Pálida, delgada hasta casi la transparencia, su imagen quebradiza -menos de 50 kilos y poco más de metro y medio de altura- no casaba con la sólida escritora que a través de un largo puñado de crónicas y libros directos al corazón enganchó a millones de lectores. Y nos atrapó para siempre.
Como han repetido en estas horas los informativos de todo el mundo, eso que se ha dado en llamar el Nuevo Periodismo no se concibe sin la autora de El año del pensamiento mágico. Utilizando técnicas narrativas afines a la novela, ella y otras figuras como Tom Wolfe o Gay Talese le dieron la vuelta a las cosas y establecieron una forma nueva, más literaria y subjetiva, de plasmar lo que los periódicos publicaban. Fue así. Como lo es que, en su caso, esa limpieza estilística no fue siempre bien entendida.
Conviene decirlo en honor y memoria de quien tuvo que lidiar con crudas críticas provenientes desde ámbitos que nunca acabaron de entender que metiera mano y pluma en realidades incómodas, como el consumo de drogas en el movimiento hippy, por ejemplo, que, como ella desveló, no era infrecuente entre personas muy jóvenes; niños o casi niños. O su visión sobre el asesinato de la actriz Sharon Tate, sobre el papel en la América de los 60 de los Panteras Negras, la intervención de su país en Vietnam, el Watergate, la comunidad cubana exiliada en Miami o el conflicto de El Salvador.
Molestaba a no pocos su mirada sin ataduras. Su personal visión sobre situaciones marcadas por la violencia en las que, alejada de tópicos e ideas establecidas, volcaba “lo que veo. No invento nada que no haya tenido ante mis ojos. A menudo la realidad es así de turbia”.
Muy vinculada al cine como crítica y guionista, hace sólo tres años su sobrino, el actor Griffin Dunne, firmó un excelente retrato sobre su figura en el documental El centro cederá, en el que ella participó tan activamente como lo había hecho en películas como Pánico en Needle Park, Según venga el juego o Ha nacido una estrella, labor que realizaba en colaboración con su marido John Gregory Dunne, el hombre que tras cuatro décadas juntos, cayó desplomado mientras cenaba el 30 de enero de 2003, sólo veinte meses antes de que también se fuera a los 39 años como consecuencia de una pancreatitis su hija Quintana Roo. Como se ha recordado en estos días, de esos dos mazazos surgirían El año del pensamiento mágico y Noches azules, dos inolvidables cantos a lo que queda tras la pérdida de un ser querido.
Acaba el año envueltos en el mágico legado de una mujer que siempre se preguntó qué sucedería “si algún día no logro encontrar las palabras que funcionen”. No se dio el caso. Siempre funcionaron. Las suyas y las que asumió como suyas haciéndose eco recientemente de las del biólogo chileno Humberto Maturana: “El amor, o si no queremos usar una palabra tan fuerte, la aceptación del otro junto a uno en la convivencia, es el fundamento biológico del fenómeno social; sin amor, sin aceptación del otro junto a uno no hay socialización y sin socialización no hay humanidad. Cualquier cosa que destruya o limite la aceptación del otro junto a uno, desde la competencia hasta la posesión de la verdad, pasando por la certidumbre ideológica, destruye o limita el que se dé el fenómeno social, y por tanto lo humano, porque destruye el proceso biológico que lo genera”.
Buen mensaje para encarar el 2022 que tenemos encima.