Poeta, narrador, ensayista y traductor, la imagen de José Emilio Pacheco (Ciudad de México 1939-2014) era la de un poeta humilde. Cuando recogió el Cervantes en 2010 hizo un comentario sobre que se le considerara uno de los mejores poetas latinoamericanos. “Pero si ni siquiera soy uno de los mejores de mi barrio. ¿No ven que soy vecino de Juan Gelman?”. Los dos vivían en el barrio de la Condesa, en el DF. El poeta argentino se adelantó unos días a su amigo. Falleció a los 83 años el pasado 14 de enero.
Pacheco estudió Derecho y Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue traductor de autores ingleses (Tennesse Williams, T. S. Eliot, ETC.), colaborador de prensa, ensayista (El derecho a la lectura, 1984; La hoguera y el viento, 1994), escribió cuentos como La sangre de Medusa (1955), El viento distante (1963) o El principio del placer (1973) y novelas como Morirás lejos (1967) y Las batallas en el desierto (1981).
Pero su género fue, sobre todo, la poesía. Pacheco fue sobre todo un poeta. Gran parte de su obra poética está recogida en el volumen Tarde o temprano (Poemas, 1958-2000), editado por el Fondo de Cultura Económica.
Vasto acervo cultural
José Emilio Pacheco contaba con un vasto acervo cultural y literario. Una inmensa formación, empero, que no redunda en la expresión barroca ni en la pomposidad verbal, sino en la sencillez de la palabra llana y en un mensaje estremecedoramente humano.
Sus inicios fueron buena prueba de su rigor y humildad. Al contrario de lo que suele ser habitual, no ensayó la lírica primero para luego trabajar la prosa, sino que sus escritos inaugurales fueron cuentos y otras narraciones, aun cuando asegura que la poesía formó parte de su vida casi desde que nació. Toda su obra es fruto de una inmensa erudición y de una incansable inquietud por los avatares de su tiempo, de lecturas de los clásicos y de los diarios mexicanos.
“Si hubiera podido no escribiría”, afirmó Pacheco en una oportunidad. Pero ha escrito, y mucho, y con una exigencia tal, que en ocasiones ha revisado años después de publicados sus libros anteriores, y mientras tanto siguió ofreciendo nuevos textos, en verso o en prosa, siempre lúcidos y de gran cuidado formal.
Los elementos de la noche, de 1963, es su primer título publicado, y en él ya se esbozan los que serán sus dos grandes temas literarios: la dolorosa fugacidad del tiempo y el sufrimiento terrenal. Más tarde, en 1966, en una época convulsa para toda América Latina, Pacheco manifestará su compromiso político y social en su libro En reposo del fuego, en el que muestra que no renuncia a la acción ni a la condena.
Amplia obra
Sin embargo, tan amplia es su obra y tan variadas sus inquietudes, que también dedicó libros enteros a temas menos terrenales, como Irás y no volverás, de 1973, en el que prosigue la línea emprendida en No me preguntes cómo pasa el tiempo, y en el que ya desde el título se anuncia una larga reflexión lírica sobre la muerte.
Otros libros posteriores serán Islas a la deriva, de 1976, o Desde entonces, de 1979, en el que el autor realiza una revisión crítica de su obra y de las ilusiones del pasado. Su pesimismo aumentó en los años siguientes, no sólo por el desencanto de la edad, sino por otros hechos atroces que le tocó vivir, como el terremoto de ciudad de México, de 1985, y que influyó en Ciudad de la memoria, de 1989, o en El silencio de la luna, de 1990, que fue reconocido con el Premio Asunción Silva al mejor libro publicado entre 1990 y 1995, y en el que aparece una visión desalentada frente al poder y la destrucción salvaje.
Si la voz poética de Pacheco es una de las brillantes de su generación, no menos importante es su obra narrativa, que incluye libros como Morirás lejos, de 1967, o la genial novela corta Las batallas en el desierto, de 1981, un libro magistral en su brevedad, intenso y emotivo, que evoca su infancia mexicana y muestra la niñez como una etapa de descubrimiento y heroicidad, pero en el que se encuentran ya las resonancias del desastre y las miserias del futuro mundo adulto.
Su obra, tan amplia y excelente, tan alabada por la crítica como por sus muchos miles de lectores, fue reconocida con los más distinguidos galardones de las letras mexicanas y españolas: el Premio Xavier Villaurrutia, en 1973; el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso, en 2001; el Premio Internacional Alfonso Reyes, en 2004 o el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, en 2009, entre otros muchos.