No se le resiste ningún género literario. Toca todos los palos y todos, –»casi, dice él mismo, dejémoslo en casi»– bien. Con La invención del amor, su última novela, acaba de ganar el Premio Alfaguara; con China para hipocondríacos, obtuvo el Premio Grandes Viajeros en 1998; el pasado año, el Anagrama de Ensayo con La ética de la crueldad…
¿En cuál de esos géneros se mueve mejor?
La cosa ha ido cambiando con el tiempo y ahora donde me siento más seguro y más cómodo es en la novela y el ensayo. Como me conozco sé que probablemente volveré a cambiar pero, de momento, ahí estoy.
¿Con qué autores está en deuda? ¿A quién lee?
Como cambio de registros, de temáticas y de formatos, no es fácil dar nombres concretos. Más que sentirme deudor en general, creo que cada uno de los libros es deudor de alguien. Si La comedia salvaje posiblemente era deudora de Valle Inclán, en La invención del amor acaso me acerco a un tipo de realismo propio de escritores franceses recientes como Jean Echenoz, pero no lo tengo muy claro. En los últimos años he leído mucho a americanos como Philip Roth, Don Delillo o Cormac McCarthy; los cuentos magníficos de Alice Munro; las novelas despiadadas de Elfriede Jelinek… En general me gustan los escritores radicales, los que dan la impresión de que están arriesgando algo. No los que se colocan en un sitio cómodo porque saben que van a tener un público y unos lectores fieles.
¿Hay mucho de José Ovejero en los personajes de su literatura?
A veces digo que nada y a veces digo otra cosa. Claro que tienen rasgos y comparten vivencias mías, pero al tiempo son completamente distintos a lo que yo soy. Dicen y piensan muchas cosas que ni pienso ni digo. Mis personajes no dicen lo que quieren, pues soy yo el que les pone las palabras en los labios, pero dicen muchas cosas que yo no creo pero que me parecen interesantes y sienten cosas que yo no siento pero que me parecen atractivas. Creo que es el lector el que debe discutir y pelearse con los personajes y en ese sentido da igual que el personaje sea yo o sea otro.
En muchos de esos personajes hay un juego de amores y desamores, pero al final vence casi siempre la segunda opción. ¿Cree en el amor; existe?
El amor existe como invención. Como invención de cuento de hadas, el amor para siempre… Esa idealización tiene una absoluta falta de base en la realidad. El amor como invención, en el sentido de que cuando nos enamoramos nos estamos inventando al otro… Nos enamoramos cuando no conocemos a la otra persona. Te enamoras, sientes esa pasión cuando no conoces al otro y además te inventas a ti mismo para enamorar a la otra persona, para deslumbrarla. Estás intentando ser otro mucho mejor, mucho más guapo, más divertido, más inteligente. Ese invento funciona, está muy bien, te da un montón de cosas… pero no es la realidad.
Cuando reconoces que eres otro, que la persona con la que estás es otra, se decide en el fondo la pareja. Si no sigues con esa idealización falsa y asumes que has estado engañando, le dices a la otra persona que eso ha estado muy bien pero acabó y ha llegado la hora de ver qué podemos hacer con lo que somos de verdad. Esa fase a menudo en lugar de llevar al entusiasmo lleva a la resignación, cuando podría ser muy interesante porque podría reinventarse la relación teniendo en cuenta cómo cambias. Cómo eres de verdad.
Porque cuando dices aquello de «te querré siempre» estás mintiendo, eso sólo puede ser una mentira porque: ¿quién voy a ser yo dentro de veinte años?, ¿cómo va a ser la otra persona?, ¿cómo puedo prometer nada si no sé quién voy a ser?… Puede que el amor exista, pero mucho menos de lo que pensamos y decimos y mucho menos de lo que aparece en los libros.
¿Cual es el embrión de La invención del amor?
La primera escena. De pronto a alguien que está en la terraza de su casa lo llaman a altas horas de la madrugada y le dicen «Clara ha muerto» y él no conoce a ninguna Clara. Podemos considerar que es una anécdota un poco banal. Por qué eso da lugar a una novela, no lo sé, de hecho he tenido la idea en la cabeza por lo menos tres años sin lanzarme a escribirla, pero no sabía por donde entrarle a esta historia, y en un momento dado me puse a ello sin saber que iba a escribir una novela de amor. Fui escribiendo escena a escena y entre medias descubriendo posibilidades, como la parte que tiene que ver no con el amor sino con la sociedad en la que la novela está escrita, es decir, la España de la crisis, del miedo… La novela discurría demasiado plácidamente con una estructura muy sencilla y decidí darle otra perspectiva y, después de las dificultades del principio, la cosa fluyó hasta convertirse en La invención del amor.
No es la primera vez que escribe sobre alguien que en el fondo es un mentiroso, ¿le interesa por algún motivo ese ser otro dentro de uno?
Es una buena observación porque, efectivamente, ese tema me interesa desde siempre; la historia de lo que no mostramos. Esa tensión entre nuestra máscara, lo que no mostramos de nosotros mismos y lo que por detrás somos, lo que en realidad somos, porque toda persona es un montón de personas al mismo tiempo. «Mi nombre es legión, pues somos muchos», es una cita de La Biblia que recuerda uno de mis personajes. Todos tenemos una serie de personas dentro y siempre me ha parecido que para la ficción es maravillosa esa tensión dentro de los individuos y esa tensión de los individuos con lo que les rodea. Ese entorno tiende a querer saber quién es y nosotros tendemos a ocultarlo. En la historia de la literatura, los escritores se crean máscaras y a través de sus personajes dicen cosas que no dirían nunca en su vida privada.
Sitúa a su personaje en torno a los 40 y en crisis…
Sí, pero no es una novela generacional. Creo que, en realidad, no estoy hablando de los 40 sino, de una manera un poco escondida, de la España de ahora mismo. España está en la crisis de los 40 si consideramos que tú de joven tenías un montón de ilusiones y de ideas sobre ti mismo, llegas a los 40 te miras y te dices: ¡joder, dónde me he perdido! Me decepciono, no soy lo que quería ser, mi vida tenía que haber sido otra y a los 40 todavía puedo cambiar.
La crisis de los 40 se produce porque consideras que podrías cambiar y sin embargo la mayoría no cambia; no se atreve a hacer el cambio para poder acercarte al ideal de ti mismo. En España está ocurriendo lo mismo. Hace veinte años, el país era brillante, era deslumbrante, era joven, dinámico, creativo, crecíamos más que nadie, hasta éramos guapos. Y ahora nos miramos y ¿qué ha sido de nosotros?, ¿qué quedó de todo aquello?, ¿todo este tiempo nos hemos estado engañando? y, sobre todo, ¿nos vamos a atrever a cambiar?, ¿vamos a atrevernos a ser otros?, ¿a acercarnos a ese ideal creativo y arriesgado que teníamos o vamos a seguir sumidos en este miedo al cambio?
¿Es premeditado el hecho de estar escrita en un estilo muy descriptivo; muy periodístico?
No me propuse de antemano escribirla en un estilo más periodístico. Creo que tiene que ver con el hecho de que al ser una novela muy reflexiva, en la que estamos viendo mucho el mundo interior de su protagonista, si no le das un contexto creíble, plástico, acaba siendo sólo una disquisición intelectual. El lector tiene que ubicarse, ver donde vive el protagonista, etc. Creo que, desde esa idea, de una manera instintiva lo he ido haciendo para traer al lector a la escena donde los hechos se producen. No ha sido deliberado, sino el intento de hacerla más creíble, más atractiva.
Con una carga social y política importante…
Por mi formación de historiador no puedo dejar de lado el contexto en el que ocurren las cosas, el social, el político… La gente no vive en una burbuja porque esa burbuja flota en un lugar. Eso se une a que como escritor me interesan las zonas de fricción, los puntos de fractura. Me interesa la inmigración, por ejemplo, también supongo que por mi condición de emigrante, aunque emigrante de lujo, en el sentido de que viajé porque quise. Estuve cinco años en Alemania y luego en Bélgica y acabo de volver a España. Me fui cuando la gente se quedaba y he vuelto cuando la gente se va.
La invención del amor ha recibido el Premio Alfaguara de Novela y José Ovejero tiene ya en sus vitrinas otros galardones. ¿Qué piensa de los premios?
Es difícil hablar de ellos porque hay premios y premios. En general están bajo sospecha y eso me parece saludable porque hay que corregir el nivel de corrupción al que en España se ha llegado. Hay premios en los que no se está premiando un libro sino a un escritor. Ganar un premio es una cosa fabulosa y, al tiempo, te pone bajo sospecha. Pero soy un escritor que no vende miles y miles de ejemplares y eso me hace pensar que se premian los libros de alguien que creo que ha seguido hasta ahora una línea tremendamente independiente. Estoy contento porque el Alfaguara es un premio con prestigio.
Si tuviera que salvar uno sólo de sus libros, ¿cuál sería?
Es difícil pero seguramente con La comedia salvaje porque es mi libro más completo y más arriesgado como escritor. Tengo la impresión de que salió bien, pues uno puede arriesgarse y estrellarse, pero en esa ocasión el resultado fue satisfactorio.