Montatore firma una biografía gráfica que está más cerca de la Georgia O’Keeffe de María Herreros [1] o el Velázquez (Las Meninas) de Santiago García y Javier Olivares [2] que de la multitud de obras que de manera un tanto lineal recrean en viñetas unos cuantos mojones en la vida de escritores, pintores y músicos. Aquí están, no obstante, los hitos que todo el mundo conoce del autor de Mortal y rosa: su irrupción en el Café Gijón, sus arrebatos en televisión, sus maestros, su adicción a la guapa gente (Crónica de esa guapa gente. Memorias de la jet, tituló uno sus libros de los noventa), el amor a la madre, el dolor por la pérdida de su hijo, sus odios de estilo (“Baroja es una portera”) o su mirada única sobre Madrid.
La clave de la originalidad que desprende el cómic está en la dedicatoria que el propio Montatore hace a su familia: “por enseñarme a amar la anécdota, el chiste, la ocurrencia, la mentira bien contada, el cuento mal aprendido, el recuerdo repetido y el recuerdo mejorado”. Cuánto de esto hizo Umbral, repetir recuerdos inventados con gracia innegable y variaciones sin fin; todo ello con una prosa incombustible, torrencial, llena de hallazgos y con la que también sabía y quería, en no pocas ocasiones, herir al prójimo.
Aunque lo que Umbral dice, piensa o le dicen en este cómic procede de una veintena de sus libros, de algunos artículos y de media docena de intervenciones televisivas, huelga decir que no es esta la obra para llegar al verdadero Umbral porque ya se encargó él, contándose en miles de páginas, de que nadie pudiera acceder a su verdad más íntima. Quizá por eso sobrecoge tanto ese momento en que, en el documental Anatomía de un dandy (2020), de Alberto Ortega y Charlie Arnaiz, le escuchamos hablando a su hijo, por fin sin máscara alguna.
En cualquier caso, el Umbral mentiroso, tramposo y pícaro es tan fascinante que no cansa y, además, como dice en el prólogo la periodista Blanca Lacasa, “el personaje es el personaje y a estas alturas conviene no desmontarlo”. Y aun así algo hay del Umbral desconocido y tierno cuando Montatore nos lo muestra con su esposa María España paseando por un jardín o en la intimidad del hogar.
¿Qué hay más previsible que la biografía de un personaje conocido? Por eso es bonito que la novela empiece con una doble página titulada “algunas verdades sobre Francisco Umbral”. Del 11 de mayo de 1932, fecha de su nacimiento, a su muerte un 28 de agosto de 2007. Entre medias, su vida infantil en Valladolid, su relación con Miguel Delibes, su matrimonio, la enfermedad de su hijo, su columna en El País primero y en El Mundo después o los grandes premios que acabaron llegando en los últimos años.
A partir de ahí entra la voz campanuda de Umbral y la imaginación exuberante y libre de Montatore para sorprender en cada página. Nada es previsible, ni en color ni en formato. Es memorable el modo en que envejece el dibujo de nuestro protagonista, las conversaciones con su yo del pasado (“la vejez es asistir al propio pasado”) o los encuentros imposibles con sus idolatrados Valle Inclán, Larra o Ramón Gómez de la Serna. Ojalá el Umbral de Montatore llegue a gente joven que de otro modo nunca se asomarían a joyas como La noche que llegué al café Gijón, Las ninfas o Memorias de un niño de derechas.