Dice lo que piensa, “sólo faltaba que a estas alturas no pudiera hacerlo”, aunque al tiempo se reconoce víctima de un laconismo que «me lleva a hablar cada vez menos”. Pero cuando lo hace deja una estela de frases iluminadas: «Me defiendo del mundo con la palabra”. «A través del lenguaje invento una realidad mejor». «A menudo he perdido la salud buscando un adjetivo». «La incultura me provoca iracundia». «Cada día me esfuerzo en desaprender». «El poeta no puede ser sumiso». Y la duda como un elemento clave en la creación y en la vida, “porque todo el que se declara seguro, todo el que va por la vida sin equivocarse, es lo más parecido que hay a un imbécil, y cada vez veo más”.
Con Desaprendizajes sigue usted en la brecha…
Así es. Desaprendizajes es una especie de añadido, de epílogo necesario a mi poemario anterior, Entreguerras. Digo necesario porque cada libro requiere su forma, su concordancia formal, y este me demandó desde un principio que fueran poemas dispuestos tipográficamente como si fueran prosa. No poemas en prosa, que es un término que me desagrada; un contrasentido. Son poemas en los que no está cortada la frase en verso. Es un apéndice testamentario del que estoy satisfecho.
¿Cuál es el fondo último de estos Desaprendizajes?
Intento de alguna forma ejercer una crítica de la vida, una crítica de la cultura a través de la parodia, de la ironía, del sarcasmo. Sobre todo el tono paródico, la paradoja está muy presente en mi obra y especialmente en este libro. He procurado resumir, compendiar todo lo que me preocupa de la vida que me rodea. La vida que en estos momentos estoy viviendo. También me he preocupado, acaso sobre todo, como me ocurre siempre y sin poderlo evitar, del lenguaje.
¿Qué es para usted el lenguaje?
Es la esencia de la poesía. El lenguaje es el que fundamenta la poesía, que es un hecho lingüístico, un acto de lenguaje, una construcción verbal. Es ahí, desde esa consideración del lenguaje, donde realmente podemos empezar a hablar de poesía.
(Surge en la conversación Cervantes y Caballero Bonald lamenta el lío consecuente a la búsqueda y posible aparición de sus restos. «Me interesa muy poco ese tema, pues no soy partidario de rastrear los restos de un muerto ilustre que debe descansar donde murió. Me ocurre lo mismo con Lorca, que una y otra vez intentan encontrar lo que quede de su cuerpo. Dejémosles en paz. No soy nada partidario de esas búsquedas».)
«Un escritor sumiso es un escribiente»
Habla usted de la palabra como arma y como escudo…
Lo es. Ambas cosas. En mi obra, especialmente en mis dos últimos libros, hay una crítica de ciertos aspectos de la realidad contemporánea, de personajes del mundo que estamos viviendo que detesto y de cosas de las que me defiendo a través de la palabra.
¿A qué personajes y cosas se refiere?
Detesto a los sumisos, a los gregarios, a los obedientes, a los dogmáticos. Todos estos de alguna forma son figuras que están muy presentes en mi libro anterior y que en éste adquieren el carácter de prototipos de lo que estamos viviendo. A través de la palabra poética critico a esos personajes sirviéndome de la ironía. Hay que luchar contra la sumisión, la obediencia ciega, el dogmatismo, todos estos lastres educativos que arrastramos a través de la historia y que, de alguna forma, todavía permanecen en la vida contemporánea. En ese sentido la insumisión es también un arma. Un poeta no puede ser sumiso. Un poeta o un escritor sumiso es un escribiente.
También hablo, entre otras cosas, de las barbaries que se están produciendo en el Próximo Oriente con la destrucción de la cultura antigua, de los recuerdos arqueológicos de Babilonia, de Asiria… Todo esto realmente me produce una especie de iracundia que como no puedo desahogarla físicamente y no puedo irme allí a combatir, lo hago con la palabra. Hay una especie de diatriba contra el gran culpable de todos estos aspectos que es la incultura.
La mentira es otro de los temas recurrentes en su obra. ¿Qué mentiras le molestan más?
Hay muchas clases de mentiras. Hay mentiras amables, mentiras piadosas, etc. Pero me parece que la mentira del cínico es la peor de todas. El cínico es un personaje que detesto. Ese cinismo que adopta mucha gente ante la vida es algo con lo que estoy en total desacuerdo. Me defiendo de él, acusándolo.
«Cada uno debe desaprender lo que no es positivo para su vida»
¿Qué es lo que ha desaprendido José Manuel Caballero Bonald a estas alturas de la vida?
Intento desaprender muchas cosas aprendidas de memoria o a la fuerza. Intento desaprender con el lector muchas cosas consabidas. Desaprender lo concebido, lo que se ha ido depositando en la conciencia de forma defectuosa y que necesito volver a aprender de otra manera. A través de la palabra, siempre la palabra, invento o procuro inventarme una nueva realidad. La poesía siempre abre paso a una nueva realidad y eso es lo que intento aprender de nuevo, desaprendiendo todo lo que he aprendido malamente. La cultura, la educación recibida, los tópicos y lugares comunes de la educación, todo eso que ha ido sedimentando en mi carácter. Procuro desprenderme de eso para empezar a ver la vida de otra manera.
Cada uno debe desaprender lo que piensa que no es positivo para su vida, aquello que forma parte de la parte negativa de su existencia. Pero, políticamente hablando, también hay una herencia que viene desde el franquismo y que no se ha eliminado y sigue de cuando en cuando brotando. El neoliberalismo está muy ligado a un capitalismo que está ejerciendo de una manera nefasta su poder.
En ese sentido, también habla usted de la eficacia de la duda…
La duda es para mí fundamental. Siempre digo que todo el que está seguro, todo el que va por la vida sin equivocarse es lo más parecido que hay a un imbécil. En la calle, en la televisión, veo a mucho imbécil y cada vez veo a más. Personajes anodinos, grises, repetitivos que están sometidos a una especie de grisura hereditaria. Me asomo a la ventana y no me gusta nada lo que veo. La duda es un estímulo para el escritor y para el creador. La duda, la incertidumbre, estar buscando entre posibilidades diversas el camino que quieres recorrer… No puedo trabajar si estoy seguro de lo que tengo que escribir. La duda me ayuda a encontrar un camino, a abrir una puerta por la que asomarme a los enigmas que están detrás de la realidad.
Confiesa usted tener varias patrias. ¿Cuáles son?
Tengo muchas patrias, entendiendo por patria aquello que se ve desde la ventana de la casa donde uno vive en paz. El Coto de Doñana es una de esas patrias, Bogotá es para mí otro de esos lugares o algunos territorios de Mallorca y de Galicia o Damasco, una patria que ahora está prácticamente destruida. Tengo muchas, unas más duraderas y reales que otras.
«Es bueno que en la política se impliquen intelectuales»
Al margen de las patrias, ¿hay algo que ilusione como hace cuarenta o cincuenta años?
Con la edad se pierden los entusiasmos. Mis momentos de euforia son muy reducidos y vienen de cuando en cuando y por motivos inesperados y gratuitos. Ya no me entusiasmo, aunque sigue habiendo cosas que me producen una cierta ilusión, aunque en ningún caso desbordante como cuando era joven y vivía de un fervor a otro.
Pero defiendo la alegría, que como la felicidad no es un estado permanente. Es un instante en el que tú eres consciente de que estás contento, de que hay una alegría que te rodea, pero generalmente no es algo duradero. Defiendo la alegría porque en un mundo tan terrible como en el que vivimos, tan lleno de desmanes, la alegría es como una contrapartida que hay que defender para seguir viviendo.
¿Cómo ve el momento político actual?
Lo veo mal, pero veo una especie de luz que es el cambio. Hemos acabado un ciclo. Este es un fin de ciclo que anuncia un nuevo periodo. No sé si mejor o peor, pero realmente ese fin de ciclo supone un cambio. Hay cosas que van a cambiar sistemáticamente. No solo por el fin del bipartidismo, sino porque hay una necesidad popularizada de cambio.
Nadie puede permanecer al margen de la política. Quien dice que es apolítico es un personaje extraño. Un individuo que vive en sociedad tiene que estar en la política, aunque sea como observador, como espectador. Es bueno que en la política se impliquen escritores, profesores o intelectuales. Es saludable y puede dar lugar a que su experiencia sirva para canalizar una política más justa y eficaz.
«Me alarma que a mi edad siga escribiendo poesía»
¿Cree que la cultura dejará de ser en algún momento moneda de cambio?
No. La cultura seguirá siendo moneda de cambio para mercaderes. Esto es algo inherente a la propia definición de cultura. Ahora, también hay una forma de ser independiente dentro de esa tendencia porque la cultura independiente seguirá existiendo y será, sin duda alguna, la más válida.
Ha sugerido que Desaprendizajes puede ser el libro que cierre su trayectoria como escritor. ¿Lo piensa realmente así?
Es verdad que he dicho que no iba a escribir más, que era mi último libro, una especie de testamento, porque realmente tenía mucho de resumen de una vida. Una selección de episodios esenciales de mi propia biografía, de mi propia experiencia. Dije que no iba a escribir más porque lo pensaba, pero luego se me ha cruzado Desaprendizajes y no podía evitar la tentación de escribirlo y lo he hecho. Pero he de confesar que me alarma que a mi edad siga escribiendo poesía. Me parece una especie de abuso de poder, pero tengo una especie de brote a trasmano de energía nueva y tardía que me está haciendo escribir más intensamente que nunca. No sé por qué.
Desde siempre, al levantarme me siento y escribo algo, y ahora estoy intentando redactar semblanzas de personajes del ámbito español y latinoamericano que conozco, a los que de alguna manera he tratado y querido. Un poco a la manera de Juan Ramón Jiménez de Españoles de tres mundos o de Los encuentros de Vicente Aleixandre. Semblanzas muy literarias, retratos poéticos. No sé si será un libro o una tentativa frustrada, pero en eso estoy y no puedo evitar el hacerlo. No puedo dejar de escribir y reescribir, porque siempre hay un adjetivo reemplazable o mejorable. He perdido muchas veces la salud buscando la palabra adecuada. En eso sigo.
El autor
José Manuel Caballero Bonald nació en Jerez de la Frontera el 11 de noviembre de 1926. Su padre era cubano y su madre descendía del vizconde de Bonald, el filósofo tradicionalista francés.
Cursó estudios de Filosofía y Letras en las universidades de Madrid y Sevilla, para después trasladarse a Colombia, donde enseñó literatura española, combinando su labor literaria con la docencia, algo que también hizo en el Bryn Mawr College, en Estados Unidos.
Perteneciente a la Generación del 50, como poeta se inició en 1948 con Poesía (1945-1948), a la que siguieron, entre otros poemarios, Las adivinaciones, Memorias de poco tiempo, Anteo, Las horas muertas, El papel del coro y Pliegos de cordel. Su obra poética está reunida en Somos el tiempo que nos queda (última edición en 2011). Con posterioridad ha publicado Entreguerras y Desprendizajes.
Como novelista destacan Dos días de septiembre, que ganó el Premio Biblioteca Breve de Novela; Ágata ojo de gato, con la que ganó el Premio Barral y de la Crítica; Toda la noche oyeron pasar pájaros, Premio Ateneo de Sevilla, y En la casa del padre. Prolífico ensayista, es autor de Narrativa cubana en la Revolución, Luis de Góngora, Luces y sombras del flamenco o Sevilla en tiempos de Cervantes (1991).
En 1995 publicó la primera parte de sus memorias, Tiempo de guerras perdidas, que volvió a ser revisada en 2004, y en 2001, la segunda entrega, Costumbre de vivir. Ambos volúmenes están recogidos en La novela de la memoria (2010).
En 2004 fue galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana por el conjunto de su obra, y al año siguiente con el Premio Nacional de las Letras Españolas. En 2006 obtuvo el Premio Nacional de Poesía por Manual de infractores, poemario que el autor califica como «apología de la desobediencia». El 29 de noviembre de 2012 recibió el Premio Miguel de Cervantes.
En 1998 se creó la Fundación Caballero Bonald [1], con sede en la casa donde nació el poeta, que en 2012 depositó en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes un legado que permanecerá guardado hasta el 11 de noviembre de 2051. Bonald es una de las personalidades que deja obra y objetos personales en la antigua cámara acorazada de la sede central del Instituto.