Entre aquellos a los que se intenta responder figura, por ejemplo, aquel que tiene a Kafka como protagonista cuando la Gestapo alemana intentó impedir la publicación de sus obras, o el hecho de que los seguidores de Sherlock Holmes obligaran a su autor a resucitarlo, o los textos, -ahí están los de Jane Austen-, que se convertirían en referentes de la literatura tras haber sido repetidamente rechazados por distintos editores, o que el éxito de Harry Potter y toda su saga tenga como clave a una lectora de ocho años.
Entre enigmas, preguntas con o sin respuesta, curiosidades y casualidades se escribe también la historia de la literatura como deja claro esta sugerente recopilación de piezas referidas a la vida y las obras de, entre otros, Alejandro Dumas, James Joyce, Shakespeare, el autor anónimo de El lazarillo de Tormes, Sir Walter Scott, José Zorrilla, Mary Shelley, Jane Austen, Fiódor Dostoievski, Rosalía de Castro, Benito Pérez Galdós, Arthur Conan Doyle, Raymond Chandler, Franz Kafka, J.R.R. Tolkien, Antoine de Saint-Exupéry, Alexander Solzhenitsyn, Julio Verne, Anne Perry, William Burroughs o J.K. Rowling.
Mary Shelley aprende español
Shelley contó en su diario cómo durante las noches de todo un mes, su marido, Percy B. Shelley, leyó en voz alta El Quijote cuando un grupo de escritores, entre ellos Lord Byron, se resguardaban en Suiza del mal tiempo. Fue entonces cuando en el ánimo de matar el tiempo convocaron un concurso de relatos de terror que sólo se tomó en serio Mary. De aquella iniciativa nació la historia del monstruo creado por el doctor Víctor Frankenstein.
Las lecturas quijotescas hicieron mella en la escritora como se pone de manifiesto en el relato de las andanzas de su gigante: hay una referencia a Sancho Panza en el prólogo; utiliza la misma técnica que Cervantes, con múltiples narradores y, además, Mary recrea la famosa historia del cautivo en un episodio similar de Frankenstein.
Pero no es la única incursión española de la escritora, que entre 1835 y 1837 escribió Vidas de los más eminentes hombres de la ciencia y la literatura de Italia, España y Portugal, donde biografiaba las vidas de Garcilaso de la Vega, Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Quevedo y Calderón de la Barca. Mary hablaba inglés, francés, italiano, portugués y español, idioma que aprendió, según propia confesión, para leer El Quijote.
¿Escribió Shakespeare las obras de Shakespeare?
En 1943 tuvo lugar en una taberna de Deptford una pelea en la que murió el escritor británico Christopher Marlowe. Su muerte estuvo rodeada de extrañas casualidades, como la inmediata llegada a la taberna de un juez que certificara su muerte y su meteórico enterramiento. Además, antes de su trágica desaparición, William Shakespeare no había publicado nada, un dato que alimenta las sospechas de quienes piensan que fue Marlowe y no Shakespeare el verdadero autor de las obras atribuidas al genio de Stradford upon Avon. Sostienen los defensores de la duda que Marlowe fingió su muerte y escribió bajo el nombre de Shakespeare, hasta entonces un actor de poca monta y escasa cultura, incapaz, por lo tanto, de haber creado obras tan sublimes.
¿Es posible que un hombre sin formación académica como Shakespeare fuera capaz de crear los sonetos y tragedias que se le atribuyen? Varios expertos han publicado sesudos estudios en publicaciones académicas donde lo dudan y apuestan por Marlowe. Calvin Hoffman incluso dejó estipulada en su testamento una jugosa recompensa para quien pruebe que el autor verdadero de las obras de Shakespeare era Christopher Marlowe.
Dumas y los «negros»
La escena rescata a Auguste Maquet, que visita a Alejandro Dumas en su lujosa mansión y le entrega las páginas con el argumento de Los tres Mosqueteros. Es sabido que Dumas recurrió a colaboradores y se cree que Maquet estaba detrás de las tramas de El conde de Montecristo y La reina Margot, entre otras novelas firmadas por Dumas.
Dumas era ambicioso y buen amigo del lujo y el gasto desenfrenado, y las editoriales le presionaban reclamándole nuevas historias con las que atraer más y más lectores. Es muy posible que cayera en la tentación de «dejarse ayudar». Y es que su obra es muy extensa: la suma de sus novelas históricas, libros de viajes y de terror supera el centenar.
Recuerda Santiago Posteguillo que lo de utilizar «negros» no ha sido tampoco tan raro: en 1662 se publicó una versión de Medida por medida, de Thomas Middleton, pero con la firma de Shakespeare para atraer a más público o el caso de El ángel que nos mira, atribuida a Thomas Wolfe pero que hoy se sabe que fue «retocada» por Maxwell Perkings… Y tantos otros casos.
El discurso en verso de Zorrilla
José Zorrilla estaba dolido. En mayo de 1885, Pedro Antonio de Alarcón y Gaspar Núñez de Arce le visitaron en su casa para convencerle de que aceptara ingresar en la Real Academia Española de la Lengua. El autor de Don Juan Tenorio estaba enfadado con aquella institución porque en 1847 habían elegido a José Joaquín de Mora en lugar de a él. Al año siguiente, en 1848, se decantaron por Zorrilla pero el escritor rechazó el ingreso. Fue precisa la insistencia y por fin convencieron al escritor para que aceptara su sillón en la Real Academia. El día del ingreso fue todo un acontecimiento con la presencia del rey Alfonso XII, Antonio Cánovas del Castillo, varios ministros y demás… En cierto modo, Zorrilla se vengó y sorprendió a todos con un discurso ¡en verso! que comenzaba diciendo: «Mi recepción para ser natural va a ser excéntrica…» y discurrió hasta el final en endecasílabos rimados.
Rechazando a Jane Austen
En 1797, el editor Thomas Cadell Jr. recibió un nuevo manuscrito en su oficina. Era una novela romántica escrita por una mujer. A su socio le gustó, pero el padre de Cadell, fundador de la editorial, que había editado a David Hume, a Edward Gibbon y a Tobias Smollett, estaba harto de «novelas románticas de mujeres». Cuando Jane Austen, de 21 años, recibió la carta en la que rechazaba, sin más, su manuscrito, se derrumbó. Pero su familia continuó arropándola. En 1811, catorce años después, el hermano de Jane persuadió a Thomas Egerton para que publicara Sentido y sensibilidad. En pocos meses se agotó la edición. Egerton reclamó más textos y Jane le entregó el manuscrito de Primeras impresiones. El editor sugirió un cambio de título y pasó a llamarse Orgullo y prejuicio. Así se publicó en 1813. Sucedió dieciséis años después de que Thomas Cadell senior hubiera preferido publicar Las estructuras del sistema moderno de la educación femenina, de Hannah Moore, en lugar de la historia de amor de aquella desconocida joven llamada Jane Austen.
Los 26 días de Dostoievski
Fiódor Mijáilovich Dostoievski era un ludópata compulsivo, una enfermedad que tuvo grandes consecuencias en su producción literaria. En noviembre de 1866, asfixiado por las deudas, tuvo que aceptar un maquiavélico contrato con su editor: si publicaba una nueva novela en veintiséis días, el editor le pagaba 3.000 rublos con los que hacer frente a sus acreedores; si no cumplía, perdería los derechos de autor de sus obras.
El reto era muy difícil porque, además, Dostoievski debía entregar los capítulos de Crimen y castigo comprometidos con el periódico El mensajero. El escritor se zambulló en sesiones maratonianas: por las mañanas, Crimen y castigo, y por las tardes, la nueva novela. Pero las manos no le respondían a la velocidad requerida, así que contrató como taquígrafa a Anna Grigorievna Snitkina. Entre ambos lo lograron, entregaron el manuscrito de El jugador el día pactado. El editor intentó esquivar su compromiso así que Dostoievski se fue a una comisaría para que quedara constancia de que él había cumplido su parte del trato. Poco tiempo después se casó con Anna y se fueron de viaje de novios a Baden-Baden donde, lamentablemente, había casino… «A su ludopatía debemos que Dostoievski escribiera, una tras otras, una larga serie de obras maestras de la literatura universal».
Rosalía, hija de la lluvia
El Hostal de los Reyes Católicos de Santiago de Compostela esconde un gran secreto literario. Durante la noche lluviosa del 24 de febrero de 1836 se bautizó allí a una niña. La mujer que la llevaba en brazos dijo que la niña era hija de padres desconocidos. En realidad era hija de un sacerdote y de una hidalga venida a menos, de ahí el bautizo clandestino. Se le puso el nombre de María Rosalía Rita. Su tía paterna se hizo cargo de esa niña que después se convirtió en una de las grandes de la literatura española: Rosalía de Castro.
Dickens lector
La imagen que tenemos de Londres durante el siglo XIX es la que nos dejó Charles Dickens con sus novelas. Las publicaba por entregas en los periódicos y merecieron un éxito fabuloso. Según el diario británico The Telegraph, Historia de dos ciudades ha vendido más de 200 millones de ejemplares desde 1859, lo que la convierte en el libro más leído de la historia (exceptuando la Biblia y otros textos religiosos).
Dickens gozó de fama y fortuna en vida, y conservó los recuerdos de su dura infancia y las calamidades que había presenciado. Por eso se embarcó en un proyecto filantrópico: con el fin de recaudar fondos benéficos realizó sin ningún tipo de reserva lecturas públicas de sus obras. Hay testimonios que confirman que era un excelente lector, que interpretaba con maestría cada personaje.
El «asesinato» de Sherlock Holmes
Parece que se había cansado de las andanzas de su famoso detective y Sir Arthur Conan Doyle decidió acabar con la vida de Sherlock Holmes. Lo despeñó por el abismo de Reichenbach tras una terrible lucha con su archienemigo el profesor Moriarty. Pero en poco tiempo el autor recibió una lluvia de cartas suplicando que deshiciera el entuerto: Sherlock no podía morir. Su editor le visitó y le rogó; decenas de seguidores pasearon frente a su casa con crespones negros en los sombreros… La presión fue tal, que Conan Doyle cedió y Sherlock Holmes regresó a la vida en The empty house. Y es que a veces los personajes son casi más reales que sus autores…
Kafka secuestrado
Max Brod guardaba todos los relatos y novelas de Franz Kafka, excepto las que el escritor checo había entregado a Dora Diamant, una joven actriz a la que había conocido en el sanatorio de Kierling. Brod fue incapaz de obedecer las órdenes expresas de su amigo Kafka y no quemó sus obras como éste le había pedido. Cuando las leyó y se percató de su gran valía decidió publicarlas. Dora Diamant tampoco destruyó las treinta cartas y los veinte cuadernos de notas con relatos que Kafka le entregó. Los escondió en el piso en el que se guareció en Berlín, en 1933, para intentar escapar de la Gestapo. Nunca se han encontrado: a Dora la capturaron los nazis y más tarde padeció las purgas soviéticas, su pista se perdió en los campos de concentración de Siberia. El Kafka Project de la Facultad de Humanidades y Letras de la Universidad de San Diego, de Estados Unidos, los sigue buscando en colaboración con el Gobierno alemán.
El presidente Eisenhower y la rebelión de un Hobbit
Tras el éxito de El Hobbit, su primera novela, los editores pidieron a J.R.R. Tolkien una segunda parte. El escritor británico tardó doce años en entregar las más de 1.200 páginas de aquella historia tan esperada. Sus editores de Houghton Mifflin, asustados, decidieron publicarla en tres partes para minimizar los costes: estaban convencidos de que venderían poco.
La primera parte, La comunidad del anillo, se publicó el 29 de julio 1924. Le siguió Las dos torres, el 11 de noviembre. Los lectores reclamaban una tercera parte: El retorno del rey vio la luz el 20 de octubre de 1955. La trilogía de El señor de los anillos también llegó a Estados Unidos, aunque con un éxito menor. En 1965 tuvo allí Tolkien un desencuentro editorial. Ace Books sacó una edición en rústica sin pagar derechos de autor. Se amparaba la editorial en que Eisenhower no había firmado el Convenio de Viena —en el que se regula el reconocimiento de estos derechos— hasta meses después de la publicación de la obra. Con perseverancia, decisión y mucha paciencia, Tolkien escribió a sus lectores estadounidenses contándoles la situación. Ace Books recibió miles de cartas de protesta y acabó llegando a un acuerdo con el escritor. El señor de los anillos ha vendido más de 150 millones de ejemplares.
Último vuelo de Saint Exupéyry
Ante la negativa a dejarle volar, Antoine de Saint Exupéry recurrió al presidente de Estados Unidos para que le permitieran reincorporarse a la guerra. Había sufrido varios accidentes y no podía girar la cabeza hacia el lado derecho, ni vestirse solo. Tan insistente fue que consiguió que lo aceptaran. Lo destinaron a una base de la Francia Libre en Argelia. Pero poco antes de partir entregó un manuscrito con una historia extraña. El 31 de julio de 1944, Saint Exupéry desapareció cuando realizaba una misión de reconocimiento en un avión P-38. Aquel manuscrito entregado a ultima hora se publicó. Hoy lo conocemos hoy como El principito, una historia difícil de clasificar, «la obra de alguien que había visto la muerte de cerca muchas veces en su vida», afirma Posteguillo.
El KGB y el texto mortal
Elizaveta Voronnyasnskaya fue detenida y torturada hasta la muerte por intentar proteger un libro en el que se revelaba la muerte de millones de inocentes. Ella había mecanografiado el texto de Alexander Solzhenitsyn que buscaban los agentes del KGB. Pero Solzhenitsyn, sabedor de la persecución, había ocultado otras copias en casas de diferentes amigos y consiguió que una de ellas saliera de manera clandestina de la URSS y llegara a Francia, donde se publicó en 1974. Solzhenitsyn fue entonces expulsado de la URSS y se le retiró la nacionalidad. Actualmente, Archipiélago gulag, esa obra antes perseguida incluso con la muerte, es lectura obligada en los institutos de secundaria de Rusia.
La noche en que Frankenstein leyó El Quijote
La vida secreta de los libros
Santiago Posteguillo
Planeta
230 páginas