En Pero hermoso, el escritor Geoff Dyer (Cheltenham, Inglaterra, 1958) nos regala su personal y literaria visión de ocho leyendas del jazz admitiendo que en sus semblanzas hay tanto de “crítica imaginativa como de ficción”. Estamos ante una obra originalísima construida paradójicamente a partir de una colección de estampas que no se deja ni un tópico en el tintero: las drogas, las deudas pendientes, los ajustes de cuentas, los comportamientos anormales, la discriminación racial, las humillaciones… Los protagonistas de Dyer inundan literalmente las páginas de El canon de Gioia (Palo Alto, EE.UU., 1957), músico e historiador estadounidense, cuyo repaso abarca, también desde el análisis técnico y la debilidad personal, 250 temas imprescindibles del repertorio estándar.
A continuación una posible «sinfonía» en cuatro movimientos, entre muchas posibles, con la ayuda de dos libros muy disfrutables que enseñan a moverse con criterio por este mapa de los tesoros.
Si cabe entender el jazz como la búsqueda de un sonido propio que te distinga de inmediato de los demás, entonces pocos sonidos más personales e inconfundibles que el del saxo tenor de Ben Webster. De él escribe Dyer que “tocaba baladas tan lentas que se oía el peso del tiempo cayéndole encima. Cuanto más lento tocaba, mejor: había tenido una vida larga y necesitaba meter muchas cosas en cada nota”. También apunta que “en ocasiones simplemente lloraba con el saxo, de modo que incluso cuando tocaba algo sencillo y bonito podía partirte el corazón”.
Sirvan para ilustrar las líneas anteriores My one and only one, de Guy Wood, uno de los temas diseccionados por Gioia en su libro: “¿Quién iba a pensar que un compositor inglés que hacía canciones para el programa de televisión infantil Capitán canguro podría crear una balada tan majestuosa?”. He aquí la versión de 1954 del disco que el rollizo saxofonista grabó con el pianista Art Tatum, una joya donde la parsimonia del primero hace el mejor maridaje posible con las veloces carreras de Tatum por el teclado.
Y de un saxo a un piano, el de Monk, el de Thelonious Sphere Monk. Suyos son el nombre, las pintas, las maneras y las composiciones más originales de la historia del jazz. Fascina por igual a Gioia y Dyer. Este último recuerda que técnicamente era un intérprete limitado cuya falta de técnica nunca le supuso problema alguno. “No se le ocurría nada que quisiera hacer y no pudiera. Tocaba cada nota como asombrado por la anterior (…) A veces parecía que la canción acababa del revés o que se había construido toda ella partir de errores”. Y escribió “errores” maravillosos como Round midnight –que debe de ser lo más parecido a aprender las vocales del jazz para empezar leer o escribir con propiedad–, Blue monk, Straight, no chaser, Bemsha swing, Epistrophy o Misterioso.
En esta grabación del año 1957 de su Blue monk puedes sumarte al resto de alucinados testigos que rodean a Thelonious mientras éste busca las teclas que, a su inconfundible modo, ha decidido golpear.
El contrabajo en este combo lo pone Charles Mingus. Dyer pone el foco en las malas pulgas que podía gastar (Menos que un perro se titulan sus memorias). “Nadie aguantaba a Mingus y Mingus no aguantaba nada ni a nadie”. Pero ni su duro pasado ni su carácter difícil, ni su corpulencia impedían que luego pellizcara las cuerdas de su instrumento “con la misma delicadeza que una abeja posándose en los pétalos rosas de una flor africana que creciera en un lugar donde nadie hubiera estado todavía”. Tocaba el contrabajo pero en realidad, aclara Dyer, buscaba músicos que dieran una versión de él en diferentes instrumentos.
Enorme compositor, escribió una pieza al enterarse de la muerte de otro de los héroes del libro de Dyer: un homenaje al saxofonista Lester Young… a y su sombrero. Goodbye pork pie hat está escrita en 1959, el año que –y esto parece que está científicamente demostrado– se parieron más obras maestras por metro cuadrado en la historia del jazz, sin ir más lejos el año del Kind of blue, de Miles Davis. Para Gioia, con este tema de Mingus, que luego han versionado artistas ajenos al jazz como la cantante Joni Mitchell, que además le puso letra, o el guitarrista Jeff Beck, estamos ante “una composición que suena marcadamente vanguardista y a la vez tradicional en grado sumo”. Cuatro años antes de fallecer, Mingus hizo esta interpretación en Montreaux en compañía del saxo barítono de Gerry Mulligan.
Y la voz de este Dream Team la trae Chet Baker, el tipo que, en palabras de Dyer, conseguía “extraer la maltrecha ternura que escondían todas esas canciones viejas”. Afirma Dyer que Baker regresaba a ciertas melodías como hacía con algunas mujeres. “Había dejado a tantas mujeres que a veces se preguntaba si no sería eso lo que les atraía de él: el saber que las abandonaría. Ser completamente egoísta, indigno de confianza, informal… y vulnerable; era la combinación más atractiva del mundo”.
Al hilo de esto puede estar bien traída una de sus canciones fetiche, I fall in love too easily. Compuesta por Jule Styne y Sammy Cahn, resulta ideal para apreciar esa vertiente –voz y trompeta– tan introspectiva y tierna de Baker. Nos recuerda Gioia que el tema, baladón cantado por alguien que no tiene a quien cantárselo y que uno entona para sí mismo, lo estrenó Frank Sinatra sentado al piano y vestido de marinero en la película Levando anclas del año 1945. Con la versión de Baker despedimos este concierto.