Él mismo lo expresó así: «El placer que nos proporciona la representación del presente se debe no solo a la belleza de la que éste pueda estar revestido, sino también a su calidad esencial del presente». Nuestro poeta cumplió con Las flores del mal, tan modernas que cien años después las estaba cantando Léo Ferré y hoy las disfrutamos sus forofos en libro y en disco.
Pero Baudelaire vuelve a estar de actualidad porque la editorial Acantilado pone a nuestro alcance uno de esos artefactos que entran tan bien por los ojos que hacen bien en ponerles un plástico no vaya a ser que en la librería demos con algún pasaje de lectura disuasoria. En cualquier caso, más de mil páginas para recopilar sus textos sobre arte, literatura y música que hay que paladear poco a poco trasteando al azar o buscando o que a uno le interesa: sus ideas sobre el retrato o el paisaje, su teoría del dandy («un dandy nunca puede ser un hombre vulgar. Si cometiera un crimen, no por ello caería en desgracia, pero si ese crimen naciera de una causa trivial, el deshonor sería irreparable»), sus consejos a los jóvenes literatos («nunca tengáis acreedores; dad, si os place, la impresión de tenerlos; es todo lo que puedo concederos»), su juicio favorable sobre el fenómeno Wagner, su opinión sobre Madame Bovary de Flaubert, Los miserables de Victor Hugo o los aguafuertes de Goya, su debilidad por Eugène Delacroix o su pasión por Edgar Allan Poe, tanto por su obra como por su vida («no bebía como un fino catador, sino como un bárbaro, con una frecuencia y una economía de tiempo muy estadounidenses, como cumpliendo una función homicida, como si dentro de él tuviera algo que matar»).
Bastan unas pocas líneas sobre un lienzo en concreto –La muerte de Marat de Jacques Louis David– para hacernos una idea del tono que gasta el autor: «Hay en esta obra algo tierno y punzante a la vez; en el aire frío de esa habitación, en esas frías paredes, en torno a esa fría y fúnebre bañera, un alma revolotea. ¿Nos permitiréis vosotros, feroces liberales de 1845, enternecernos ante la obra maestra de David? Este pintura era un regalo a la patria afligida, y nuestras lágrimas no son peligrosas». Que no falte nunca el aliento poético.
Baudelaire apostaba por una crítica amena, parcial, apasionada y política, y se oponía a la crítica que no abre las mentes, que es «fría y algebraica y que, con la excusa de explicarlo todo, no siente ni odio ni amor y se despoja voluntariamente de todo tipo de temperamento». Un punto de vista que aún podía resumir de forma más elocuente: «la mejor reseña de un cuadro podría ser un soneto o una elegía». De Azúa, que lleva –y no hay queja, todo lo contrario– cuarenta años ampliando su libro sobre el autor de Las flores del mal, tiene dedicado un capítulo a la condición de crítico de Baudelaire. En él se muestra partidario del crítico que reparte estopa a los consagrados por encima del que manifiesta entusiasmos. Ambas cosas, collejas y aplausos, las daba en la prensa hasta el punto de que lo podemos ver, en términos de frecuencia, sobre todo como un escritor de periódico. Fue en Le Figaro donde publicó, en varias entregas, El pintor de la vida moderna, ensayo incluido en el volumen de Acantilado.
Aparte de moderno y mediático, Baudelaire también fue, en ocasiones y habría que decir en su defensa que de forma inevitable, un tanto miope. Hace unos años, el novelista Antonio Muñoz Molina dedicó un artículo al gran poeta para hablar de lo difícil que puede ser ver lo que uno tiene delante. Escribía el autor de El jinete polaco que en los mismos años en que Baudelaire buscaba al artista de la vida moderna mantenía una relación de amistad con Édouard Manet, cuyas obras conocía y respondían a las demandas del nuevo tiempo y que, sin embargo, no despertaron en él el interés que sí consiguieron otros creadores que hoy casi nadie recuerda. Fuera o no fuera voluntaria esa miopía, la moraleja es sencilla: si el más agudo e inteligente de los críticos no supo o quiso ver todo lo que merecía la pena, cuánto de valor puede hoy pasar desapercibido.
Escritos sobre arte, literatura y música (1845-1866) [1]
Charles Baudelaire
Traductor: José Ramón Monreal
Editorial Acantilado
1.040 páginas
49 euros
Baudelaire y el artista de la vida moderna [2]
Félix de Azúa
Editorial Debate
208 páginas
17,95 euros