Ni cada generación lo hace peor que la anterior ni vamos camino de la destrucción total por culpa de la revolución digital y su efecto sobre la educación. Dicho esto, sí vivimos un momento bastante único, un verdadero cambio de era frente al cual los padres pueden adoptar dos maneras de afrontarlo. Una es pensar en lo que no quieres que pase entre tu familia y las pantallas. La otra es pensar en lo que sí quieres que pase entre tu familia y las pantallas. Esta última, menos censora y quejica, requiere tiempo, ganas y buena información, como la que proporciona María Zabala (Madrid, 1975) en Ser padres en la era digital. Un libro tan bien surtido de reflexiones, ideas y consejos como incómodo cuando viene a recordarnos cosas que leídas pueden parecer obvias pero que tendemos a olvidar con facilidad. Por ejemplo, que ni todos los niños con móvil son adictos ni todos los que no lo tienen carecen de problemas. O que si nos irrita la actitud tan pasiva de los peques cuando se entretienen es porque antes no hemos pensado que fue nuestra comodidad la que nos llevó a elegir las pantallas como niñeras para casi todo, desde su uso para que coma calladito a que nos deje cenar tranquilos en el restaurante.
Pero no se asusten. El objetivo de Zabala no es leernos la cartilla. Todo lo contrario, su trabajo –en las redes, en su web, en sus colaboraciones, talleres y conferencias–, es, siempre en positivo, una invitación a “preocuparnos un poco menos y ocuparnos un bastante más en todo lo que tiene que ver con nosotros, nuestros hijos, la tecnología y la conectividad”. Como aclara la propia autora, ocuparse de la tecnología que rodea a nuestros hijos no supone formarse con urgencia en informática, pero sí dedicarle un poco de tiempo al asunto para tratar de entender el contexto digital, acercarnos a su realidad de vez en cuando incluso con interés, no dejar nunca de predicar con el ejemplo o incorporar el potencial y las oportunidades de la tecnología y no solo sus riesgos a las conversaciones en casa. Todo con mucho sentido común porque “las competencias más necesarias para tus hijos siguen siendo las analógicas”.
El grueso de la obra es un repaso exhaustivo a cuanto resulta importante en la educación digital que pueden dar las familias: el acceso a la tecnología (“como con los cuchillos, el acceso de nuestros hijos debería ser gradual”), los buenos hábitos digitales (“lo primero es estar pendiente de cómo está tu hijo adolescente fuera de Internet”), la toma de decisiones (“pero sin rasgarnos las vestiduras: se aprende también de las equivocaciones y no debemos buscar la perfección constante, ni nuestra ni de nuestros hijos”), el impacto sobre la salud (“sabemos que los efectos de la vida digital en nuestra salud tienen más que ver con las personas que con las pantallas”), la autonomía progresiva que les lleva a las redes (“sobre las cuales necesitamos construir más conversaciones y dar menos sermones”) o el buen comportamiento y la obligación paterna de “no desentendernos de la conducta de nuestros hijos en el mundo digital ni dejarlos creer que todo lo que suceda en Internet será siempre responsabilidad de otros”.
De la lectura del libro salimos con la idea de que si bien los peligros de la jungla digital no hay manera de erradicarlos, la mejor manera de afrontarlos no es poniendo puertas al campo, sobreprotegiendo o prohibiendo, sino, dicho de forma muy resumida, trabajando la comunicación familiar sobre los aspectos más chulos y por supuesto también sobre los más feos de este nuevo mundo que, no lo olvidemos, ya no es solo analógico y afecta a todas las edades.
Apocalípticos e integrados es el título de un ensayo de Umberto Eco publicado en los años sesenta. En él describía cómo los primeros se oponían rotundamente a la cultura de masas que traían consigo los medios masivos de comunicación y cómo los segundos defendían las bondades de ese fenómeno. El mundo digital se llevará por delante a los apocalípticos, incluso a los que presumen de aguantar a estas alturas sin móvil. Al resto, a los integrados, nos queda mucho por aprender, por ejemplo, a ser mejores padres en esta nueva era. Felizmente este libro ha llegado para echarnos una mano.