También sonreía en Madrid cuando tras la concesión de otro de los tantos premios recibidos a lo largo de su andadura, el Alfaguara de novela, atendió en un rincón del Círculo de Bellas Artes a quienes en un “aquí te pillo, aquí te mato” le abordamos en una improvisada rueda de prensa.
¿Cómo voy a negarme a sus preguntas si yo me paso la vida preguntando?, dijo sin dejar de sonreír y respondió a cuatro o cinco.
La primera, en relación con sus principescos orígenes pues la escritora, nacida en París en 1932 y ciudadana de México desde 1941, es descendiente directa, así lo confirma su nobiliario título, del último Rey de Polonia, Estanislao Augusto Poniatowski…
– Una no elige dónde ni en qué entorno nace. Se me ha llamado con notable maldad por algunos de los sectores de la derecha más cerrada la «princesa roja». Ni le hago caso ni le doy importancia. Soy una escritora y periodista o una periodista y escritora sin etiquetas. Eso me siento.
(Poniatowska lleva más de 50 años compaginando literatura y una forma de periodismo muy enraizada en lo social. Su voz como informadora adquirió dimensión universal en 1968 tras sus reportajes sobre la matanza de estudiantes en la plaza de las Tres Culturas de México DF, que más tarde se editaron en libro como La noche de Tlatelolco)
Tengo una inclinación natural hacia las causas de las poblaciones más desfavorecidas. En 1959 informé sobre los ferroviarios encarcelados en mi país; en el 68, sobre los movimientos estudiantiles que desembocaron en aquella horrible matanza que se cobró la vida de más de 200 personas; en 1985 acusé al gobierno de desinterés y corrupción cuando, tras el terremoto de DF, dejaron que se derrumbaran los hospitales y las escuelas. Más tarde me centré en el movimiento zapatista…
¿Cómo compagina estos dos quehaceres, el periodístico y el literario?
Como puedo. Es verdad que cada vez lo creativo me ocupa más tiempo. Un tiempo que le robo al periodismo. Entre un trabajo y otro hay claras diferencias. En el periodismo tienes que tener los pies en la tierra. Hay que escribir todos los días y hay que atenerse a normas muy estrictas que comienzan por sujetarse a eso del qué, cómo, quién, cuándo y dónde. La creación literaria es mucho más abierta, más libre si se quiere. Una es libre de ir por donde quiere y, al crear, nos enfrentamos a un desafío. Un ejercicio que, en sí mismo, supone una aventura de límites muy amplios.
Cuándo escribe, ¿disfruta o padece?
Buena pregunta de imposible respuesta. Siempre he dicho que no me enamoro de lo que escribo. No vuelvo sobre ello. Además tiendo a escribir muy largo. A veces escribo casi mil páginas de un libro que, tras los recortes necesarios, se queda en un texto que no alcanza las cuatrocientas. Pero no me cuesta nada recortar.
Dicho esto, escribir es mi modo de estar y sentirme viva. Mi forma de andar por el mundo.
¿A qué personaje español admira?
Hay muchos, pero si tengo que citar a uno digo que Luis Buñuel. Era un genio con un enorme corazón. Ya he contado que tuve con él una amistad verdadera. Una gran admiración. Él vivía en una casa grande (que ahora es su Museo) en la que hacía mucho frío. Yo de vez en cuando le llevaba leña.
(Hablando de leña, al recibir el Premio Alfaguara la escritora contó que una vez, en Chiapas, se encontró con un campesino montado en un burro. Le seguía, andando, su mujer, que iba cargada con un gran hatillo de leña. Inocente, le preguntó al hombre que por qué la mujer iba andando. Simplemente, el campesino le contestó: “Pues porque ella no tiene burro”).
Concluyendo su comentario sobre Buñuel, Poniatowska recordó: Hablábamos tardes enteras y el mostraba su preocupación por el mundo y por los que en él vivíamos. Era una personalidad irrepetible de la que nunca me canso de hablar.
(Apremiada por un compromiso de última hora y un avión que no esperaba, tuvo que marcharse. Se disculpó entre sonrisas y prometió que la próxima vez tendría más tiempo. Le han dado el Cervantes 2013: sigue sonriendo.)