No cabe, en cambio, exclamar ¡otro tebeo sobre la Guerra Civil! Los hay y algunos son extraordinarios (Un largo silencio, de Miguel Gallardo, 36-39. Malos tiempos, de Carlos Giménez) pero ciertamente son pocos –un número ridículo en comparación– los que de manera extensa y monográfica han contado en viñetas la vida en España entre los años terribles de 1936 y 1939. En El cómic sobre la guerra civil, Michel Matly calcula que se puede cifrar en unas 500 obras la producción de historietas que de una forma u otra abordan total o parcialmente aquel enfrentamiento. Algo más de la mitad es de procedencia española. El resto se lo reparten básicamente franceses, argentinos, italianos y estadounidenses, cuya creación sobre esta materia ha rastreado de forma admirable el autor.
El ensayo, que tiene su origen en la tesis de este experto francés de la Universidad Blaise Pascal de Clermont-Ferrand afincado en Madrid, está tan bien editado como nos tiene acostumbrados Cátedra en los estudios que está dedicando desde hace años al noveno arte; véanse al respecto los centrados, por ejemplo, en el papel de la pintura o el más reciente sobre sus vínculos con la arquitectura. El manual es un repaso minucioso a toda la obra gráfica que guarde alguna relación con el conflicto en revistas, tiras cómicas o novelas, dentro y fuera de España, desde su mismo estallido hasta la actualidad. Van variando según el momento el formato y la mirada, condicionada ésta última no solo por la censura, también por la mayor o menor distancia en el tiempo.
Revistas en guerra
Teniendo en cuenta que la tasa de analfabetismo en España rondaba el treinta por ciento en 1936, la historieta fue una eficaz herramienta de adoctrinamiento y ataque al adversario con pocas sutilezas por las dos partes enfrentadas. Así se hizo desde revistas a favor del levantamiento como La Ametralladora, Flechas o Pelayos. En una página de Pelayos, lo primero que sale por la boca de un miliciano es “tengo sed de robar y asesinar, por algo soy rojo”. Desde el otro bando se hizo lo propio con diferentes grados de virulencia en revistas como Pocholo, Mirbal o Pionero rojo.
Acabada la guerra, Matly tiene problemas para encontrar viñetas sobre el tema porque no las hay. Apenas una docena larga de obras –y ninguna memorable– entre el 1 de abril de 1939 y la muerte del dictador. Con la desaparición de Franco hubo un boom de publicaciones satíricas (Tótem, Bésame mucho, El Víbora, El Papus…) que recuperaron aspectos y situaciones de la guerra.
Ya en los ochenta, la contienda se dibuja en álbumes destinados a contar la historia de cada comunidad autónoma. En los noventa predomina de nuevo el silencio y encima desaparecen muchas de las revistas que nacieron la década anterior, pero de esos años merece destacarse al menos que Ibáñez hizo viajar en el tiempo –en unas pocas viñetas– a Mortadelo y Filemón al conflicto y, sobre todo, que se publican algunas obras canónicas sobre el asunto como Un largo silencio de Gallardo que relata la experiencia de su padre en la guerra como combatiente republicano.
Sin complejos
Con el cambio de siglo la industria parece perderle el miedo en bloque a materia tan delicada llegando a las tiendas en 2006 dos obras colectivas, Nuestra guerra civil y Guernica variaciones Gernika, con autores jóvenes dispuestos a explorar sin complejos los aspectos más controvertidos.
Es entonces también cuando Carlos Giménez deja a un lado su serie Paracuellos sobre la posguerra en los hogares del Auxilio Social para centrarse de lleno en los Malos tiempos que fueron ese intervalo entre 1936 y 1939 destilando en cuatro álbumes su aversión al franquismo y su ataque a la iglesia pero también, como apunta Matly, “poniendo en evidencia la violencia y la estupidez de ambos bandos y defendiendo la cohabitación de clases entre personas de buena voluntad”.
De estos años son asimismo tres obras sobresalientes del cómic español, que llevan dentro mucho de la guerra aunque no sea ésta la protagonista absoluta: El arte de volar de Antonio Altarriba y Kim, Las serpientes ciegas de Felipe Hernández Cava y Bartolomé Seguí, y Speak low de Montesol.
Casi de antes de ayer son varias novelas gráficas fundamentales para entender el potencial del género en su capacidad de contar los años previos (los dos tomos de La balada del norte de Alfonso Zapico) o el inicio de la guerra a partir de un testimonio como el excelente Un médico novato de Sento. Menos convencionales resultan la sintética traslación a viñetas de un ensayo del historiador Paul Preston a cargo de Juan Pablo García o la locura de la contienda relatada desde los dos bandos en liza en la serie Nuevas hazañas bélicas guionizada por Hernán Migoya.
Ahora que el cómic parece haber encontrado un filón en las biografías, todo apunta a que la guerra seguirá siendo telón de fondo de vidas célebres aparte de las ya contadas de los poetas Miguel Hernández o Federico García Lorca. Aun así es posible que todavía tengamos que esperar bastante para que llegue esa gran obra definitiva, por extensión y profundidad, capaz de contarnos e interpretarnos la guerra como nadie lo ha hecho hasta ahora.