Le sonrió desde la inteligencia chispeante de sus ojos a comprometidas situaciones este hombre que ayudó con tenacidad, mediante el envío incluso de alimentos y ropas, a la viuda y al hijo de Miguel Hernández cuando este permanecía encarcelado. Quien asumió riesgos notables, en una época en que se la jugaba quien lo hacía, y nunca se arredró, la sonrisa siempre por delante, ante torvas amenazas.
El ser que semiexiliado primero en Cambrigde y después desde la Sociedad de Estudios y Publicaciones del Banco Urquijo en la madrileña Casa de las Siete Chimeneas, tendió manos decisivas a huidos de dentro y fuera del país, a catedráticos desterrados, a intelectuales víctima de represalia. Siempre lo llevaron en la estima y el reconocimiento quienes como Zubiri, Bergamín o Julián Marías tuvieron en él a un cómplice comprometido.
Soy un poeta que tiene
la voz temblorosa, y no sabe
qué clase de luz se le viene a las manos,
y cómo disponerla, y decirles
a los demás la clase de luz
que se le viene de pronto, sin saberlo, a las manos.
Entre tantas memorias
Ha muerto ahora en su casa de Antequera dejándonos solos frente a unos versos que hablan de las cosas grandes en términos humildes: Entre tantas memorias como me trae el río, /entre estos viejos muros y estos olivos viejos, /te he llevado lo mismo que una bandera joven,/oh amor, que en lo más hondo de mi sangre te siento./Tengo los ojos, ¿cómo? Ya tanto te han mirado/que apenas te conocen. Ahora empiezan de nuevo.
Había nacido en la misma vega malagueña que le vio partir. Antes de ese último trayecto llevaba tres años recluido, esperando, definitivamente herido desde que su mujer falleciese. Poco amigo de los homenajes, rechazaba la idea de los que, con motivo de su siglo, se le avecinaban y así, sin ruido, optó por el boicot negándose a ingerir alimento alguno hasta que se agotaron sus escasas energías.
A lo de siempre vuelvo
Ese lugar, la Casería del Conde, su casa en el campo, vio a lo largo de décadas las idas y venidas de este viajero contumaz que siempre acabó por regresar a su viejo sillón; a su mesa camilla: A lo de siempre vuelvo desde siempre:/a la mano primera y a la casa,/al mayo de celindos y gayombas,/a las ruedas del tiempo en los umbrales/tras la paz albergada, a aquellos ojos/ de ternura conmigo, a los silencios/escogidos.
Vieron esas paredes surgir de sus manos algunos de los poemarios más lúcidos y originales: Las cosas del campo; Objetos perdidos; Las musarañas; Cantos a Rosa; Rayo sin llama; Las sombras…
Me dicen que estamos incomunicados / y se me ocurre qué quieren significar con eso, / cuando resuena la soledad / y gime dentro algo que le responde. / Como un vacío resonante por dentro; / no está oscuro /ni tienen sentido lo oscuro y la luz, / es otra cosa / la poesía debe de ser así, /un resonar en lo interior, / un balbuceo que cuando se traduce en palabras/ocurre el milagro / y se multiplica el pan y los peces, / y gime algo por dentro.
Le vieron las paredes y los años cruzar generaciones poéticas (fue amigo de casi todos los clásicos que conformaron la del 27); la guerra civil y las dos mundiales; dictaduras y democracias y hacerlo desde un espíritu crítico, sin fanatismos, con inteligencia, decisión y comedimiento.
Las palabras tienen sentido
Desde esas ventanas, en definitiva, sus ojos observaron el campo y el mundo. Los hombres y sus cuitas. El inmenso valor de la palabra: Las palabras tienen sentido/o no tienen sentido. / Hay sí, como el reflujo de algo / que interiormente / llama y vuelve a llamar, / se silencia y queda en silencio. / La estela no tiene más que nombre, / la profundidad no se ve a sí misma, / el temor no cesa, y excava, / se adelgaza la esperanza por la que vivimos.
Firme impulsor de la idea de España como parte activa y esencial de la Unión Europea, dos ejemplos ilustran el valor de su mano y de su empeño: la financiación del trabajo de investigadores españoles con el grupo de historiadores que en el Nuffield College de Oxford dirigía Raymond Carr, y la colaboración, durante más de 10 años, con el Europa Collegium de Brujas, creado por Salvador de Madariaga.
Como queda apuntado, hace ya algún tiempo que esperaba el final. Lo hacía con la serenidad que otorga quien ha hecho mucho y mucho deja. Había escrito una y otra vez metáforas al respecto:
Y el cielo está impasible, preparándose. Y apenas oscurecido, con las últimas luces y las primeras estrellas, invisible, sobre la tierra inerme, sobre la plantilla recién despuntada, sobre la flor que se adelantó y el caminante retrasado, sobre las aves, comenzará a caer la helada.
Así se fue. Casi un siglo en un soplo. Lo dejó dicho:
Hoy ya que sólo queda la sombra y el recuerdo…/Hoy ya que sólo llevo tantos pozos a donde/si me asomo, contemplo las cosas que me miran,/la mano vieja, el tacto, la estancia grande y clara,/el silencio y la voz cantándome tranquila/mientras me voy perdiendo sueño adentro.
Que sueñe en paz.