Cuando Enric González se decidió a escribir sus Historias del calcio, sus crónicas de la liga italiana, justificó la oportunidad porque hacerlo le iba a permitir hablar de las tragedias del Torino, la arrogancia de la Juventus, la locura de la Roma, los disparates del Inter, las aventuras de Silvio Berlusconi… ¿Es una hipérbole creer que el fútbol argentino en general y cuanto le rodea aúna todo eso y más en dosis incomparables: tragedia, arrogancia, locura, disparate, aventuras…? Pues lo mismo va a ser que no.

Precisamente es González el responsable del prólogo de Puro fútbol que reúne todos los cuentos sobre el tema del humorista gráfico e hincha del Rosario Central, Roberto ‘El Negro’ Fontanarrosa (1944-2007). Puro fútbol y puro talento para retratar como nadie la intensidad con que toda Argentina (ojo, esto puede que sí sea una hipérbole de verdad, que alguno habrá que el balón le traiga sin cuidado), con que toda Argentina, decía, vive este deporte, el delirio que despierta cada dos por tres. Además Fontanarrosa lo hacía con tremendo sentido del humor -fue colaborador de Les Luthiers- y casi siempre sin renunciar, en gran medida, a la lengua de la calle, incluida su versión más salvaje; así leemos en pocos párrafos de uno de los cuentos, casi sin interrupción, primero la referencia a la concha de su madre, luego a la puta que lo parió y unas líneas después a la concha de su madre puta.

Ahora en España cualquier intelectual se adorna con alguna columna futbolística, pero hace medio siglo pasaba lo contrario. En esos años, los setenta, Fontanarrosa ya había publicado sus primeros cuentos, en los que el ingenio divertido era la norma. En ellos nos hablaba de la importancia de los nombres de los jugadores si queremos retransmitir algo con fuerza. “Tienen que llenar la boca, atragantarla, que se los pueda masticar, escupir, como puede ser digamos Marrapodi”. Y un ejemplo en el extremo opuesto: “¿Cómo puede haber un arquero García por ejemplo, García, qué se va a decir?, volóóó García, si queda en la boca esa sensación desierta y adormecida de cuando uno come pastillas de menta, volóóó García, qué mierda va a volar ese boludo. Que se queda parado para eso”.

A Fontanarrosa se le adjudicaba esa frase de “qué me importa lo que Maradona hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”. Tiene un cuento titulado Lo que se dice un ídolo que habla, en cambio, de lo importante que es una vida, una actitud, una manera de ser imperfecta en la cancha y fuera de ella. Porque si se quiere ser un jugador perfecto para la afición no se debe olvidar que esa misma afición necesita tener algo en común con su dios vestido de corto, alguna cosa con la que identificarse. Y ahí la perfección no cabe.

En el corazón de esta recopilación localizamos 19 de diciembre de 1971. El título recoge la fecha real de la semifinal de Copa entre los dos equipos de Rosario, Central y Newells. Al relato se le conoce también como El viejo Casale y es absolutamente inolvidable. Nadie ha contado mejor el ambientazo previo a una gran cita, la irrupción sagrada de las supersticiones y, ligado a esto último, el miedo a perder que tenemos cuando una victoria nos ilusiona especialmente. Y encima es emocionante hasta decir basta. Narrado como si fuera esa historia que los amigos te piden en una sobremesa tras una comida bien regada y que has contado tantas veces que lo has ido perfeccionando. Qué no pasara ahí que casi te crees al narrador cuando dice que “hay partidos que no podés perder, tenés que ganar o ganar. No hay tutía. Entonces si a mí me decían que tenía que matar a mi vieja, que había que hacer cagar al presidente Kennedy, me daba lo mismo, hermano”. Es un cuento entre grandes cuentos que vale el libro, que tiene su propia entrada en la Wikipedia y al que aun así merece la pena llegar virgen.

Morir de cine se llama uno de los libros de José Luis Garci. Y tiene todo el sentido titular así cuando algunas películas representan para su autor acontecimientos vitales de primer orden. Huelga decir que cualquiera de los libros futboleros que firmó Fontanarrosa podían haber llevado por título Morir de fútbol. Por cierto, se puede morir de fútbol aunque sea en una ficción. Benditas hipérboles.

Puro fútbol. Todos sus cuentos de fútbol

Roberto Fontanarrosa

Editorial GeoPlaneta

224 páginas

18,95 euros

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