En el eje de aquel Brasil de fantasía mandaba otro Sócrates, no aquel que condenado a muerte había sido envenenado con cicuta 25 siglos antes. No el Sócrates que habitó la Atenas del conocimiento, aquel que inculcó a quien le quiso escuchar la comprensión objetiva de los conceptos de justicia, amor y virtud. Aquel que relacionó bien y conocimiento para llegar a la conclusión de que actuar con justicia es colocarse del lado del saber y la razón. Fuente sabia en la que tantos bebieron, Platón también y, a través de él, Aristóteles.
El mejor equipo
Hoy hablamos del otro, de aquel en torno al que gravitaba el quehacer del que no pocos consideran el mejor equipo de fútbol que los tiempos vieron. Otro Sócrates, ese que ahora, a los 57 años, acaba de decirle adiós a todo esto.
Al margen del saber que confería a sus míticos taconazos o a la portentosa dimensión que adquiría una bola entre sus desproporcionados pies, -medía uno noventa y tantos y calzaba un 37-, acaso chirríe la presencia de este “otro” en un espacio en el que, se supone, debería hablar de libros… Sin embargo no hay sinrazón alguna pues este otro, el que acaba de marcharse víctima de una bacteria, fue también y a su modo hombre de saberes y libros, un intelectual consolidado, lo que a todas luces no ha sido lo habitual en el mundo monocorde de los balones.
Culto y demócrata
Doctor en medicina, Sócrates Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, popularmente conocido como Sócrates y tenido por los que entienden como uno de los mediocampistas más elegantes de la historia, era un hombre culto, demócrata y beligerante que se declaraba lector compulsivo y que defendía, como lo había hecho el filósofo en la Atenas del esplendor, que el conocimiento lo es todo, o casi, y que el sentido común es el mejor de los sentidos.
Por eso ahora, cuando han llegado noticias de su ausencia, nos han venido, mezcladas con el inolvidable discurso de sus pies, aquellas palabras que, tras la durísima batalla perdida en Sarriá frente a Italia, plasmó ante un micrófono: «Quien ha demostrado que sabe, no puede sentirse derrotado. Hemos hecho bueno aquello de que lo importante no es jugar para ganar, sino para ser recordados».