Su amor a la historieta, tan promiscuo y libre de prejuicios, donde caben el manga, las tiras cómicas antiguas o los superhéroes, es tan genuino como las ganas de compartir sus hallazgos para felicidad de sus fieles seguidores. Seguidores que buscan su punto de vista en revistas y periódicos, en las redes sociales o en su añorado blog La cárcel de papel, apetecible prisión que desde hace tiempo su alcaide ya solo actualiza en enero para seleccionar lo mejor del año y que tiene una excelente antología en versión impresa editada en 2017.
Este mes se celebraron en Barcelona las primeras jornadas sobre Cómic y Salud y a finales del que viene tendrá lugar en Zaragoza la segunda edición del Congreso Medicina Gráfica. Aunque la especialidad de Pons son las clases de Física en la Universidad de Valencia, no se nos ocurre nadie mejor que él -en coherencia con lo afirmado más arriba- para analizar el fenómeno creciente de los tebeos testimoniales que describen la vivencia de una enfermedad, que retratan y reflexionan sobre problemas de salud, del VIH al cáncer de mama pasando por la depresión o el autismo.
Álvaro nos recibe griposo y no nos resistimos a preguntar. ¿Hay cómic concreto sobre la gripe? “Pues hay uno de Spiderman, donde éste pilla la infección y se queda sin fuerzas para nada”.
¿Cuándo empieza a cobrar cierto protagonismo una enfermedad dentro de una historia contada en viñetas?
Pues desde prácticamente los años setenta, e incluso desde antes porque en Japón el papel principal de Black Jack de Osamu Tezuka es para un médico. Quizá la diferencia fundamental se produce cuando aparece Binky Brown meets the holy virgin de Justin Green en los primeros años setenta; aquí ya el autor es el protagonista y el que habla en primera persona de su propia enfermedad. Eso ya marca un cambio de rumbo respecto a lo que es el tratamiento de una dolencia en el tebeo.
Dicho esto, el fenómeno logra una mayor proyección a partir de este siglo. Desde el 2000 coinciden un montón de obras que tratan patologías. Posiblemente el referente más claro es Epiléptico. La ascensión del gran mal de David B, que abre el siglo con su tratado de la epilepsia. Junto con Píldoras azules de Frederik Peeters, inicia en Francia el movimiento de medicina gráfica, pero personalmente creo que Epiléptico es además la primera obra maestra del siglo XXI en el cómic. Es absolutamente extraordinario por muchísimas razones. No solo por el tema que aborda sino por cómo lo desarrolla. Gráficamente es una obra que ha influido mucho a todos los que han venido detrás. Autoras como Marjane Satrapi y su Persépolis no existirían sin este libro de David B. En España ese impacto lo consigue Arrugas de Paco Roca que marca, sin duda, un antes y un después.
Un hito del tebeo español.
Claro, Arrugas tiene mucha importancia en España más allá del propio tratamiento que hace del Alzheimer. Es el segundo premio nacional que se concede en nuestro país y posiblemente la primera obra desde un punto de vista mediático que viene a confirmar que el cómic es un medio que va mucho más allá de un entretenimiento para críos. Es un aldabonazo que hace ver a la gente que efectivamente el cómic es un medio, un lenguaje que puede abordar y tratar cualquier tema como, por otra parte, lo ha hecho siempre pero al que la tradición relegaba a un entorno infantil.
¿Se puede decir que Arrugas inaugura una moda?
Desde luego abre una puerta. El tratamiento de la enfermedad en viñetas se ha desarrollado de forma muy importante a partir de la obra de Roca. Contribuye a consolidar un movimiento que ya existía, el de la medicina gráfica. Define todo un camino porque rompe esa barrera de no ser solamente un libro para leer, sino que también se le percibe como un libro para apoyar. Las asociaciones de familiares de pacientes o los neurólogos ven en esta obra una herramienta, algo más que una ficción o un libro catártico. Ven en él una manera de ayudar a los que están con la gente que pasa o va a pasar por algo parecido.
Coincidió además en las librerías con otro libro importante, este sí cien por cien autobiográfico, que se adentra en el autismo, María y yo de Miguel Gallardo.
Juntos alentaron a otros a contar ese tipo de historias. Certificaron que se podían hacer y demostraron además que a la gente le interesa leer esta clase de libros.
De algún modo, rompieron el pudor a contar enfermedades o problemas personales.
Bueno, la barrera del pudor estaba rota desde hace mucho tiempo. El ejemplo más evidente de eso en España es Paracuellos de Carlos Giménez, donde relata su vida como un niño en los hogares del Auxilio Social en plena postguerra. En ella encontramos una avalancha de sentimientos personales y una desnudez clara del autor frente a sus lectores. Y es una obra del año 1977, arriesgando el todo por el todo.
¿Hay enfermedades que funcionan mejor en formato cómic?
El cómic es un lenguaje que permite contar cualquier enfermedad pero es cierto que se ha demostrado especialmente interesante en la patología mental porque hablamos de estados alterados del pensamiento. A lo mejor con las palabras es más difícil expresar ilusiones, paranoias, alucinaciones que pueden ser plasmadas mejor con dibujos y colores. Un ejemplo es, de nuevo, Epiléptico y el modo en que David B trabaja un simbolismo propio que es lo que mejor refleja por lo que está pasando el paciente en ese momento.
El cáncer también parece interesar bastante. De hace pocos años y ambas sobre cáncer de mama están Que no, que no me muero, de María Hernández y Javi de Castro, y La historia de mis tetas, de Jennifer Hayden.
Que el cáncer cada vez esté más presente en los tebeos es resultado lógico de que cada vez está más presente en la sociedad. A medida que aumente entre nosotros aumentará también en el cómic. El incremento de la esperanza de vida hace que el riesgo de cáncer sea mayor. Toca asumirlo y que no sea un tabú. Es algo de lo que hay que hablar y es muy probable que todos vivamos la experiencia. El cómic siempre ha sido un medio muy ligado a la realidad social. Nace como un medio popular que cuenta los problemas de la gente y si el cáncer es uno de ellos, lo va a tratar. Dará más visibilidad a los tumores más comunes, como el de mama.
La cuestión es que hay tebeos sobre una enfermedad que seducen a públicos que a priori no deberían tener ningún interés por dicha enfermedad.
A este tipo de comics se acercan los que padecen o les afecta indirectamente un problema de salud similar pero también a los que no sufriendo nada parecido se ven a veces atraídos por el tema con un punto de morbo.
¿Y por qué a los pacientes y a su entorno les gusta aprender o reconocer los efectos de una patología en un formato dibujado?
Porque es un lenguaje que conecta directamente con el lector. En la comunicación médica a veces se aprecia excesiva frialdad en la relación entre paciente y médico. El cómic rompe con eso. El paciente experimenta una empatía directa y se establece una relación muy rápida con lo que le cuentan.
Bueno, esa es una ventaja que aprovecha el movimiento de la medicina gráfica.
La medicina gráfica trasciende el cómic. Se centra en la comunicación entre el profesional sanitario, médico o enfermero, con el paciente y lo hace con herramientas que van más allá del cómic, con infografías, ilustraciones, guías… Del cómic se valora esa sencillez para conectar con el paciente a través de un lenguaje visual. Lo que hacen es fundamental porque todo lo que sea mejorar la comunicación con el paciente siempre es bueno. Luego hay patologías en las que la dificultad es justamente comunicarse con el paciente, caso de las parálisis cerebrales.
Precisamente la parálisis cerebral es el asunto protagonista de otra novela gráfica imprescindible Una posibilidad entre mil.
Este tebeo de Cristina Durán y Miguel Ángel Giner –y su continuación: La máquina de Efrén– es una obra fundamental sobre cómo afrontar el problema desde dentro, desde la propia familia. No es tanto un libro sobre lo que es el tratamiento médico como sobre el modo en que impacta la enfermedad en el entorno familiar. Más allá de lo emotivo que supone contar el problema terrible de una hija, es un cómic que consigue concienciar al lector que puede vivir algo parecido y también al que no está afectado. Cuentan de una manera brillantísima los problemas cotidianos, la necesidad de aprender a convivir con limitaciones que siempre van a estar ahí…
Aparte de los citados hasta ahora, ¿qué otros libros merecen entrar en ese posible canon de obras que abordan los problemas de salud desde el cómic?
Están también Un adiós especial de Joyce Farmer que toca problemas del envejecimiento, o Our cancer year, que no está traducido al español, de Harvey Pekar. Incluso tebeos que no tratan la enfermedad directamente como Lo que más me gustan son los monstruos de Emil Ferris nacen justamente de una patología. Pero no habría que hablar tanto de un canon como de una serie de tebeos indicados para casos concretos. Lo bueno es poder recomendar una novela gráfica que alivie y acompañe. Poder personalizar la recomendación igual que se hace cada vez más con los propios tratamientos médicos.