, que la naturaleza nos humaniza. Dicho de otra forma, acercarnos a la naturaleza es acercarnos a nuestra realidad, a nuestras posibilidades, a nuestra mente y a nuestro cuerpo.
¿Cuida usted el suyo?
Considerando los años que uno va teniendo no puedo quejarme. He pasado situaciones físicas muy complejas, como un infarto que tuve en Estados Unidos del que me sacó, y en consecuencia me salvó la vida, el Dr. Valentín Fuster, con el que tuve el honor de compartir un libro de conversaciones en el que bajo el título La ciencia y la vida hablábamos de algunas de las cosas a las que ahora me estoy refiriendo. Pero volviendo a lo que me preguntaba, puedo decir que intento cuidar mi cuerpo y al decir cuerpo incluyo la mente.
¿Se gana con los años?
Se gana y se pierde. Se pierden ciertas facultades, pero se ganan otras muchas cosas. Como ya he señalado, posiblemente la edad aporta más cosas de las que resta. El cúmulo de experiencias que los años dan hace posible una visión global de enorme utilidad para cada uno y para el entorno. Proporciona una forma de enfocar y de reflexionar mucho más serena. Un sosiego casi imposible en edades más jóvenes, por muchas capacidades cognitivas que se tengan.
Para usted la palabra “jubilación” parece no existir…
Eso es mucho decir. Convendría señalar que la jubilación, la vejez y la edad que marca el calendario pueden ser cuestiones distintas. Creo en la jubilación activa, de lo contrario uno se oxida. Hay que buscar una actividad que permita desempeñar un papel digno y seguir sintiéndose útil. Hay que darle ejercicio físico al cuerpo, reflexión al cerebro y relajación al espíritu.
NOTA: La entrevista que publicamos fue realizada para el libro La Experiencia de Envejecer, editado en 2012 por la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología con motivo del Año Europeo del Envejecimiento Activo.