Digo esto no por otorgar un artificioso boato al trabajo que aquí realizo, con toda la humildad del mundo, sino como preludio a una veleidad con la que no me había encontrado nunca, hasta ahora. Las desapariciones de Hilario J. Rodríguez (Newcastle Ediciones) [1] es una obra inclasificable, de la que no tengo muy claro qué decirles, pero sí qué sensación pretendo despertarles. Pero vayamos paso a paso.
Siguiendo los métodos de la medicina forense, empezaré por lo observable a simple vista: se trata de un pequeño libro, editado con mimo, que entrelaza imágenes (a todo color, como se decía antiguamente) con palabras escritas a través de seis capítulos dispuestos como seis piezas independientes, que conforman un todo. Y hasta aquí lo concreto.
Las desapariciones, que cabe en un bolsillo de pequeñas dimensiones, es un artilugio descomunal. Esta obra, que no creo que podamos adscribirla estrictamente a la categoría de ensayo (aunque no lo parezca, algo de ficción hay en ella), es un alarde de erudición y habilidad de su autor: rezuma sapiencia con mucho sentido (con toda su polisemia) y está milimétricamente ensamblada.
Hilario J. Rodríguez posee una agilísima prosa con la que nos arrastra a lo más profundo de sus divagaciones sobre el mundo del arte desde una perspectiva única y diferente. Lejos de caer en la petulancia o la banalidad, el autor primero traza, luego dibuja, para terminar aplicando color sobre seis piezas maravillosas que precipitan al lector a un análisis aparentemente sencillo de lo complejo.
Me sorprende, por ajena y emocionalmente provocativa, la alquimia cerebral de Rodríguez para hilvanar magistralmente acontecimientos sin conexión posible: de su propia biografía a hechos sucedidos hace siglos en la otra punta del planeta, de artistas y obras consolidadas en el canon de la historia a los representantes más crudos de la escena contracultural. Sin solución de continuidad, despliega todas sus artes para tejer un relato capaz de hacer convivir con total naturalidad el despiadado asesinato de un niño en el Reino Unido con James Ellroy, la Teherán del Sah Pahleví, el marginal Henry Darger y la cultura popular (Han Solo o Thom Yorke, por citar a algunos); todo ello salpicado por inspiradoras imágenes (bravo por la valentía de la editorial) que abren la puerta al lector a una comunión intima con el autor.
Pocas cosas pueden ser más ilustrativas para mostrar el ánimo que levantó en mí Las desapariciones que haber tenido la tentación de preguntar a Rodríguez por su obra, su motivación, su significado, sus imágenes… Algo que me rondó con insistencia en las postrimerías de su lectura, pero a lo que, por suerte, no sucumbí. De haberlo hecho, esta reseña seguro que sería más rica, pero también menos honesta.
Precisamente abría con una breve disertación (o quizá perorata) sobre qué ha de ser una reseña. Vuelvo sobre ello para acabar. Si es cierto que el objetivo de toda crítica es transmitir aquello que evoca o sugiere la obra analizada (la reseña que se limita a resumir no es más que una mera sinopsis), espero haber sido capaz. Por supuesto, también de incitarle a su lectura. Porque Las desapariciones me ha conmovido profundamente, evocando y sugiriendo; y aunque todavía no sepa muy bien qué, estoy seguro de que debe estar estrechamente ligado con eso que los japoneses llaman el mono no aware.